Raúl Berzosa: «Tenemos que ser, con la fuerza del Espíritu Santo, Apóstoles ardientes y apasionados que deseen revitalizar la alegría de la Pascua y la audacia de Pentecostés»
Queridos hermanos sacerdotes, queridas consagradas, queridos todos, venidos de diferentes lugares de nuestra Diócesis:
Hemos escuchado en el Evangelio de San Juan “manarán torrentes de agua viva”. Pentecostés es precisamente esto: el Espíritu derramado sin medida.
Hace unos años tuve la dicha de conocer personalmente a Salvatore Martínez, laico, Presidente del Movimiento de Renovación en el Espíritu. Además, pude leer su libro Impulsados por el Espíritu. Volvamos a partir del Cenáculo, (Mensajero, Bilbao 2014). Me impresionaron su persona y su escrito. Me hago eco de ellos.
Consciente de que el saber sobre Dios no basta para evangelizar, Salvatore insiste en la urgencia de verdaderos testigos, personas y comunidades, que comuniquen la fe desde el ardor de la propia experiencia personal, recordando las bellas palabras del beato Pablo VI: «La Iglesia tiene necesidad de su perenne Pentecostés. Necesita fuego en el corazón, palabras en los labios, profecía en la mirada«.
Tenemos que ser, con la fuerza del Espíritu Santo, Apóstoles ardientes y apasionados que deseen revitalizar la alegría de la Pascua y la audacia de Pentecostés. Para ello, es decisivo volver al Cenáculo, lugar-testigo de dos hitos de nuestra fe: la institución de la Eucaristía y la venida del Espíritu Santo sobre los apóstoles y sobre María. En el Cenáculo unen en las dos dimensiones inseparables de la Iglesia: la sacramental y la carismática.
¡Volvamos al Cenáculo y al Espíritu! El Espíritu Santo, como nos ha vuelto a recordar el papa Francisco, «es el alma de la Iglesia». La vida cristiana es vida en el Espíritu. Y, sin embargo, sigue siendo el gran desconocido, incluso para nosotros, los mismos cristianos.