Raúl Berzosa: «Gracias, catequistas, por vuestra entrega y generosidad, muchas veces no entendida ni correspondida»
Queridos hermanos sacerdotes, queridas consagradas, queridos catequistas, queridos todos:
Celebramos, en esta Eucaristía, la memoria de un gran catequeta: San Enrique de Ossó. ¿Quién era y qué mensaje nos transmitió?… Tal vez podamos resumir toda su vida en el mensaje que encierra la primera lectura que hemos escuchada de la Carta a los Hebreos y el Salmo que hemos repetido, el 39: “Aquí estoy, Señor para hacer tu voluntad”. Incluso el Evangelio de hoy, tomado de San Marcos, incide en la misma temática: “El que cumple la voluntad de Dios es mi hermano y mi hermana y mi madre”, afirmará Jesús.
Pero volvamos a San Enrique de Osso. Sin repetir lo expresado en otras ocasiones, permitidme que responda a las dos preguntas realizadas – “¿quién fue y qué mensaje nos dejó?”- también en dos tiempos,
San Enrique de Ossó, nació en Vinebre (Tarragona), entonces Diócesis de Tortosa, el 16 de octubre de 1840. Su madre, Micaela Cervelló, soñaba verlo sacerdote. Su padre, Jaime de Ossó, lo encaminaba al comercio. Gravemente enfermo, recibió la primera Comunión como Viático. Durante la epidemia del cólera, del año 1854, perdió a su madre. En ese mismo año trabajaba como aprendiz de comercio en Reus, con su tío, pero abandonó todo y se retiró a Montserrat. Volvió a casa decidido a cumplir la promesa que le había hecho a su madre: ser sacerdote. Tenía 13 años, cuando inició los estudios en el Seminario de Tortosa.