Homilía Funeral D. Juan Medina

Raúl Berzosa: «Siempre nos dio ejemplo de entereza y fe»

Muy querido D. José, obispo; queridos hermanos sacerdotes; queridos familiares; queridos todos:

A través de Raquel, sobrina de D. Juan y de su hermano, Justo, hemos estado puntualmente informados de los últimos días de enfermedad y agonía de nuestro querido hermano. Hemos vivido momentos de esperanza y de desaliento. Al final, tras una lucha dura, el Señor lo ha llamado para sí. Y debo deciros, con sinceridad, que D. Juan, en las visitas que le hicimos al hospital, siempre nos dio ejemplo de entereza y de fe. “Estoy en las manos del Señor… Hay que seguir luchando”, nos repetía. En estos momentos, quiero ser breve, porque D. José Sánchez, muy unido a D. Juan, desea también deciros algunas palabras.

Días atrás, mientras estábamos en la Conferencia Episcopal, cayó en mis manos providencialmente un libro del sacerdote D. Pedro Legaria, cuyo título era “Todo mi ser para tu gloria”. Sin panegíricos, puede ser también el resumen del lema existencial de D. Juan. Nacido en Fuenteguinaldo, en el año 1935, y ordenado presbítero en 1959, detrás de su carácter extrovertido y primario, latía la fidelidad a Jesucristo y a su Iglesia y, sobre todo, y en la manera como él sabía hacerlo, un gran espíritu de servicialidad y de entrega.

Un servicio en nuestra querida Diócesis y más allá de nuestras fronteras. No podemos olvidar su labor como capellán de emigrantes españoles en Alemania. Por donde pasó, dejó sana huella. Su presencia no era inadvertida. Además de dicha capellanía, como encargos pastorales en nuestra Diócesis, entre otros, fue nombrado Vice Arcipreste de Fuenteguinaldo y Arcipreste de Yeltes; y ejerció como Párroco del Maíllo, Administrador parroquial de La Encina, Pastores, y Navasfrías y, finalmente, desde el año 1989, era el párroco de El Bodón.

Como en todos nosotros, junto a logros y aciertos, en su vida también se dieron errores y pecados, pero él siempre tuvo la certeza de lo que hemos leído en el pasaje del evangelio de hoy de San Juan 15: “No me habéis elegido vosotros a mí; yo os he elegido a vosotros y os he destinado para que vayáis y déis mucho fruto”. Y, junto a este pasaje del evangelio, la certeza de la primera lectura del Apóstol Pablo: “Si vivimos, vivimos para Dios; si morimos, morimos para Dios. En la vida y en la muerte somos de Dios”.

Estamos en Cuaresma. Es tiempo de conversión y de autenticidad. Tiempo de recordar que nuestra vida, desde el Bautismo, está unida a la de Jesucristo para experimentar, como Él, el misterio pascual: vivir y morir para resucitar a una Vida sin fin. “Este es el día del Señor; este es el tiempo de la misericordia”, repetimos una y otra vez en el rezo de la Liturgia de las Horas. Y, aplicándolo, a nuestro hermano D. Juan, estoy seguro que delante de los ojos del Señor de la misericordia entrañable, no habrá enrojecido a causa de sus miserias. Se habrá presentado, humildemente, con corazón sincero. Y, en ese corazón de pastor, habrá ofrecido al Padre Bueno todas las personas a las que amó en vida y a las que quiere seguir protegiendo y por las que quiere seguir intercediendo. Esto es la comunión de los santos, de forma especial para un Pastor.

Querida familia de sangre de D. Juan: no tengo palabras para agradeceros todo lo que habéis hecho hasta el último momento por él. Que el Señor os lo pague con creces y sin medida. Gracias, de verdad. Agradecimiento extensivo al personal médico y sanitario que le atendió y a las hermanas de la Casa Sacerdotal, y a los residentes, que tanto bien le hicieron.

Queridos todos: gracias por vuestra presencia y por vuestro testimonio de fe. Pedimos al Señor de la mies y de las vocaciones que nos envíe nuevos y santos sacerdotes a nuestra Diócesis para que lo sembrado por D. Juan siga dando los frutos que el Espíritu desea. A Santa María, Madre de los sacerdotes, le encomendamos. Amén.

 

+ Raúl, Obispo de Ciudad Rodrigo