Dedicación de El Salvador

IMG_4325Raúl Berzosa:  «Un templo no son piedras muertas, sino reflejo y signo de las piedras vivas que en él rezaréis, celebraréis, anunciaréis y os comprometeréis»

 

Queridos hermanos sacerdotes, especialmente D. José María –párroco de esta comunidad- y D. Rafael –colaborador estrecho en esta Unidad de Comunión y Misión-; queridas consagradas, que trabajáis en esta parroquia (Misioneras y Teresianas); queridos todos, especialmente los que formáis parte de esta Iglesia Viva del Salvador:

Para un obispo, es siempre una gran noticia, y motivo de profundo gozo, el poder inaugurar un templo, que no son piedras muertas, sino reflejo y signo de las piedras vivas que en él rezaréis, celebraréis, anunciaréis y os comprometeréis… Un edificio sin personas que lo den vida cotidianamente, es tan sólo un museo o un monumento más o menos bello. ¡Felicidades a todos cuantos habéis hecho posible esta obra!: los presentes, y los que habéis dejado lo mejor de vosotros mismos durante tantos años, en especial D. Andrés y D. Fernando, párrocos muy queridos. Sin olvidar tantos laicos comprometidos… Y un mención muy especial a las Asociaciones de Vecinos y al Ayuntamiento que, en su día, cedió los terrenos “de equipamiento social y religioso” para poder edificar este complejo parroquial.

Estamos en tiempo de Pascua. Precisamente, hoy, las lecturas dominicales no podían ser más adecuadas para este evento: como en el libro de los Hechos – donde se nos narra la misión de los primeros apóstoles- este templo, y esta comunidad viva del Salvador, seguirán siendo testigos de conversiones y de procesos de iniciación cristianas. Y, a pesar del rechazo o la indiferencia de algunos, seremos “luz para todos los pueblos”. En la primera lectura obligada para este evento, que hemos leído, el profeta remitía hasta el Antiguo Testamento el sacramento pascual que hoy celebramos. Con el Salmo 99, hemos alabado a Dios y le hemos dado gracias por todas las obras buenas que ha hecho y sigue haciendo con nosotros. El Libro del Apocalipsis nos ha recordado la “seriedad” de nuestras celebraciones litúrgicas que adelantan y hacen presente, incluso, la “liturgia celestial”, aquel misterio tan gozoso que nos espera para siempre. Finalmente, el Evangelio nos habla del Buen Pastor, de Cristo Resucitado, y que nos acompaña y pastorea para siempre.

Precisamente, este es el mejor y más preciado tesoro que encontraremos en el templo parroquial del Salvador: la presencia Viva y Permanente de Jesucristo. Todo lo que aquí haremos, no tiene otro sentido: se trata de actualizar a Cristo, nuestro Señor y Pastor, y aprender el arte de Vivir desde Él; una vida de fe, de esperanza y de caridad sinceras y concretas.

Permitidme, sin alargarme, que os lance un reto: no basta con ser ovejas; tenemos que ser “pastores”, unos para otros, en esta parroquia. Sí, he dicho “pastores”. Quiero decir con ello, que tenemos que hacer una parroquia sinodal, corresponsable, viva y comprometida. Todos necesarios y responsables; todos trabajando pastoralmente y al unísono, con sinergia y unidad de fuerzas, de carismas, de servicios, de funciones y de vocaciones o estados de vida. No es fácil. Lleváis años intentándolo y habéis conseguido mucho, pero aún debemos avanzar muchísimo más. Con paciencia, y sobre todo sembrando, es cierto, pero sin pausa y sin cansancios.

¿Qué modelo de comunidad parroquial queremos potenciar hoy en nuestra querida Diócesis?… Os respondo:

  • Comunidad de clara pastoral de misión, de “salida” y de nueva evangelización, que haga realidad la “pastoral de la zapatilla”. No sólo debemos acoger a quien venga a nosotros; tenemos que salir en su búsqueda…
  • Comunidad de sinodalidad-corresponsabilidad real de los laicos en todas sus dimensiones: en los consejos, en las celebraciones, en la catequesis y en el anuncio, y en la diacona y en el compromiso.
  • Comunidad insertada en el contexto social y cultural del barrio, compartiendo los problemas personales y sociales de nuestro entorno. Conscientes de que hay que diferenciar comunidad cristiana y barrio y con dos principios muy del Vaticano II: independencia pero sana colaboración… ¡Vamos todos en el mismo barco, pero con diferentes misiones y funciones! Sobre todo, para atender a los más pobres y necesitados… Por eso, también, en nuestra parroquia se debe potenciar Cáritas.
  • Comunidad de necesaria programación pastoral, trabajando como Unidad de Comunión y Misión con San Cristóbal, y participando activamente en el Arciprestazgo, para una pastoral de conjunto, y con la Diócesis, que es la gran familia que nos une a la Iglesia universal-católica.
  • Comunidad edificada sobre diversos, y complementarios, carismas, funciones y ministerios. Y que sabe despertar las diversas vocaciones; también al sacerdocio ministerial
  • Comunidad que vive, con equilibrio, cuatro dimensiones eclesiales: comunión, anuncio, celebración y compromiso.
  • Comunidad que cuida especialmente de quienes se inician en la fe, de las familias con problemas, de los adolescentes y jóvenes y de los mayores y enfermos.

En resumen, una comunidad que no puede caer en “parroquialismos cerrados” y que no se cansa de abrir nuevos caminos de evangelización…

La parroquia de hoy, nos lo viene insistiendo el Papa Francisco, necesita, más que nunca, una nueva mentalidad. Señalo un decálogo para seguir caminando en ese sentido:

– Parroquia diocesana, y no feudal o autónoma-autorreferencial.

– Comunidad de seguidores de Jesús, en lugar de sólo estación de servicios religiosos puntuales.

– Comunidad en conversión permanente, de personas y colectivos, en lugar de instalación y rutina.

– Comunidad de comunidades vivas y responsables, en lugar de masa amorfa.

– Comunidad corresponsable de todos, en lugar de “clerical”.

– Comunidad, repito, de una pastoral de misión y evangelización, en lugar de sólo mantenimiento.

– Comunidad de apertura a su entorno social, en lugar de ghetto cerrado.

– Comunidad de corresponsabilidad comunitaria, en lugar de religiosidad sociológica porque siendo el Pueblo de la Memoria…

– Comunidad que confía en el Espíritu, y no vive del miedo, la resignación, la inhibición o la inercia.

– Comunidad de las Bienaventuranzas del Evangelio, en lugar de privilegios, poderes, prestigio o éxito de números.

Desde la Eucaristía, haremos cada día la experiencia de Emaús: nos escucharemos, escucharemos a Cristo en medio de nosotros, nos dejaremos tomar-bendecir-partir y repartir y, así, anunciaremos siempre con gozo lo experimentado y vivido.

Nada más. Tan sólo agradecer a tantos profesionales que han hecho posible este proyecto: desde nuestro arquitecto a la empresa constructora, pasando por los profesionales de la madera, de la piedra y de tantos elementos de construcción necesarios… Gracias a la comunidad del Salvador, que sabrá valorar el esfuerzo realizado, una vez más, por la Diócesis y, estoy seguro, que sabrá colaborar incluso más allá de sus posibilidades. ¡Porque a quien mucho se le ha dado, como se expresa en el Evangelio, mucho se le puede pedir! Gracias, finalmente, al Señor por querer quedarse con nosotros y por el regalo que nos ha hecho en la persona de sus servidores sacerdotes y de quienes han asumido el ser guías y animadores laicos de este evento de gracia.

¡Perdonadme si me atrevo a afirmar, con todo respeto, que lo que hoy estamos celebrando es todo un lujo y un milagro para Ciudad Rodrigo! ¡Bendito sea Dios, dador de todas las gracias!

Nos encomendamos al Buen Pastor, nuestro Señor Jesucristo, y a la Buena Pastora, su Madre y nuestra Madre la Virgen María, para que, por medio del Espíritu, esta comunidad sea una referencia viva y gozosa de lo que supone vivir el cristianismo hoy y aquí, en este cambio de época y en este siglo XXI. Gracias a todos los presentes por vuestro testimonio, por vuestra colaboración y por vuestra oración.

+ Raúl, Obispo de Ciudad Rodrigo

 

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