Raúl Berzosa: «No perdamos las ganas de hacer las cosas de cada día un poco mejor, que no perdamos la solidaridad y la fraternidad entre nosotros»
Queridos hermanos sacerdotes, especialmente miembros del Cabildo; querido Sr. Alcalde y autoridades locales; queridos cofrades y mayordomos de San Sebastián (D. José Ramón, D. José Antonio, D. Nicolás y D. Jacinto; queridas consagradas; queridos seminaristas; queridos todos:
Leyendo el oficio de Lecturas del día de hoy, me he detenido, una vez más, en las palabras de San Ambrosio: “Hay que pasar mucho para entrar en el reino de Dios. Muchas son las persecuciones, muchas las pruebas; por tanto, muchas serán las coronas, ya que muchos son los combates”… Y, un poco más adelante, escribe también: “San Sebastián nos muestra que, además de los perseguidores que se ven, hay otros que no se ven, peores y mucho más numerosos… Hay persecuciones no sólo exteriores sino también interiores en el alma de cada uno”.
Tomando pie en este escrito de San Ambrosio me pregunto si los tiempos en los que vivió San Sebastián, en el inicio de la cristiandad, eran más fáciles que los presentes. Mi respuesta es lógica: eran tiempos “diferentes”. Estamos en el S. XXI. Hemos aterrizado en un mundo nuevo. Somos testigos de novedad; del nacimiento de una nueva época que no sabemos aún dónde nos llevará. Nos toca, leyendo los nuevos signos de los tiempos, estar más atentos a lo que surge que a lo que desaparece. Tenemos que practicar la profecía de “estar despiertos y despertar al mundo”. Tenemos que adoptar la actitud de peregrinos, de caminantes. Porque el caminar despeja nuevos horizontes y abre a novedades. Instalarse, por el contrario, es morir. Algo es patente: todo lo que aparecía, en nuestras sociedades tradicionales “como seguro”, ahora son como arenas movedizas. Todo va muy deprisa. Ya no existen casi espacios protegidos. Las nuevas tecnologías y las migraciones, en “tiempos de globalización”, han roto fronteras y han acortado distancias. El mundo se ha convertido en una aldea planetaria. Nunca, al menos virtual y mediáticamente, hemos estado tan cercanos unos de otros.
El mundo de hoy, en clave del Espíritu, nos habla de “Pentecostés”, de salida, de ir más allá de nuestras fronteras (reales o ficticias). Ninguna tierra está vetada al Evangelio. Ninguna frontera puede cerrar el mensaje de la Buena Nueva ni la alegría de evangelizar. El papa Francisco ha acuñado la frase de una “Iglesia en salida misionera”. El horizonte de la misión es la humanidad misma. Antes de ser un país, una cultura, una religión, somos “humanos”, miembros de la única familia humana. Antes de ser del Norte o del Sur, somos ciudadanos del único mundo. Antes de ser blancos o negros, somos habitantes del mismo planeta. Antes de ser cultos o ignorantes, ricos o pobres, vivimos en el mismo continente de las redes sociales y del enjambre mediático. Se impone romper las fronteras “del nosotros mismos y nuestras comunidades” para redescubrir la belleza y la alegría de la catolicidad (comunión universal) y de la conversión misionera, como lo viene haciendo el Papa Francisco. En cierta manera, era la tesis del Papa San Juan Pablo II, desde el inicio de su pontificado: “El camino de la Iglesia es el camino del hombre” (Redemptor Hominis). Ahora, parafraseando la podemos traducir así: “El camino de la misión, es el camino del hombre”. A partir de las anteriores premisas deseo jugar con dos realidades diocesanas: “los de dentro y los de fuera”. Concreto aún más el por qué de este binomio de palabras.
Hace unos días, asistí a la presentación de un interesante libro de la escritora mirobrigense Estefanía Sánchez Vasconcellos. La obra se titulaba “Volveremos. Memoria oral de los que se fueron durante la crisis”. En él se dejaba hablar a diversos migrantes españoles en búsqueda de empleo y de una vida mejor. El fenómeno no es nuevo. Y de ello sabe mucho esta tierra y este pueblo nuestro. En el diálogo posterior a la presentación me atreví a sugerir a la autora que se animara a escribir otro libro complementario con el sugestivo título: “Los que nos quedamos. Memoria real de los que no se fueron a pesar de la crisis”. Y aquí, y entre ellos, nos contamos los que estamos presentes en este día. Por lo tanto, es una jornada para recodar a los que se fueron, sí, pero también para celebrar los que nos quedamos.
La segunda motivación- los de dentro-los de fuera- , viene sugerida por el hecho histórico que motivó la celebración de esta memoria: la entrada de las tropas del general Wellington, “llegado de fuera” un 19 de enero de 1812 como libertador, y la respuesta por parte de la población (“los de dentro”) ante una situación nada fácil y hasta dramática. Sin necesidad de recordar con detalle aquellos hitos históricos, se repite de nuevo la bipolaridad: “los de dentro-los de fuera”.
Es ya tradición que el Obispo, en este día, haga referencia a nuestra situación concreta diocesana e ilumine algunos aspectos de la misma desde la fe. En primer lugar, me atrevo a contemplar al santo: lleno de dardos, sufriente, y, a la vez, sin perder la fe y la fuerza que otorga la esperanza. Contemplo también a los mirobrigenses “heridos”, particularmente jóvenes, que han tenido que emigrar en búsqueda de trabajo. Pido al Señor, por medio del Santo, que no olviden sus raíces cristianas y que nos les falte la fuerza del Santo Patrón; y que no abandonen la fe, que comporta, al mismo tiempo, esperanza y amor. Y, sobre todo, que no olviden a sus familiares y a los suyos que quedaron en estos lares.
Contemplo, al mismo tiempo a los mirobrigenses que, día a día, luchamos en este suelo bendito; y me atrevo a pedir a Dios, por medio de Sebastián, que, a pesar de todas las crisis y necesidades, no perdamos las ganas de hacer las cosas de cada día un poco mejor, que no perdamos la solidaridad y la fraternidad entre nosotros, que no perdamos el sentido fuerte y cristiano del matrimonio y de la familia, que no reneguemos de las mejores de nuestras tradiciones, y que, sumando juntos y nunca restando, hagamos posible una ciudad más emprendedora y más humana, donde los más necesitados sean siempre atendidos, y, por qué no, una ciudad más “al estilo y según el sueño de Dios”, donde se vivan los valores del Evangelio, y del humanismo cristiano, y donde nos sintamos sanamente orgullosos y alegres de ser, al mismo tiempo, ciudadanos del siglo XXI y cristianos de hoy.
El Papa Francisco suele repetir que cada uno somos ciudadanos de un pueblo civil, en el que tenemos que sentirnos plenamente integrados, y, además, sujetos de la historia y, al mismo tiempo, miembros vivos del pueblos santo y fiel que es la Iglesia que peregrina en los albores de este tercer milenio. A todos, creyentes y no creyentes, “a los de dentro y a los de fuera”, San Sebastián nos invita a ser hombres y mujeres sensibles a la realidad que nos rodea, con sus luces y sus sombras, con sus alegrías y sus tristezas, con sus logros y sus fracasos… Y, añado: el Santo nos urge a tener el coraje y la generosidad para asumir nuestra realidad, tomarla entre las manos, y ser consecuentes y coherentes con lo que llevamos en el corazón, aunque nos cueste lágrimas y sangre y hasta la misma vida. ¡Hay mártires que lo son de verdad día a día y no sólo de una vez, como San Sebastián!
Un recuerdo muy especial para nuestros enfermos y para todos los que sufren víctimas del odio, de la violencia o de la exclusión social y económica. ¡Incluso, aquí, en Ciudad Rodrigo!
Finalmente un deseo muy sincero para todos los presentes, tomando prestadas las palabras a Santa Teresa de Calcuta: “Enseñarás a volar, pero no volarán tu mismo vuelo. Enseñarás a soñar, pero no soñarán tus mismos sueños. Enseñarás a vivir, pero no vivirán tu misma vida. Y, sin embargo…en cada vuelo, en cada vida, en cada sueño, perdurará siempre la huella del camino que has enseñado”.
En otras palabras, atrevámonos a sembrar, aunque no recojamos, y a vivir sin complejos lo que cada uno de nosotros somos. Nos lo mostró San Sebastián y nos lo repite constantemente nuestro querido Papa Francisco: “Dios nunca se cansa de nosotros; somos nosotros los que nos cansamos de él”. Si esto es cierto, que jamás nos cansemos de Dios para no cansarnos de atender y entregarnos a los demás, comenzando por los más cercanos, y ensanchando nuestro corazón hasta los que “tuvieron que marchar”. Que vivamos la catolicidad y, al mismo tiempo, seamos una sola fraternidad mirobrigense, tanto “los de dentro como los de fuera”. Que así sea y así se lo pedimos al Espíritu Santo y a nuestro Santo Patrón.
+ Raúl, Obispo de Ciudad Rodrigo