Raúl Berzosa: “El sacerdote es una persona muy pequeña; la inconmensurable grandeza del don que nos ha sido dado nos relega, a la vez, entre los más pequeños de los hombres»
Queridos hermanos obispos, D. José Sánchez y D. José González; queridos sacerdotes diocesanos y los venidos de fuera, en especial D. Anastasio y D. Juan Robles; queridos misioneros; queridos seminaristas; queridos familiares de los sacerdote homenajeados; queridos todos:
Ante todo, muchas felicidades a quienes este año celebráis vuestras bodas de oro: Mons. José González, D. Ernesto Ramos, D. Jose Manuel Pérez, D. Clemente Sánchez, D. Joaquín Alonso, D. Jesús Vicente y D. Manuel González. En la comunión de los santos, también nos acompaña D. Rafael García. Nos unimos a vuestra alegría y al canto del Magnificat, sin olvidar las muy realistas y sugerentes palabras del Papa Francisco en la Misa Crismal del 17 de Abril de este año: El sacerdote sería el más pobre de los hombres si Jesús no lo enriqueciese con su pobreza; el más inútil de los siervos si Jesús no llamara “amigo”; el más necio de los hombres si Jesús no lo instruyera pacientemente como a Pedro; el más indefenso de los cristianos si el Buen Pastor no lo fortaleciese en medio del rebaño. Nadie sería más pequeño que un sacerdote si fuese dejado a sus propias fuerzas”. Con las lecturas litúrgicas de este día, damos gracias a Dios por todos los dones recibidos en el Único y Eterno Sacerdote – Jesucristo – y, al mismo tiempo, exclamamos: “¡Aquí estamos, Señor, para hacer tu voluntad!”.
¡Qué suerte tenemos este año en la celebración de la Fiesta de Jesucristo Sumo y Eterno Sacerdote: están presentes las reliquias auténticas de San Juan de Avila! Muchas gracias a quienes las han traído desde tierras cordobesas. Del Santo Maestro de Avila es obligado hablar en este gran día. Sobre su vida y magisterio se están escribiendo cientos de libros. Permitidme que, aún echando mano de algunos de ellos, sobre todo me centre en el mensaje que nos regaló en su día el Papa Benedicto XVI.
El Papa comenzó subrayando que san Juan de Ávila fue, ante todo y sobre todo, un «predicador evangélico», anclado siempre en la Sagrada Escritura, apasionado por la verdad y un referente cualificado para la «Nueva Evangelización».
Entre los puntos más importantes o las claves de la enseñanza de San Juan de Avila, estarían estas realidades: La primacía de la gracia que impulsa al buen obrar; la promoción de una espiritualidad de la confianza; y la llamada universal a la santidad vivida como respuesta al amor de Dios. El Papa Pablo VI, en la homilía de su canonización, el 31 de mayo de 1970, lo propuso como modelo de predicación y de dirección de almas; lo calificó de paladín de la reforma eclesiástica, y destacó su actualidad.
Expresado lo anterior, ¿quién fue san Juan de Ávila? Recordamos que vivió en la primera mitad del siglo XVI. Nació el 6 de enero de 1499 ó 1500, en Almodóvar del Campo (Ciudad Real, entonces diócesis de Toledo). Hijo único de Alonso Ávila y de Catalina Gijón, unos padres muy cristianos y en elevada posición económica y social. A los 14 años lo llevaron a estudiar Leyes a la prestigiosa Universidad de Salamanca; pero abandonó estos estudios al concluir el cuarto curso porque, a causa de una experiencia muy profunda de conversión, decidió regresar al domicilio familiar para dedicarse a la meditación y a la oración.
Con el propósito de hacerse sacerdote, en 1520 fue a estudiar Artes y Teología a la Universidad de Alcalá de Henares, abierta a las grandes escuelas teológicas del tiempo y a la corriente del humanismo renacentista. En 1526, recibió la ordenación presbiteral y celebró la primera Misa solemne en la parroquia de su pueblo. Quería marchar como misionero a las Indias, y por eso decidió repartir su cuantiosa herencia entre los más necesitados. De acuerdo con el primer Obispo de Tlaxcala, en Nueva España (México), fue a Sevilla para esperar el momento de embarcar hacia el Nuevo Mundo. Y, mientras se preparaba el viaje, se dedicó a predicar en la ciudad y en las localidades cercanas. Allí se encontró con el venerable Siervo de Dios Fernando de Contreras, doctor en Alcalá y prestigioso catequista. Éste, entusiasmado por el testimonio de vida y la oratoria del joven sacerdote, consiguió que el arzobispo hispalense le hiciera desistir de su idea de ir a América para quedarse en Andalucía. Permaneció en Sevilla, compartiendo casa, pobreza y vida de oración con Contreras y, a la vez, que se dedicaba a la predicación y a la dirección espiritual, continuó estudios de Teología en el Colegio de Santo Tomás, donde tal vez obtuvo el título de Maestro.
En 1531, a causa de una predicación suya mal entendida, fue encarcelado. En la cárcel comenzó a escribir la primera versión del Audi, filia. Durante estos años recibió la gracia de penetrar con profundidad en el misterio del amor de Dios y en el gran beneficio hecho a la humanidad por Jesucristo nuestro Redentor. En adelante será éste el eje de su vida espiritual y el tema central de su predicación.
Absuelto dos años después, en 1533, continuó predicando con notable éxito entre el pueblo y las autoridades. Se trasladó a Córdoba, incardinándose en esta diócesis. En 1536, le llamó para su consejo el arzobispo de Granada donde, además de continuar su obra de evangelización, completó sus estudios en esa Universidad. Así, san Juan de Ávila fue un destacado teólogo y un verdadero humanista. Propuso la creación de un Tribunal Internacional de arbitraje para evitar las guerras y fue incluso capaz de inventar y patentar algunas obras de ingeniería. Vivió muy pobremente y estuvo preocupado por la educación y la instrucción de los niños y los jóvenes, sobre todo de los que se preparaban para el sacerdocio; fundó varios Colegios menores y mayores que, después de Trento, habrían de convertirse en Seminarios conciliares. Fundó, asimismo, la Universidad de Baeza (Jaén). Después de recorrer Andalucía y otras regiones del centro y oeste de España predicando y orando, ya enfermo en 1554, se retiró definitivamente a una sencilla casa en Montilla (Córdoba). El arzobispo de Granada quiso llevarlo como asesor teólogo para las dos últimas sesiones del concilio de Trento; al no poder viajar, por falta de salud, redactó los Memoriales que tanto influyeron en esa dicho Concilio.
Finalmente, acompañado de sus discípulos y amigos, y aquejado de fortísimos dolores, con un Crucifijo entre las manos, entregó su alma al Señor, en Montilla, en la mañana del 10 de mayo de 1569.
El Papa Benedicto, al glosar la figura del santo, se detiene en un dato importante: fue contemporáneo, amigo y consejero de grandes santos. San Ignacio de Loyola le tenía gran aprecio y deseó vivamente que entrara en la naciente Compañía de Jesús; no fue así, pero el Maestro orientó hacia ella una treintena de sus mejores discípulos. San Juan de Dios, fundador de la Orden Hospitalaria, se convirtió escuchando al Santo Maestro y desde entonces se acogió a su guía espiritual. San Francisco de Borja fue otro gran converso por mediación del Padre Ávila. Santo Tomás de Villanueva, arzobispo de Valencia, difundió en sus diócesis y por todo el Levante español su método catequístico. Otros conocidos suyos fueron San Pedro de Alcántara, provincial de los Franciscanos y reformador de la Orden; San Juan de Ribera, obispo de Badajoz, que le pidió predicadores para renovar su diócesis. Santa Teresa de Jesús, que pudo hacer llegar al Maestro el manuscrito de su Vida. Incluso conectó, en Baeza, con los discípulos de San Juan de Cruz a quienes ayudó en la reforma del Carmelo masculino.
Como escritor, su obra principal, fue el Audi, filia. Sin olvidar El Catecismo o Doctrina cristiana, única obra que hizo imprimir en vida (año 1554), y que es una síntesis pedagógica, para niños y mayores, de los contenidos de la fe. El Tratado del amor de Dios, una joya literaria y espiritual, donde le fue dado penetrar en el misterio de Cristo, el Verbo encarnado y redentor. El Tratado sobre el sacerdocio es un breve compendio que se completa con las pláticas, sermones e incluso cartas. Cuenta también con otros escritos menores: orientaciones o Avisos para la vida espiritual. Los Tratados de Reforma. Los Sermones y Pláticas, el Epistolario, y los comentarios bíblicos de la Carta a los Gálatas y a la Primera carta de Juan.
En sus enseñanzas, el Maestro Juan de Ávila aludía constantemente al bautismo y a la redención para impulsar a la santidad, y explicaba que la vida espiritual, que es participación en la vida trinitaria, parte de la fe en Dios Amor y se basa en la bondad y misericordia divina, expresadas en los méritos de Cristo; todo ello para ejercitar el amor a Dios y a los hermanos inseparablemente. Escribía: «Ensanche vuestra merced su pequeño corazón en aquella inmensidad de amor con que el Padre nos dio a su Hijo, y con Él nos dio a sí mismo, y al Espíritu Santo y todas las cosas» (Carta 160). Y también: «Vuestros prójimos son cosa que a Jesucristo toca» (Ib. 62), por esto, «la prueba del perfecto amor de nuestro Señor es el perfecto amor del prójimo» (Ib. 103). La configuración con Cristo, bajo la acción del Espíritu Santo, es un proceso de virtudes y dones que mira a María como modelo y como madre. Manifiestó también gran aprecio a las cosas creadas, ordenándolas en la perspectiva del amor.
También subrayó la dimensión misionera de la espiritualidad, como consecuencia de la dimensión eclesial y mariana, porque invitan al celo apostólico a partir de la contemplación y a una mayor entrega a la santidad. Aconseja tener devoción a los santos, porque nos manifiestan a todos «un grande Amigo, que es Dios, el cual nos tiene presos los corazones en su amor […] y Él nos manda que tengamos otros muchos amigos, que son sus santos» (Carta 222).
El Papa Benedicto quiso destacar algo importante: el Maestro Ávila fue pionero en afirmar la llamada universal a la santidad. Y, en relación a los sacerdotes, el Maestro de Ávila afirmaba que los sacerdotes, «en la Misa actuamos in persona Christi, y por ello debemos encarnar, con humildad, el amor paterno y materno de Dios” (Carta 157). Todo ello requiere unas condiciones de vida, como son: el frecuentar la Palabra y la Eucaristía; el tener espíritu de pobreza; ir al púlpito «templado», es decir, habiéndose preparado con el estudio y con la oración; y amar a la Iglesia, porque es esposa de Jesucristo. Y una advertencia: “tratad siempre muy bien al Hijo en la Eucaristía, porque es Hijo de Buen Padre”.En otras palabras, no nos acostumbremos a celebrar los misterios con rutina.
¿Qué mensaje nos regalaría San Juan de Avila, hoy y aquí, a nosotros? – Permitidme que espigue algunos textos sacerdotales del Maestro:
– “Los predicadores de Cristo, su Gloria han de predicar y a él referir todo lo que bien obran y hablan, para que así sean coronados por él, como él lo fue por el Padre”.
– “Salgan los sacerdotes, a quien Él tanto honró, que los eligió por ministros suyos, y llévenlo encima de sus hombros con gran reverencia y amor, teniéndose en esto por muy favorecidos, en recompensa de que el Señor llevó la cruz a cuestas y todos nuestros pecados encima de sí”.
– “Y por oración entendemos aquí una secreta e interior habla con que el alma se comunica con Dios, ahora sea pensando, ahora pidiendo, ahora haciendo gracias, ahora contemplando, y generalmente por todo aquello que en aquella secreta habla se pasa con Dios”.
– “Más imprime una palabra, después de haber estado en oración, que diez sin ella. Non en mucho hablar, mas en devotamente orar y bien obrar está aprovechamiento”.
– “Sacerdote que no hace oración, dará por consejo de Dios un consejo suyo”.
– “¿Quién, después que ha consagrado, no queda atónito o con profunda humildad no dice al Señor, a semejanza de San Pedro y de San Juan: “¿Tú, Señor, vienes a mí?”.
– “La lengua del sacerdote llave es con que se cierra el infierno y se abre el cielo, y se abren las conciencias, y consagra a Dios.”.
– “!Cuán grande ha de ser nuestra santidad y pureza para tratar a Jesucristo, que quiere ser tratado de brazos y corazones limpios! Y por eso se puso en los brazos de la Virgen y José, que también fue virgen limpísimo”.
Hasta aquí, las palabras del Santo Maestro. Para finalizar, destaco que son muy sabias y llamativas las siguientes paradojas que destacó de él el Papa Benedicto XVI: el Maestro Ávila no ejerció como profesor en las Universidades, aunque sí fue organizador y primer Rector de la Universidad de Baeza. No explicó teología en una cátedra, pero sí dio lecciones de Sagrada Escritura a seglares, religiosos y clérigos. No elaboró nunca una síntesis sistemática de su enseñanza teológica, pero su teología es orante y sapiencial. Es muy didáctico y pastoral con un profundo conocimiento de la Biblia, que él deseaba divulgarla y verla en manos de todos.
El día 20 de agosto de 2011, en Madrid, durante la Jornada Mundial de la Juventud, el Papa Benedicto anunció al Pueblo de Dios que, « San Juan de Ávila, presbítero, sería declarado Doctor de la Iglesia universal». Y el día 27 de mayo de 2012, domingo de Pentecostés, así lo proclamó solemnemente en la Plaza de San Pedro. Posteriormente, el 7 de octubre de 2012, escribió el Papa Benedicto una hermosa Carta sobre el Santo, de la que hoy nos hemos hecho eco.
Concluyo: pidamos al Buen Pastor, Cristo el Señor, poder imitar a San Juan de Avila en sus virtudes sacerdotales: además, contemplar lo que él contempló, y predicar y evangelizar como él lo hizo. Sigue siendo un santo muy actual para nosotros. Que María, la Buena Madre de los sacerdotes, nos ayude. Amén.
+ Raúl, Obispo de Ciudad Rodrigo.