Raúl Berzosa: «Carmen, como todos nuestros familiares difuntos, están vivos en el Dios de la Vida»
Muy estimados hermanos sacerdotes, especialmente D. Carlos y D. Rafael; querido Javier, esposo, hijos y familia de Carmen; queridas consagradas; queridos todos, familiares y amigos:
Justamente ayer, lunes, al salir de las clases de la Universidad Pontificia, estaba decidido a ir a casa de Carmen, para cumplir con la promesa hecha a D. Tomás: “Vete tranquilo a encontrarte con tu familia; te supliré en las visitas a Carmen”. Lógicamente, noté tristeza en sus ojos. Seguro que D. Tomás hubiera deseado estar hoy y aquí con nosotros; lo hará desde la oración y desde la comunión de los santos.
¡Se nos ha ido al cielo Carmen! El domingo, a la salida de Misa de la Catedral, pregunté a su hija y yerno por ella. Me dijeron que estaba débil. Prometí seguir rezando.
Debo confesar que, durante este tiempo de grave enfermedad, me han impresionado dos realidades, particularmente en mis visitas al Hospital: por un lado, la entereza de Carmen y, por otro, los cuidados y delicadezas de su marido, Javier, y de sus hijos hasta el final. ¡Habéis sido un ejemplo para todos nosotros!
Recordando la vida de Carmen, y a la luz de las lecturas de hoy, debemos destacar, con sano orgullo, que su vida no ha sido inútil, sino la de una buena esposa, madre fecunda de siete hijos, y ejemplar cristiana. Como María, la existencia de Carmen ha sido un constante fiat: “Aquí está la sierva del Señor; hágase en mí según tu palabra”. Especialmente, generosa y fiel colaboradora con la parroquia y con el Seminario. Con palabras de D. Tomás, “Carmen era profundamente cristiana, muy enamorada de su marido y, en los últimos tiempos, un verdadero ejemplo de paciencia, de aceptación y de dignidad”. Por eso, como hemos cantado con el salmo 23, “el Rey de la Gloria ha salido a su encuentro”. Esta era la fe de Carmen, incluso en los momentos más duros de su última enfermedad.
Es cierto que la muerte de una madre nos apena siempre. La muerte penetra en lo más profundo de nuestro corazón y nos deja un insustituible vacío. Nos parece hasta mentira que haya sucedido. La muerte es como un el viaje de alguien que, aún sabiendo que llegaría, no deseaba marcharse, ni dejarnos… La muerte, en definitiva y humanamente hablando, es un gran misterio. Pero no sólo la muerte es un misterio; también lo es la vida y la existencia humana en su totalidad. Seguro que de esto hablastes muchas veces con tu esposa, querido Javier. Y, seguro que Carmen, a su manera, lo dio a entender a sus muy queridos hijos, Y, tanto ella, como vosotros, su familia de sangre, ante el lecho del dolor de estas semanas, recordásteis las mismas palabras de Jesucristo: “Padre, si es posible, que pase de mí este cáliz”… Pero, al final, “que no se cumpla mi voluntad, sino la tuya”.
Gracias a nuestra fe en el Resucitado, creemos que Carmen no ha muerto para siempre. La tumba no es su último destino. Como la de Jesús, también su sepulcro un día quedará vacío. Por eso, la palabra cementerio recobra su sentido auténtico: dormitorio. Carmen, como todos nuestros familiares difuntos, están vivos en el Dios de la Vida. “El que crea en mi, aunque muera, vivirá”, nos dijo el Señor.
Carmen nos está enseñando a todos a vivir de otra manera: a vivir siempre como peregrinos y, sobre todo, a creer y a fiarnos del Dios siempre y en todas las circunstancias, como ella creyó y confió siempre. Para Carmen, ya ha llegado el Adviento y la Navidad definitivos: el encuentro real con Jesucristo. Un día lo celebraremos de nuevo todos con ella, en el cielo.
Muchas gracias a todos los presentes por vuestras oraciones, por vuestro testimonio de fe en la resurrección y por vuestro cariño a Carmen. Dios os pague lo que, humanamente, ni sabemos ni podemos hacer. Hacemos presentes a quienes, por diversos motivos, no han podido acompañarnos físicamente,
Que el Espíritu Santo que transformará el Pan y el Vino en el Cuerpo y Sangre del Señor, perdone todas las faltas y pecados de Carmen y la haga vivir para siempre en el seno Trinitario, en el Hogar de Luz y del Amor, de la Paz y de la Plenitud eternos. Que así sea y que en el cielo nos veamos un día todos juntos. Amén.
+ Raúl, Obispo de Ciudad Rodrigo