Carta-envío del obispo con motivo del fin de la Asamblea Diocesana
Como obispo, padre y hermano, “ante todo, doy gracias al Señor por todos vosotros” (Rm1, 8). Vuestra presencia e implicación, durante la Asamblea Diocesana, han sido un regalo para mi ministerio, porque en la sencillez de nuestros encuentros me habéis hecho sentir, como decía San Agustín, que, “con vosotros, soy cristiano; y, para vosotros, obispo”. Con gozo y con responsabilidad.
Hemos experimentado juntos que el Espíritu ha soplado y nos ha invitado a “dejar a Dios ser más Dios”, y nos ha llamado a ser, en su Iglesia, hijos en el Hijo, hermanos en su mismo Amor, y enviados en su misma Misión. Como en el libro del Apocalipsis, “hemos escuchado lo que el Espíritu dice a su Iglesia”: que nos dejemos transformar en el hondón de nuestro ser; y que experimentemos “el gusto espiritual de ser pueblo”, como luz, sal, y fermento; para empujar la marcha del Reino de Dios, para renovar esta Iglesia y para transformar desde el Evangelio nuestra tierra.
El Papa Francisco ha escrito que: “Cristo llama a la Iglesia, peregrinante, hacia una perenne conversión de comunión misionera”. Dejemos que el Señor, con su Espíritu, transforme, no sólo nuestros corazones sino también nuestras estructuras pastorales. ¡No tengamos miedo! La situación que vivimos es un “kairós”, un momento de gracia, y un signo de los tiempos que, desde la fe, nos invita a la esperanza.
¡Pongamos todo en las manos de Dios! Para que, lo que el Espíritu “comenzó en nosotros, Él mismo lo lleve a buen término”. Que Él dirija en adelante nuestros pasos. Él, que, con amor desbordante, ha querido regalarnos, en esta Asamblea Diocesana, no sólo “desafíos” sino también ha acogido nuestros nombres y rostros, las palabras y los gestos, los modos de estar como familia y la celebración en “su mesa”, las risas y los cantos, la oración y los horizontes de un futuro comprometido…
Seamos discípulos y misioneros que renuncien a la comodidad, como el ciego Bartimeo, y que rehúyan al ser meros espectadores. Escuchamos el “dadles vosotros de comer”, como en la multiplicación de los panes en el monte; porque no es propio del enviado contribuir “al estancamiento infecundo de la Iglesia”. Y, siguiendo juntos las huellas del Señor, abramos de par en par las puertas de nuestro corazón y de nuestras comunidades para crecer en la alegría y en el ideal del amor fraterno, en su paz y en su justicia. ¡Que nadie nos robe la fe, el amor y la esperanza! ¡Que nadie nos robe la alegría del Evangelio!
Como obispo de esta Iglesia del Señor, que camina en Ciudad Rodrigo, os envío a evangelizar como Iglesia materna y de puertas abiertas. Y, hoy, como Pueblo de Dios, os pregunto:
1.- ¿Queréis participar activamente en comunidades eclesiales maduras, vivas y acogedoras, donde se experimente el amor fraterno de Jesucristo y se crezca en la fe y en la esperanza?…
2.- ¿Queréis ser creativos, abriendo, en fidelidad nuevos caminos de conversión misionera para el anuncio del Evangelio?…
3.- ¿Amaréis a esta tierra y a este pueblo, con profetismo, y estaréis cerca de nuestras gentes, tocando la carne de Jesús, pobre y llagada, y curando sus heridas?…
Con mi agradecimiento, mi afecto y mi bendición,
+ Raúl, Obispo de Ciudad Rodrigo