Raúl Berzosa: «Carmen, como todos nuestros familiares difuntos, están vivos en el Dios de la Vida»
Muy estimados hermanos sacerdotes, especialmente D. Carlos y D. Rafael; querido Javier, esposo, hijos y familia de Carmen; queridas consagradas; queridos todos, familiares y amigos:
Justamente ayer, lunes, al salir de las clases de la Universidad Pontificia, estaba decidido a ir a casa de Carmen, para cumplir con la promesa hecha a D. Tomás: “Vete tranquilo a encontrarte con tu familia; te supliré en las visitas a Carmen”. Lógicamente, noté tristeza en sus ojos. Seguro que D. Tomás hubiera deseado estar hoy y aquí con nosotros; lo hará desde la oración y desde la comunión de los santos.
¡Se nos ha ido al cielo Carmen! El domingo, a la salida de Misa de la Catedral, pregunté a su hija y yerno por ella. Me dijeron que estaba débil. Prometí seguir rezando.
Debo confesar que, durante este tiempo de grave enfermedad, me han impresionado dos realidades, particularmente en mis visitas al Hospital: por un lado, la entereza de Carmen y, por otro, los cuidados y delicadezas de su marido, Javier, y de sus hijos hasta el final. ¡Habéis sido un ejemplo para todos nosotros!