Raúl Berzosa: «El Dios cristiano está en todos los Calvarios de nuestro mundo»
Queridos hermanos sacerdotes, queridas consagradas, queridos todos:
La Iglesia nos pide que, hoy, seamos breves en nuestra homilía. Voy a lo esencial: ¡Estamos celebrando un misterio único, tremendo y sobrecogedor, al que no debemos acostumbrarnos!: La pasión y muerte de Jesucristo, Dios y hombre verdadero. La liturgia recoge todo este drama en las lecturas, como pasión proclamada; en la oración universal, como pasión invocada; en la adoración de la cruz, como pasión reconocida y aceptada; y en la comunión, como pasión compartida y comunicada… ¡Qué grandeza, qué belleza y qué hundura!…
La pregunta resuena inevitable: “¿Qué hace un Dios clavado en una cruz?”… Quienes, hace más de 2000 años, pasaban delante del crucificado lo retaban: “Si eres Dios, baja de la cruz”… Pero precisamente porque era Dios quedó clavado en la cruz…
Los filósofos y pensadores siempre se han burlado de nuestra religión cristiana: a sus ojos, no puede existir algo tan absurda: “la idea de un Dios crucificado”. Como escribió San Pablo, es un escándalo y una revolución, que nos obliga a cuestionarnos todas las ideas que tenemos sobre Dios y sobre el sentido del sufrimiento humano…
En efecto, un Dios crucificado no es un Dios omnipotente y majestuoso, inmutable y feliz, ajeno al sufrimiento de los humanos; sino un Dios impotente y humillado que sufre con nosotros el dolor, la angustia y hasta la misma muerte. Con la Cruz, o termina nuestra fe en Dios, o nos abrimos a una comprensión nueva y sorprendente de un Dios que, encarnado hasta en nuestro sufrimiento, nos ama de manera increíble y única. Ante el Crucificado empezamos a intuir que Dios, en su misterio, es alguien que sufre con nosotros.
Es co-sufriente; nuestra miseria le afecta y nuestro sufrimiento le salpica. No existe un Dios cuya vida transcurre, por decirlo así, “al margen de nuestras penas, lágrimas y desgracias”…
El Dios cristiano está en todos los Calvarios de nuestro mundo. Y nos rescata de una fe egoísta y cómoda, porque este Dios nos coloca mirando hacia el sufrimiento, el abandono y el desamparo de tantas víctimas de la injusticia y de las desgracias de los crucificados de hoy, del siglo XXI.
Como muy bien se ha denunciado, a veces, los cristianos seguimos dando toda clase de rodeos para no toparnos con un Dios crucificado. Hemos aprendido, incluso, a levantar nuestra mirada hacia la Cruz del Señor, desviándola de los crucificados que están ante nuestros ojos: los cercanos, y los que, día a día, a través de los medios de comunicación y de las redes sociales contemplamos. Entre ellos, los refugiados y exiliados que llaman a las puertas de Europa, sin recibir ayuda; este drama ha sido calificado de “vergüenza” por el Papa Francisco.
Dos cosas me atrevo a pediros en este Viernes Santo: en primer lugar, que nuestro beso al Crucificado nos ponga siempre mirando hacia quienes, cerca o lejos de nosotros, viven sufriendo.
En segundo lugar, que aprendamos a sufrir, tanto con los dolores de Cristo como con los de nuestros hermanos crucificados de hoy, con corazón de Mujer Madre Buena, precisamente en este año en el que celebramos el 175 aniversario de la Virgen de La Soledad. Según la tradición bíblico-litúrgica, fueron siete los grandes dolores de María; siete sus siete espadas. Lo recordamos:
- .- La profecía de San Simeón: «Una espada de dolor traspasará tu alma.»
2.- La Huída a Egipto. «Levántate, toma al Niño y a su Madre, huye hacia Egipto y quédate allí hasta que yo te lo diga.»
3.- El Niño Jesús perdido durante tres días. «Hijo, ¿por qué has hecho esto con nosotros? Mira que tu padre y yo te buscábamos angustiados.»
- -La dolorosa marcha hacia el Calvario. «Él avanzó cargado con la cruz. Y le seguía una gran multitud del pueblo y una mujer que lloraba y se lamentaba por Él.»
- -La Crucifixión.«Y cuando llegaron al lugar que se llama Calvario, lo crucificaron allí. A los pies de la cruz de Jesús estaba su Madre”.
- -El descendimiento de la cruz.«José de Arimatea pidió el cuerpo de Jesús. Y al bajarlo de la cruz, lo depositó en los brazos de su Madre.»
7.-La Sepultura. «¡Qué gran tristeza pesaba sobre tu corazón, Madre de los dolores, cuando José lo envolvió en lienzos finos y lo dejó en el sepulcro.»
En este año Jubilar, en esos siete dolores de María, podemos contemplar resumidas todas las obras de misericordia para paliar “las miserias de los miserables de hoy”: los perdidos en la vida, los desnortados y desorientados, los tristes y deprimidos, los hambrientos y sedientos, los migrantes y refugiados, los enfermos y moribundos, los excluidos y descartados, los encarcelados, los sin techo y sin trabajo, los drogodependientes y alcohólicos, los prostituidos y maltratados, los violados en su dignidad y utilizados para la guerra, trasplantes clandestinos o atentados suicidas… ¡La lista se podía alargar!
Concluyo: en este Viernes Santo, ante el crucificado, dos preguntas que nazcan del corazón: “Señor, ante tanto como has hecho por mí, ¿qué hago yo por ti y qué hago por los crucificados de hoy?”…
Con una certeza y un deseo: “Jesús no se cansa nunca de ti; no te canses tú de Él ni de los demás”…
+ Raúl, Obispo de Ciudad Rodrigo