Raúl Berzosa: «En él destacó su entrega pastoral y su compromiso, su carácter cercano y cariñoso, su piedad, su generosidad ante los necesitados y su buen sentido del humor»
Queridos hermanos sacerdotes, especialmente D. Martín (párroco) y D. Fernando (tan cercano siempre a D. José); querida familia de D. José; queridas religiosas de Marta y María; queridos residentes y personal laboral de la Residencia de San José; queridos todos:
Ayer por la noche, recibía la llamada de D. Fernando: “Ha fallecido D. José. Me lo acaba de comunicar su familia”. Debo confesar, como el mismo D. Fernando también me lo hizo notar, que fue una muerte inesperada, al parecer causada por un aneurisma.Precisamente el pasado miércoles celebré la Eucaristía en la Residencia y, al final de la misma, estuve charlando con D. José. Le encontré con buena apariencia y animado; incluso un poco socarrón, como era su carácter.
D. José no era sacerdote incardinado en nuestro presbiterio, pero le sentíamos como uno de los nuestros. Nació en París, en 1930. De padres emigrantes, muy vinculados a Bogajo. Fue ordenado sacerdote en el año 1965. Vivió varios años como Consagrado en los Oblatos de San Francisco de Sales hasta que pasó, por los años 80, al Clero Diocesano. Su labor pastoral se desarrolló sobre todo en San José de Palomares (Madrid), en Marsella, en París, y en Metz. Y, casi siempre, vinculado al mundo de los emigrantes. Cuando últimamente visitabas a D. José, su corazón estaba dividido entre Francia y España. Según me cuentan quienes le conocieron, en él destacó su entrega pastoral y su compromiso (fue expulsado de España en los años 60), su carácter cercano y cariñoso, su piedad, su generosidad ante los necesitados y su buen sentido del humor.
Cuando llegué a la Diócesis, aún le conocí viviendo en su casa de Fuenteliante. Y, ya en los últimos años, en la Residencia. Me consta que celebró, hasta el final, casi todos los días en su propia habitación. Fue muy probado por la enfermedad y, aún así, no tiró nunca la toalla.
Estuvo muy cuidado especialmente por sus primas Carmen y Julia. Últimamente ha sido asistido por las Hermanas de Marta y María y todo el personal cualificado de la Residencia. Dios os pague a todos lo que habéis hecho por D. José y que, humanamente, no tiene precio. Nunca os arrepentiréis de ello; especialmente en estos tiempos del jubileo de la Misericordia en los que suelo repetir que las Residencias y las Casas de los Mayores son verdaderas y auténticas escuelas de misericordia.
Hemos escuchado las lecturas correspondientes al Domingo de la Cuarta Semana del Tiempo Ordinario. En la primera, el profeta Sofonías hablaba de vivir en “un pueblo humilde y pobre”, como en realidad era la Residencia en la que vivía D. José y la elección que él hizo en vida a la hora de ejercer su ministerio. La segunda lectura de San Pablo a los Corintios volvía sobre el mismo tema: “Dios ha escogido lo débil del mundo”. Así se sentía D. José a los ojos de Dios y de los hombres. Finalmente, el Salmo 145 y el Evangelio de San Mateo nos han recordado las bienaventuranzas. La primera y la segunda resumen todo el sentido de la vida y del quehacer sacerdotal de D. José: “ser pobre de espíritu”, para dejarse amar por Dios y así amar a los demás; y “ser manso y humilde de corazón”, para saberse siempre criatura de Dios y dejar a Dios ser Dios, tanto en uno mismo como en todo cuanto nos rodea.
Finalizo con dos reflexiones muy reales: la primera, en forma de exclamación: ¡qué suerte morir en un ambiente cristiano y cuidado por creyentes!, como le sucedió a D. José. Y la segunda reflexión la vengo repitiendo cuando fallece un hermano sacerdote: como el sacerdocio es “in aeternum”, para siempre, y los sacerdotes no dejan de serlo ni descansan aún después de ir a la Casa del Padre, nos atrevemos a pedir a D. José que interceda ante el Señor y dueño de la Mies para que no nos falten nuevas y santas vocaciones sacerdotales en ésta, nuestra querida Diócesis, y en todas las demás diócesis donde él trabajó.
Nada más. Gracias a todos los presentes por vuestra oración y por vuestro testimonio de Fe y de Esperanza. Gracias muy especiales, y de nuevo a D. Martín y a D. Fernando, a la familia de D. José, a las hermanas de Marta y María, y a todos los que cuidasteis de él, incluido el personal médico y sanitario.
Que, en este sábado, la Virgen, Madre de los Sacerdotes, le haya conducido ante su Hijo, el Único y Verdadero sacerdote. Y que en el cielo nos volvamos a ver todos de nuevo y para siempre. Así sea. Amén.
+ Raúl, Obispo de Ciudad Rodrigo