Inaugurada la fase final de la Asamblea Diocesana
El obispo de la diócesis de Ciudad Rodrigo, Mons. Raúl Bezosa, fue el encargado de inaugurar la tercera y última fase de la Asamblea Diocesana que, en este mes de junio, llega a su fin. A continuación, el psicólogo Javier Barbero, pronunció la ponencia titulada ‘Creer, vivir evangélicamente y celebrar’. Al término de la misma, los participantes se reunieron por grupos para seguir debatiendo.
Estas son las palabras que D. Raúl pronunció en la tarde del viernes 30 de mayo:
Queridos todos:
Doy gracias al Señor de todos los dones por habernos permitido llegar a este día. Cuando nos pusimos en camino hacia la Asamblea Diocesana, en los últimos meses del año 2013, coincidíamos con los primeros meses del Papa Francisco. Entonces, como ahora, estábamos inmersos en una profunda crisis económica y en un preocupante debilitamiento del tejido social y eclesial. Pero, en el fondo, lo que más me preocupa, culturalmente hablando, es la denominada “antropología individualista” imperante, fruto de la globalización mal entendida que, como denuncia Luigi Zoja supone “la muerte del prójimo”. Todorov habla “de un hombre desorientado”. Y Alain Touraine ha subrayado que “estamos solos en el teatro de la vida” porque “los sujetos sociales se han licuado”, es decir, se han vuelto en muchos casos irrelevantes la familia, los partidos políticos, las asociaciones, etc).
Se habla del “fin de las sociedades”. Pero, sin ser pesimistas ni cargar las tintas, en este mismo panorama, a juicio de muchos autores, se situaba también la Iglesia: se estaba “licuando” por los casos de pedofilia del clero, por el Vatileaks, las luchas curiales, el IOR (banco vaticano) y hasta por la dimisión inesperada del Papa Benedicto XVI. Y, ya en nuestra Diócesis, es preocupante el envejecimiento de nuestras gentes (incluidos los sacerdotes), la despoblación rural, las bolsas de pobreza y el azote del paro…. A pesar de todo, nos pusimos en camino de sinodalidad, con tres preguntas: “¿Dónde estamos?… ¿Qué camino queremos recorrer?… Y ¿qué llevar en la mochila o maleta de viaje”?… O, si lo preferís, de forma mucho más resumida, “¿Qué podemos aportar como Iglesia, hoy, en este mundo globalizado?”… No nos bastan los documentos diocesanos “autoreferenciales”, narcisistas y localistas; ni tampoco sirve la resignación de convertirnos en “minoritarios o en minorías creativas”, como afirma Arnold Toymbee; ni siquiera nos consuela aceptar que “somos pequeños y grises”, y no sólo por el color del cabello de muchos de nuestros fieles practicantes, sino por la incapacidad de atracción y de empatía con el mundo de hoy. Hemos tomado conciencia de estar en “una sociedad distinta” y que, a la vez, deseamos, como Iglesia, seguir siendo lazo y comunidad, pueblo y red, familia y prójimo. Y a ello nos ha está ayudando, y mucho, el Papa Francisco. ¿Por qué? – Sin simplificaciones, tal vez hay que remontarse a lo ya acaecido con el Papa San Juan XXIII, cuando su secretario Mons. Capovilla se atrevió a exclamar: “Con este Papa se ha vuelto a poner en circulación el lenguaje de Cristo”. En nuestro caso, con el Papa Francisco, se ha establecido como una alianza nueva “entre el lenguaje y los gestos de un papa y su pueblo”. Y no es sólo un fenómeno mediático. Se ha producido lo que Abraham Heschel denominaba “religión de la simpatía”o de la empatía entre el Papa y su pueblo. El Papa Francisco ha dejado hablar al corazón, que es el que une e integra. Porque la razón, sin el sentir compasivo, tiende a dividir. Ésta fue también la actitud que se quiso reflejar en los textos del Vaticano II: la forma del Buen Samaritano, como expresó Pablo VI: “La actitud de fondo hacia el mundo contemporáneo, afirmaba, es la de un sentimiento de simpatía sin límites”.
El Papa Francisco ha denunciado el pesimismo postconciliar que hace inútil la misericordia o que, dando la espalda al mundo actual, refuerza sólo los valores de la moral, queriendo marcar las “diferencias”. Ya san Juan XXIII alertaba de “los profetas de calamidades” y subrayaba “que en el presente momento histórico, la Providencia nos está llevando a un nuevo orden de relaciones humanas”.
Según Andrea Ricardi, y otros analistas, “con el Papa Fracisco, se ha comenzado a volver a mirar el futuro de la Iglesia con más esperanza y al mundo con menos pesimismo. El papa está desarrollando una “cultura del encuentro” y de “la centralidad de los pobres en la vida de la Iglesia” (“iglesia de todos y particularmente de los pobres”, como ya expresó Juan XXIII).
¿Pero en qué insiste el papa Francisco, y que tiene validez para nuestra Iglesia en Asamblea Diocesana? – Se ha centrado en aspectos fundamentales y tal vez descuidados de la vida de la Iglesia: así, la centralidad del Evangelio antes que la de las estructuras o la de la moral. Como expresó en la entrevista al director de “La Civiltà Cattolica”, “debemos encontrar un nuevo equilibrio, de otro modo también el edificio moral de la Iglesia corre el riesgo de caer como castillo de naipes, de perder la frescura y el perfume del Evangelio. La propuesta evangélica debe ser más sencilla, profunda, irradiante. Y de aquí, luego, vienen las consecuencias morales”. Este quiere también ser el mensaje de nuestra Asamblea. Pero no nos engañemos. Tanto el Papa, como en algunos sectores de nuestra Diócesis, hay resistencias. Las más significativas, las de los “hijos mayores”, como las de la Parábola del Evangelio, que se sienten interpelados por la insistencia del papa de “tener que salir a acoger a los alejados y de ser misericordiosos con los hijos menores que se han ido de casa”. El Papa grita una y otra vez: “Dios está en la vida de cada uno, aunque la vida de una persona haya sido un desastre”.
Volviendo a nuestra Asamblea Diocesana, en su fase final, y en la más pura línea conciliar y con el Papa Francisco, pedimos a nuestra Diócesis que el pueblo de Dios “se involucre y se sienta, de verdad, como pueblo”. Frente al individualismo, o a la soledad de un hombre desorientado, es necesario recrear un pueblo (“un nosotros eclesial”) a partir de la Palabra de Dios y de su presencia entre nosotros; capaz de hacer posible una nueva primavera. Primavera que no es sinónimo de solucionar todos los problemas, que no llegará nunca, sino de reconocer el valor y la fuerza de la existencia cristiana. Primavera quiere decir, que la vida de nuestra Iglesia se vuelva atractiva y no se quede en “un grupo de personas selectas o envejecidas o en un nido protector”. Primavera quiere decir un cristianismo vivo, más allá de nuestros muros protectores, hablando al corazón de la gente y suscitando el deseo de Dios, especialmente en los jóvenes, y la esperanza, en los más desheredaos, invisibles o sobrantes de nuestra sociedad.
Con estos deseos sinceros, invocando al Espíritu, damos comienzo a esta fase final de la Asamblea. Muchas gracias a los ponentes tan cualificados de este fin de semana. Por cierto, D. Jesús Sastre se encuentra hospitalizado, según nos ha comunicado esta mañana. Le deseamos una pronta y total mejoría. Muchas gracias a todos por vuestra generosidad y por el esfuerzo continuado de todo un curso y que Dios os pague lo que, de otra manera, ni sabemos ni podemos hacer. Pidiendo la intercesión del Espíritu Santo y de María, nuestra Madre y estrella de la Nueva Evangelización. Queda inaugurada esta fase final de la Asamblea.
+ Raúl, Obispo de Ciudad Rodrigo.