Raúl Berzosa: «Amar de todo corazón, para un presbítero, significa hacerlo sin reservas y sin dobleces, sin intereses espurios y sin buscarse a sí mismo en el éxito personal»
Queridos hermanos sacerdotes, queridas consagradas, queridos todos:
En verdad, un año más, ¡cuánto he deseado poder celebrar con vosotros esta Misa Crismal!… Dejando la riqueza de las lecturas de hoy, de las oraciones y de los signos litúrgicos, me centraré, brevemente, en tres aspectos: un mensaje para mis hermanos sacerdotes; un recuerdo especial al cumplirse el quinto año de pontificado del papa Francisco; y una invitación a preparar el Sínodo de los Obispos sobre los jóvenes.
En primer lugar, a vosotros, queridos hermanos y amigos presbíteros, os recuerdo, a la luz de la reciente Ratio Fundamentalis para la formación de los futuros los sacerdotes, que la atención pastoral a los fieles exige que el presbítero posea una sólida formación y una madurez interior; no podemos limitarnos a mostrar “simple apariencia de hábitos virtuosos”. Debemos vivir el hombre interior, fruto del Espíritu, que nos llevará a una continua y personal configuración y amistad con Jesucristo, Buen y único Pastor. No podemos instalarnos, tengamos la edad que tengamos, en lo que el Papa Francisco denomina “mundanidad espiritual”, es decir, la obsesión por la apariencia, por una presuntuosa seguridad doctrinal o disciplinar, por el narcisismo y el autoritarismo, por la pretensión de imponernos siempre a los demás, por el cultivo sólo externo y ostentoso de la acción litúrgica, por la vanagloria, por el individualismo, por la incapacidad de escucha de los demás y por cualquier clase de “carrerismo”. Debemos ser y vivir, como se subraya en la nueva Ratio, de forma sobria, practicando siempre un diálogo sereno, y viviendo siempre, como discípulos del Maestro, sin cansarnos experimentar el heroísmo de la caridad pastoral (1 Cor 4,1). La transformación de nuestro “hombre viejo en hombre interior nuevo” nunca se puede dar por concluida; es una tarea que sabe juzgar los movimientos de la conciencia y de los impulsos interiores que motivan nuestra acción pastoral. ¡Qué sugestiva y bellamente nos llama el Papa Francisco, a los presbíteros, los “hombres del discernimiento”, capaces de interpretar la vida humana cotidiana a la luz del Espíritu para así escoger, decidir y actuar conforme a la voluntad divina! (Cf. Ratio, n. 42). Todo lo expresado anteriormente, sin detenerme más en ello, son el núcleo de las promesas que, como sacerdotes de esta Diócesis, haremos dentro de esta celebración eucarística. Al realizar nuestra renovación, tenemos que acercarnos con humildad al Señor y preguntarle: “¿Cuál es tu voluntad, hoy y aquí, para este siervo?… ¿Qué quieres de mí?”… Como también nos recordó el Papa Francisco, en su Visita al Colegio Español de Roma, el día 1 de abril, ya sabemos la respuesta: son las tres palabras del Shemá con las que Jesús respondió al Levita: «amarás al Señor con todo tu corazón, con toda tu alma, y con todas tus fuerzas» (Mc 12,30). Amar de todo corazón, para un presbítero, significa hacerlo sin reservas y sin dobleces, sin intereses espurios y sin buscarse a sí mismo en el éxito personal. Amar con toda el alma, es estar dispuestos a ofrecer la vida desde el heroísmo de la caridad cotidiana. Finalmente, amar con todas las fuerzas, nos recuerda que allí donde está nuestro tesoro está también nuestro corazón (cf. Mt 6,21); en nuestras pequeñas cosas, seguridades y afectos, es donde nos jugamos el ser capaces de decir “sí” al Señor o, por el contrario, darle la espalda como el joven rico del Evangelio.
En segundo lugar, deseo también recordaros que se han cumplido cuatro años de la elección de nuestro querido Papa Francisco. Desde el inicio ha venido insistiendo en hacer realidad una iglesia sinodal y una iglesia del encuentro y de la escucha recíproca: laicos, consagradas, presbíteros, cada uno a la escucha de los demás; y, todos juntos, a la escucha de la voz del Espíritu para discernir lo que dice a esta iglesia civitatense (Ap 2,7). Sinodalidad es reconocer que todo el pueblo participa de la función profética (LG 12), conforme al conocido principio: “Lo que a todos afecta, por todos debe ser tratado”. Porque creemos en la comunión para la misión. Ejercer la sinodalidad, presidida en caridad por el obispo, no es limitar la libertar sino la garantía de comunión y de misión verdaderas. La sinodalidad eclesial, bien vivida, repercutirá también en la sociedad de hoy. En este sentido, en una reciente entrevista a un diario español (Cf. El País, 22-1-2017), el Papa Francisco subrayó: “Pido a los españoles de hoy que ejerciten el diálogo; por favor, dialoguen. No se insulten ni condenen antes de dialogar. Con diálogo se abatir muros y levantar puentes de comunicación, de relación, de unidad. El diálogo requiere respeto mutuo y sano discernimiento para buscar soluciones válidas y fecundas”. Añado: no puede verdadero diálogo sin la luz y la fuerza del Espíritu. Pidámoslo. Y pidamos por los frutos de la Visita Pastoral que, en breve, comenzaremos al Arciprestazgo de Ciudad Rodrigo.