Raúl Berzosa: «Tenemos que pensar y ayudar a tantos ancianos y ancianas que estén en Residencias y en otros abandonados por sus familiares»
Queridos hermanos sacerdotes, querida Madre Carmen (superiora General de las Agustinas del Amparo), queridas hermanas agustinas, queridas autoridades, queridos residentes, queridos trabajadores, querido Coro del Colegio de San Agustín, queridos todos:
El Señor nos ha permitido celebrar los 25 años, las bodas de plata, de la residencia “Santa Rita” y de la presencia de las Hermanas agustinas entre nosotros. Como en otras ocasiones, permitidme, en mis breves palabras, dos cosas: glosar la figura de la Santa y regalaros un mensaje; en esta ocasión con las palabras de nuestro querido Papa Francisco.
Como es conocido, Santa Rita nació en Mayo del año 1381, cerca de Cascia, en la región italiana de Umbría, que tantos santos y santas ha dado a la Iglesia: S. Benito, Sta. Escolástica, S. Francisco, Sta. Clara, Sta. Angela, S. Gabriel, Sta. Clara de Montefalco, y S. Valentín, entre otros.
A sus padres, Antonio Mancini y Amata Ferri, se los conocía como los «Pacificadores de Jesucristo», pues los llamaban para apaciguar peleas entre vecinos. Volviendo a nuestra santa, parece como si Dios tuviera, desde el comienzo, designios especiales para Rita. Según una tradición, cuando era bebé, mientras dormía en una cesta, abejas blancas se agrupaban sobre su boca, depositando en ella la dulce miel sin hacerle daño y sin que la niña llorara para alertar a sus padres. Uno de los campesinos, viendo lo que ocurría trató de asustar a las abejas con su brazo herido. Su brazo sano inmediatamente. Según la tradición, también después de 200 años de la muerte de Santa Rita, abejas blancas salían de las paredes del monasterio de Cascia durante la Semana Santa de cada año y permanecían hasta la fiesta de Santa Rita, el 22 de Mayo. El Papa Urbano VIII, teniendo noticia de las misteriosas abejas pidió que una de ellas le fuera llevada a Roma. Después de un cuidadoso examen, le ató un hilo de seda y la dejó libre. Esta se descubrió mas tarde en el monasterio de Cascia, a 138 kilómetros de distancia.
Seguimos centrados en la vida de Santa Rita. Sus padres enseñaron a Rita, desde muy niña, todo lo que ellos sabían acerca de Jesús, la Virgen María y los más conocidos santos. No es extraño que Rita quisiera ser religiosa, pero sus padres, escogieron para ella un esposo, Paolo Ferdinando. Rita obedeció. Como es conocido, su esposo demostró ser bebedor, mujeriego y muy agresivo. Rita le fue siempre muy fiel. Encontraba su fuerza en una vida de oración, de sentido cristiano del sufrimiento y de silencio. Tuvieron dos gemelos, los cuales sacaron el temperamento del padre.
Después de veinte años de matrimonio, el esposo se convirtió, y pidió perdón a Rita y le prometió cambiar. Al poco tiempo, a Paolo lo encontraron asesinado. Los dos hijos de Rita juraron vengar la muerte de su padre. Las súplicas de la madre no lograban disuadirlos. Santa Rita rogó al Señor que salvara las almas de sus dos hijos y que tomara sus vidas antes de que se perdieran para la eternidad por cometer un nuevo asesinato. Los dos enfermaron gravemente, y durante el tiempo de la enfermedad, Rita les habló del amor y el perdón. Antes de morir lograron perdonar a los asesinos de su padre. Rita entendió que estaban con su padre en el cielo.
Al quedar viuda, no se deja vencer por la tristeza. Quiso entrar con las hermanas Agustinas, pero no era fácil lograrlo. Por una parte, el haber estado casada y, por otra, la muerte violenta de su esposo sembraban dudas. Ella oró a Jesús y sucedió un milagro. Una noche, mientras Rita dormía, escuchó que la llamaban ¡Rita, Rita, Rita! . A la tercera vez Rita abrió la puerta de su casa y allí estaban San Agustín, San Nicolás de Tolentino y San Juan el Bautista. Le pidieron que los siguieran hasata que se encontró dentro del Monasterio de Santa María Magdalena en Cascia. Ante aquel milagro las monjas Agustinas no pudieron ya negarle entrada. Es admitida e hizo la profesión ese mismo año de 1417; allí pasa 40 años de consagración a Dios.
En el monasterio, sufrió diversas pruebas. En cierta ocasión, su Madre Superiora, como un acto de obediencia, le ordenó regar cada día una planta muerta. Rita lo hizo obedientemente y, una mañana, la planta se había convertido en una vid floreciente y dio uvas que se usaron para el vino de celebrar misa. Hasta el día de hoy sigue dando uvas.
Rita meditaba asiduamente la Pasión de Cristo. Durante la Cuaresma del año 1443 fue a Cascia un predicador llamado Santiago de Monte Brandone. Uno de sus sermones sobre la Pasión, tocó tanto el corazón de Rita que pidió fervientemente al Señor ser partícipe de sus sufrimientos en la Cruz. Recibió los estigmas y las marcas de la Corona de Espinas en su cabeza. Las llagas de Santa Rita exhalaban mal olor por lo que debía alejarse de la gente. Otra prueba más. Durante 15 años vivió sola, lejos de sus hermanas.
Los últimos años de su vida fueron de expiación. Una enfermedad grave y dolorosa la tuvo inmóvil sobre una humilde cama de paja durante cuatro años. Ella siempre conservó la paz y la confianza en Dios. Cuando estaba en el lecho de muerte, le pidió al Señor que le diera una señal para saber que sus hijos estaban en el cielo. En pleno invierno recibió una rosa del jardín, cerca de su casa en Roccaporena. Pidió una segunda señal. Esta vez le entregaron un higo del mismo jardín, al final del invierno. Al morir, en 1457, la celda se iluminó y las campanas tañían solas por el gozo de un alma que entraba en el cielo. La herida del estigma en la frente desapareció y en su lugar apareció una mancha roja como un rubí, la cual desprendía una deliciosa fragancia. León XIII la canonizó en 1900. Hasta aquí, la vida de Santa Rita, nuestra patrona por la que damos gracias a Dios y a la que nos encomendamos como mediadora. Ella es abogada de los imposibles.
¿Qué mensaje deseo regalaros este año a quienes vivís de la Residencia? – No van a ser mis palabras. Sino las del Papa Francisco pronunciadas en Noviembre del pasado año 2013. No necesitan comentario. Hablan por sí mismas, con realismo y con mucha fuerza. Afirmó el Papa Francisco que los ancianos son los que nos aportan la historia, la doctrina, y la fe como herencia. Por eso, u n pueblo que no respeta a los abuelos carece de memoria y por lo tanto carece de futuro. Afirma el Papa que vivimos en un tiempo en el que los ancianos no cuentan. Es duro decirlo, pero a los ancianos “se los descarta”, porque dan fastidio. Pero ellos, como el buen vino cuando envejece, tienen esa fuerza dentro para darnos una herencia muy noble.
El Papa Francisco recordó una historia que escuchó cuando era chico. Sucedió que, en una familia, el abuelo, cuando tomaba la sopa, se ensuciaba mucho la cara. El papá, molesto, compró una mesita de madera donde aislar a su padre mientras comía. Un día, cuando regresó a su casa, ese mismo papá vió a uno de sus hijos que jugaba con la madera. “¿Qué haces?”, le pregunta. A lo que el niño responde: “Una mesita de madera”. “¿Y para qué?”, volvió a preguntar el padre. “Para ti, papá; para cuando te vuelvas viejo como el abuelo”. El Papa afirmó que esta historia le ha hecho mucho bien toda la vida. Los abuelos son un tesoro. La Carta a los hebreos nos pide que nos acordemos de nuestros mayores, de quienes nos han enseñado muchas cosas en la vida y hasta predicado la Palabra de Dios. Y que imitemos su fe. La memoria de nuestros antepasados nos lleva a la fe.
Concluyó el Papa subrayando la vejez., muchas veces, no es bella. Por las enfermedades que comporta y por muchos otros problemas. Pero la sabiduría que aportan nuestros abuelos es la herencia que nosotros debemos recibir. Y volvió a repetir: un pueblo que no custodia a sus abuelos, un pueblo que no respeta a los abuelos, no tiene futuro, porque no tiene memoria; ha perdido la memoria. Tenemos que pensar y ayudar a tantos ancianos y ancianas que estén en Residencias y en otros abandonados por sus familiares. Son el tesoro de nuestra sociedad. Oremos por nuestros abuelos y abuelas y cuidémosles. El cuarto mandamiento (“honrar a padre y madre”) nos pide ser piadosos con nuestros antepasados. Encomendemos a nuestros abuelos, dice el Papa, a los santos Simeón, Ana, Joaquín, Policarpo o Eleazar ; y a tantos viejos Santos. Pidámosles la gracia de custodiar, escuchar y venerar a nuestros mayores.
Nada más. Que Santa Rita interceda por todos los presentes para que podamos celebrar esta misma fiesta dentro de un año. Y que la Residencia pueda atender a nuestros mayores, al menos, otros veinticinco años, bajo la dirección de las queridas hermanas agustinas. ¡Queridas hermanas agustinas: que el Señor os pague vuestra generosidad y entrega y que os conceda nuevas y santas vocaciones! Amén.
+ Raúl, Obispo de Ciudad Rodrigo