Raúl Berzosa: «Tenemos que saber consolarnos y animarnos en tiempos de tristeza, desilusión y desesperanza»
Querido hermano obispo, D. José, queridos Vicarios y hermanos sacerdotes, queridas consagradas, queridos todos:
Un año más, el Señor nos ha convocado en este día tan grande y bello para celebrar la Eucaristía y, en ella, consagrar el crisma y los óleos sacramentales y, así, renovar nuestro compromiso personal y ministerial, todos juntos, como presbiterio diocesano, en torno al Buen Pastor, Jesucristo, nuestro Señor y único Sacerdote. El pueblo aquí, presente, además de orar conjuntamente, será testigo cualificado de la sinceridad y autenticidad de lo que haremos.
Estamos caminando en un curso pastoral empapado y preñado por la dimensión del Anuncio, fruto de la Asamblea Diocesana, y, complementariamente por la celebración del Año Jubilar de la Misericordia. Ha escrito el papa en el final de Misericordiae Vultus: “Que en este año jubilar la Iglesia se convierta en el eco de la Palabra de Dios, que resuena fuerte y decidida como palabra y gesto de perdón, de misericordia, de ayuda y de amor”. Me centraré en las dos caras de una misma moneda: sinodalidad y obras de misericordia, con protagonista de los presbíteros.
En relación al tema de la Asamblea, quiero volver a subrayar la gozosa realidad de la sinodalidad en nuestra Iglesia. ¿Por qué?… Porque, con Palabras del Papa Francisco, es “el camino que Dios espera de su Iglesia en el tercer milenio”. Lo expresó con claridad en la celebración conmemorativa del 50 aniversario del Sínodo de los Obispos, el día 17 de octubre de 2015. Lo que el Señor nos pide, en este momento histórico eclesial y mundial, está concentrado en la palabra “Sínodo”: caminar juntos laicos, consagrados y pastores, a todos los niveles de Iglesia. Fue la experiencia profunda de nuestra Asamblea Diocesana. Es relativamente fácil expresarlo con palabras, pero no tan fácil el ponerlo en práctica.
El Papa subraya que una Iglesia sinodal “es una Iglesia de la escucha; y que escuchar ‘es más que oír’”. El camino sinodal “empieza escuchando al Pueblo. Por eso, el primer nivel del ejercicio de la “sinodalidad” se realiza en las Iglesias particulares, ya que solamente en la medida en la que estamos inter-conectados, en comunión en “la base”, y partimos de la gente y de los problemas de cada día del Pueblo de Dios, tomará forma una Iglesia sinodal, con personalidad, con identidad y con misión claras.
Avanzo y afirmo, con el Papa Francisco, que la Sinodalidad no es sólo importante para la Iglesia de hoy, sino para el mundo de hoy… El mundo en el que vivimos y al que estamos llamados a amar y a servir, también en sus contradicciones, “exige de la Iglesia el fortalecimiento de las sinergias en todos los ámbitos de su misión”. Por eso, la mirada sinodal se extiende también a la humanidad: “Una Iglesia sinodal es como un estandarte alzado entre las naciones para ser ejemplo de solidaridad y de compromiso con los más necesitados”.
Como Iglesia diocesana que “camina junto” a los hombres y mujeres en esta tierra y en este Pueblo, es partícipe de las tribulaciones de la historia, cultivamos el sueño de que la sinodalidad hará posible la justicia y la fraternidad, generando un mundo más bello y más digno del hombre para las futuras generaciones. Por eso la Iglesia es sacramento de comunión de los hombres con Dios y de los hombres entre sí.
Pero la sinodalidad, no nos viene llovida o regalada del cielo sin más. Este don exige respuesta y esfuerzo por nuestra parte. ¿Qué se nos pide, como presbíteros, para fortalecer la sinodalidad?… Me atrevo a subrayar dos realidades: la experiencia reciente de Villagarcía y las obras de misericordia aplicadas a nuestro presbiterio.
En el encuentro cuaresmal de Villagarcía, el teólogo argentino Carlo María Galli, nos recordó que ante todo, tenemos que ser discípulos-misioneros y servidores del Pueblo de Dios; pastores con olor al Pastor y a ovejas, con sonrisa de padres y ternura y misericordia de madres; verdaderos pastores comprometidos, con “gusto espiritual por ser pueblo” y no sólo “peinadores de ovejas o compromiso superficial-estético”; conscientes de haber recibido la unción sacramental no sólo para perfumarnos nosotros mismos, sino para ungir a los demás, al Pueblo de Dios; nuestra misión y nuestra oración siempre deben tener el calificativo de “apostólica”, de mística comunitaria; debemos seguir fortaleciendo los equipos apostólicos de evangelización en nuestros arciprestazgos, que son expresión de sinodalidad, como unidades pastorales; tenemos que fomentar los órganos ordinarios de sinodalidad y comunión, especialmente los consejos, a todos los niveles (parroquia, arciprestazgo, diócesis); tendremos, como pastores, que ir, a veces, por delante, otras en medio e, incluso, detrás del rebaño, en aras de la comunión y de la sinodalidad; y siempre, hacer realidad una sinodalidad en camino misionero-evangelizador, con esperanza y con compromiso en lo cotidiano y en lo pequeño y en lo más grande; sembrando más que cosechando; uniendo palabra y gestos proféticos; y fomentando la fraternidad sacerdotal, porque nadie da lo que no tiene. Todo lo anterior, sin olvidar que la sinodalidad debe hacernos creativos para llegar a los alejados y ausentes de nuestras comunidades y para fortalecer los lazos con nuestros misioneros, laicos-consagrados-presbíteros, repartidos por los cinco continentes.
Pero la sinodalidad se teje también desde la práctica de las obras de misericordia, vividas en nuestro presbiterio. Es el segundo punto de la homilía de hoy. Nos urge a ello el año de la misericordia.
Siendo breve, pero apuntando a lo esencial, me atrevo a manifestar: así, entre nosotros, con caridad, con sentido del humor y con humildad, tenemos que recordarnos lo esencial, cuando perdemos el norte de nuestro ser y de nuestra misión y hasta tenemos que poner en práctica la corrección fraterna y saber darnos buenos consejos. Tenemos que saber perdonarnos de corazón, por las ofensas reales y por las que anidan en lo oculto de nuestro corazón. Tenemos que saber consolarnos y animarnos en tiempos de tristeza, desilusión y desesperanza. Tenemos que sufrir con paciencia los reveses de nuestro ministerio y a quienes nos puedan molestar. Tenemos que mejorar en la cantidad (tiempos) y calidad de nuestra oración personal y litúrgica, haciendo realidad la oración apostólica o de intercesión. Tenemos que estar atentos a las necesidades físicas y materiales, y de salud, de nuestros hermanos presbíteros y ser muy generosos. Tenemos que saber acogernos, y trabajar juntos, en la unidad parroquial arciprestal, rural o semi-urbana. Cuidaremos con esmero de nuestros hermanos sacerdotes mayores y enfermos. Visitaremos a los que se “sienten encarcelados” por motivos de falta de salud o de movilidad, tanto en sus domicilios como en las residencias. Y, tendremos que reza por nuestros hermanos difuntos. Llega un momento que, de los sacerdotes, casi nadie se acuerda, aunque nosotros, como tuve oportunidad de recordar en el funeral de D. Floro, ni siquiera con la muerte descansamos: seguimos amando a quienes amamos mientras peregrinábamos y seguimos siendo intercesores. ¡Cómo cambiaría nuestro presbiterio si practicásemos de verdad, entre nosotros, las obras de misericordia!
Nada más. No olvido que la sinodalidad y la comunión, así como el ejercicio de las obras de msiericordia, son frutos del Espíritu Santo. A este mismo Espíritu pido hoy por nuestros sacerdotes más enfermos y por los hermanos difuntos que en años anteriores han concelebrado con nosotros.
Como pastor de este presbiterio tan querido os pido que os alegréis por los pasos dados por nuestros seminaristas mayores, José Efráin y Miguel Angel, en orden al ministerio ordenado. Seguiremos orando por ellos.
Gracias a todos, hermanos, por vuestra entrega generosa y por vuestra fidelidad; os pido perdón sincero por mis muchas deficiencias y pecados y, a todos los presentes, incluido el Pueblo de Dios, reitero mi deseo de que os sigáis aprovechando, sanamante, de las gracias que en este año Jubilar de la Misericordia la Iglesia nos concede. ¡Participad en los actos jubilares! Hoy, para nosotros sacerdotes, esta Eucaristía lo está siendo de forma especial.
Damos gracias al Buen Pastor, nuestro Señor Jesucristo, y pedimos la intercesión de María, Madre de Misericordia, y de tantas y tantos santos de la Misericordia divina. ¡Feliz semana santa! ¡Feliz experiencia de muerte y resurrección en Cristo! Llevad mi bendición a todas las comunidades diocesanas.
+ Raúl, Obispo de Ciudad Rodrigo