Raúl Berzosa: «De don Serafín nos queda el recuerdo de su buen hacer, de su disponibilidad y de su carácter sociable»
Querido Sr. Deán-Presidente del Cabildo, queridos sacerdotes del Cabildo y hermanos presbíteros diocesanos, querida familia, queridas consagradas, queridos todos:
La semana pasada, a través de D. Tomás, Vicario General, me llegaba la alarmante noticia a Orense, donde estaba dirigiendo una tanda de Ejercicios a hermanos presbíteros: “D. Serafín está muy grave”. Llamé a D. Nicolás y me confirmó la triste noticia. Sábado y domingo pasados visité a D. Serafín. Estaba entrando en agonía. Me alegró ver entre sus manos el rosario. La Virgen se lo llevó el mismo domingo por la noche, después de un tiempo de dura travesía por la enfermedad. La prueba ya ha pasado para él abriéndose a la eternidad de la recompensa.
A nadie se le escapa que D. Serafín tenía carácter, pero ¡cuántas veces en mis visitas al Hospital de la Pasión, he salido confortado por él! Como músico, nos entendíamos y me atrevía a pedirle que ofreciera sus sufrimientos, como música existencial, por nuestro presbiterio. Y querezara para que el Señor nos bendijera con nuevas vocaciones al ministerio sacerdotal. Ahora desde el cielo, tenemos un intercesor más ante el Padre.
Más de una vez, en sus circunstancias y cuando aún estaba en condiciones de hacerlo, me dieron ganas de pedir a D. Serafín que pusiera música, como él magistralmente sabía hacerlo, a las hermosas palabras de San Juan de la Cruz: “Sácame de aquesta muerte, mi Dios, y dame la vida, no me tengas impedida en este lazo tan fuerte, mira que peno por verte, y mi mal es tan entero que muero porque no muero”.
Así lo creía D. Serafín. Nacido en 1922 en el Sahúgo. Ordenado sacerdote en 1947. Su primera parroquia fue Espeja. En 1951, debido a sus estudios musicales, sacó las oposiciones como Maestro de Capilla de Coria y ejerció como profesor de Religión. Desde 1990, fue organista de Ciudad Rodrigo y profesor de música, y otras asignaturas, en el Seminario de San Cayetano. Además, ejerció como Canónigo, Consiliario de Juventud, Confesor del Seminario Diocesano y del Instituto San Isidoro, Delegado de Misiones, Capellán de las Clarisas y párroco de Pedrotoro. Todo ello, sin olvidar sus populares y exitosas composiciones musicales, especialmente su Misa para el pueblo, en los primeros años del Postconcilio Vaticano II.
“Creo en la vida eterna y en la vida futura; y creo en la resurrección de la carne”. Así proclamamos en la profesión de fe que, juntos, hacemos tantas veces en la Santa Misa. La vida perdurable consistirá en nuestra unión con Dios para siempre, porque Dios mismo es el premio de todas nuestras fatigas y trabajos: “Yo soy tu escudo y tu paga abundante” nos dice el Señor.Y el gran S. Ireneo enseña que “La gloria de Dios es que el hombre viva para siempre y la gloria del hombre es la visión de Dios”. Sólo Dios puede saciar nuestros deseos más profundos. Sólo en Dios encontraremos nuestro descanso verdadero. Como escribió San Agustín:“Nos has hecho para ti, Señor, y nuestro corazón no hallará reposo hasta que descanse en ti”.
Estamos celebrando la Eucaristía: Cristo entregado por nuestros pecados y resucitado para nuestra justificación. Confiados en el perdón que se nos ofrece, encomendamos a nuestro hermano Serafín a la misericordia del Padre. Con dolor pero con paz; con lágrimas pero con esperanza; y con música y letra de José Luis Martín Descalzo, nos atrevemos a decir:“Morir sólo es sólo morir. Morir se acaba. Morir es una hoguera fugitiva. Es cruzar una puerta a la deriva y encontrar lo que tanto se buscaba”. Y lo que buscaba D. Serafín, como lo que buscamos cada uno de nosotros, es el rostro misericordioso del Dios que perdona todas nuestras culpas, cura nuestras enfermedades, rescata nuestra vida de la tumba y nos colma de gracia y de ternura.
Se lee en el evangelio según San Juan: “Esta es la voluntad del que me ha enviado: que no pierda nada de lo que me dio, sino que lo resucite en el último día. Esta es la voluntad de mi Padre: que todo el que ve al Hijo y cree en él, tenga vida eterna y yo lo resucitaré en el último día”.Ciertamente, a cualquier edad, la muerte de un sacerdote es una pérdida muy sentida para su familia, para el presbiterio y para nuestra comunidad diocesana. Pero la vivimos con fe y con esperanza: “En la vida y en la muerte somos del Señor pues para eso murió y resucitó Cristo, para ejercitar su poder sobre los que viven y sobre los que mueren, dirá el Apóstol”.
De D. Serafín nos queda el recuerdo de su buen hacer, de su disponibilidad y de su carácter sociable. Quiso estar unido a Jesucristo y a esta Iglesia Su misión sacerdotal tiene ahora una nueva plenitud, al participar para siempre en el Sacerdocio de Jesucristo, que no tendrá ocaso.Junto a él afirmamos nuestra esperanza: “La misericordia del Señor no termina y no se acaba su compasión; antes bien se renuevan cada mañana. El Señor es bueno para los que en él esperan y lo buscan”.
Deseo, finalmente dar gracias a Dios. De él nos viene todo don; también nos vino el don de este presbítero. Una vez más, con sinceridad y realismo, debo proclamar: ¡Qué suerte tiene Ciudad Rodrigo, con la calidad de su clero!
Gracias, también, a todos los que en su vida le ofrecisteis vuestra cercanía, vuestra ayuda y vuestro afecto. Gracias al Cabildo Catedralicio, del que formó cualificada y notable parte. Gracias, primero, a las Hermanas de la Congregación Marta y María, que le cuidasteis con todo esmero y cariño en la Residencia Sacerdotal. Y, gracias, en los últimos tiempos a las Siervas de María, y personal laboral y médico del Hospital de la Pasión, que pusisteis tanta generosidad como entrega y paciencia en su cuidado. Gracias, muy especiales y sinceras a D. Nicolás, verdadero hermano y ángel de la guardia de D. Serafín.
Y, a todos los presentes, agradezco vuestra presencia, pero sobre todo vuestras oraciones, signo de nuestra fe en el Dios de la Vida. Que este Dios de la paz y de la esperanza sea para todos nosotros fortaleza, pues nada podrá arrancarnos de su Amor manifestado en Cristo Jesús. A la misericordia de Dios nos acogemos y le pedimos que en el cielo nos veamos todos. Amén.
+ Raúl, Obispo de Ciudad Rodrigo