Queridos hermanos sacerdotes, queridas autoridades, queridos hermanos cofrades, queridos todos:
Las lecturas del día de la Misa de hoy nos hablan, en la primera, de que obedecer vale más que todos los sacrificios. Resaltando que el mejor sacrificio a Dios es la propia vida. El Evangelio nos señala la alegría de tener al Esposo, a Jesucristo, entre nosotros. Y, con el Salmo 49, hemos repetido que quien sigue el buen camino verá la salvación de Dios. No voy a profundizar en ellas porque es ya tradicional que, en el día de San Sebastián, que la predicación del obispo “pise tierra” y sirva de orientación para seguir caminando con esperanza; en esta ocasión, desde las palabras del papa Francisco, con “la alegría del Evangelio”.
En su reciente exhortación post-sinodal (Evangelium Gaudii), el Papa nos ha invitado a “redescubrir los signos de los tiempos”. Creo que se pueden resumir, al menos, en dos muy principales, válidos también para nuestra querida Diócesis civitatense: hacia el exterior de la iglesia, el privilegiar a los más pobres. Y, hacia el interior de la misma, hacer realidad, con la fuerza del Espíritu Santo, una Iglesia de puertas abiertas y en “salida hacia las periferias geográficas y existenciales”; una Iglesia de comunión pero en proceso siempre de conversión misionera.
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