Queridos hermanos sacerdotes, queridas autoridades, queridos hermanos cofrades, queridos todos:
Las lecturas del día de la Misa de hoy nos hablan, en la primera, de que obedecer vale más que todos los sacrificios. Resaltando que el mejor sacrificio a Dios es la propia vida. El Evangelio nos señala la alegría de tener al Esposo, a Jesucristo, entre nosotros. Y, con el Salmo 49, hemos repetido que quien sigue el buen camino verá la salvación de Dios. No voy a profundizar en ellas porque es ya tradicional que, en el día de San Sebastián, que la predicación del obispo “pise tierra” y sirva de orientación para seguir caminando con esperanza; en esta ocasión, desde las palabras del papa Francisco, con “la alegría del Evangelio”.
En su reciente exhortación post-sinodal (Evangelium Gaudii), el Papa nos ha invitado a “redescubrir los signos de los tiempos”. Creo que se pueden resumir, al menos, en dos muy principales, válidos también para nuestra querida Diócesis civitatense: hacia el exterior de la iglesia, el privilegiar a los más pobres. Y, hacia el interior de la misma, hacer realidad, con la fuerza del Espíritu Santo, una Iglesia de puertas abiertas y en “salida hacia las periferias geográficas y existenciales”; una Iglesia de comunión pero en proceso siempre de conversión misionera.
Privilegiar a los más pobres…
¿Qué significa privilegiar a los más pobres… y por qué hacerlo?… -Ante todo quiere decir reconocer que Dios mismo se hizo pobre y que cada persona tiene su propia dignidad. Me atrevo a resumir, en siete, las claves que nos ofrece el Papa Francisco en este tema:
– No a una economía “de la exclusión, de los sobrantes y de los desechos”. Esa economía mata porque hace que sea mayor noticia la bajada en dos puntos de la bolsa que la muerte por frío de un anciano en la calle. Hay que buscar la inclusión social de los más pobres.
– No a la teoría económica “del derrame” y de la indiferencia”, que nos hace incapaces de compadecernos ante los clamores de los otros. Hay que volver a escuchar la voz de Dios:“Dadles vosotros de comer” (Mt 14,16)… y ¿Dónde está tu hermano?” (Gen 4,9). Hay que fomentar la “cultura de la comunidad y de la comunicación”, de la solidaridad y del encuentro.
– No a la nueva “idolatría del dinero”, que niega la primacía del ser humano. Estamos en una crisis no sólo económica sino antropológica: la adoración del dios oro, del becerro de oro. Tenemos que ser conscientes de que existe una hipoteca social sobre todos los bienes que llamamos privados.
– No a la “autonomía absoluta de mercados y a la especulación salvaje”, porque los ricos cada vez son más ricos y los pobres más pobres. No habrá paz sin bien común y sin el orden querido por Dios.
– No a un “dinero que gobierna en lugar de servir”, porque se rechaza la ética en economía. La justica y la equidad son mucho más que el crecimiento económico.
– No a la “inequidad e injusticia que generan violencia y no contribuyen a la paz social”.La paz se basa en el respeto a los pueblos y en la prosperidad integral de los pueblos. En este sentido, no habrá mejora en España, y lógicamente en nuestra Diócesis, mientras no disminuyan las alarmantes cifras de paro .
– No “culpabilizar a los pobres y a los países pobres” de sus propios males. La corrupción (de cualquier ideología o signo político) es un verdadero cáncer. Hay que favorecer una economía de la “casa común”, del bien común.
A la luz de lo anteriormente expresado, un grito del Papa Francisco: “!No mutilar ni silenciar el mensaje evangélico!” Esto quiere decir, en relación a los pobres, tener claras, al menos, cuatro claves de actuación: redescubrir lo principal: el amor y la misericordia. Una conversión pastoral para ir a las periferias geográficas y existenciales. Acompañar con paciencia y con ternura misericordiosa a todos, especialmente a los más desfavorecidos; y, finalmente, saber detener el paso para mirar al otro a los ojos y escucharle: porque es un ser único y digno por sí mismo.
Iglesia de puertas abiertas y en salida a las periferias…
Hemos hablado de un segundo signo de los tiempos: el de una iglesia de puertas abiertas y en salida a las periferias; es decir, una iglesia de comunión pero en conversión misionera. ¿Qué quiere decir con ello el Papa Francisco? – De nuevo, me atrevo a sintetizar su mensaje, también en siete claves, muy válidas para nosotros:
– “No a la postura egoísta” que desea preservar ante todo espacios de autonomía y de comodidad personales, de auto-conservación y, por lo mismo, se cierra a los demás.
– “No a vivir con tibieza y mediocridad”, en un gris pragmatismo cotidiano, que desarrolla una psicología “de la tumba” y nos convierte en momias de museo.
– “No al pesimismo estéril y del lamento permanentemente quejoso”, como excusa a nuestra falta de entrega y a nuestra falta de pasión evangelizadora.
– “No a la conciencia de derrota y de falta de audacia”. Nadie puede emprender una batalla con conciencia de vencido de antemano. No podemos caer en la vanagloria de los ejércitos derrotados. Por lo tanto, no instalarnos en posturas meramente “defensivas” y de aislamiento.
– “No a la mundanidad espiritual o al buscar la gloria humana, personal o colectiva”.¡Dios nos libre de una iglesia mundana bajo ropajes espirituales o pastorales!
– “No a querer dominar lo eclesial y a servirnos “de” la Iglesia, en lugar de servir “a” la Iglesia”, porque genera una autocomplacencia egocéntrica, tanto en personas como en grupos.
– “No a las guerras entre nosotros”: envidias, celos, divisiones…, que son semillas del diablo. Hay que fomentar la comunión, el perdón y la reconciliación sinceros.
En este segundo signo de los tiempos, también resuena un grito del Papa Francisco: “!No nos dejemos robar el Evangelio ni la esperanza!”. Y, si en forma de cuatro claves o puntos cardinales de brújula, se me pide resumir por dónde seguir caminando, me atrevo a señalar las siguientes: respiremos el aire puro del Espíritu. Desarrollemos una Iglesia de salida de sí misma, de puertas abiertas, madre y misericordiosa. Pongamos en práctica una misión centrada con pasión en Jesucristo. Y, finalmente, hagamos realidad una entrega sincera a los más necesitados.
Hermanos y hermanas, a la luz de la Palabra de Dios de hoy, y a la luz de la vida de San Sebastián, pidamos al Espíritu Santo que nos ayude a hacer realidad lo que el Papa Francisco espera y pide para toda la Iglesia. También para nuestra pequeña Diócesis de Ciudad Rodrigo.
Año franciscano pero no año jubilar…
Concluyo recordando que estamos ya en el año franciscano. Es mucho más que un slogan o una iniciativa comercial o turística. Es una oportunidad hermosa para redescubrir la figura, tan actual, de San Francisco. Aunque definitivamente, y tras realizadas las consultas pertinentes, no vamos a pedir a Roma un año jubilar, porque no podemos sustentarlo con recursos humanos y materiales, sí queremos que los frutos espirituales y eclesiales sean los mismos. Esos frutos que, tanto para personas como para comunidades, se resumen en la oración que el “poverello de Asís” repetía y que queremos hacer vida nuestra, cada día, en este año de gracia del 2014:
Oh Señor, haz de mí un instrumento de Tu Paz.
Donde haya odio, que lleve el Amor.
Donde haya ofensa, que lleve el Perdón.
Donde haya discordia, que lleve la Unión.
Donde haya duda, que lleve la Fe.
Donde haya error, que lleve la Verdad.
Donde haya desesperación, que lleve la Alegría.
Donde haya tinieblas, que lleve la Luz.
Oh Maestro, haced que yo no busque tanto ser consolado como consolar;
ser comprendido como comprender;
ser amado como amar.
Porque es dando como se recibe;
perdonando como se es perdonado;
muriendo como se resucita a la Vida Eterna. Amén.
+ Raúl, Obispo de Ciudad Rodrigo