Raúl Berzosa: » Recuerda las dos palabras claves de una vida monástica: oración y trabajo (“ora et Labora”) viviendo en fraternidad».
Queridos hermanos sacerdotes, querida comunidad de Carmelitas y querida hermana profesa, queridos todos.
No voy a glosar las Lecturas de hoy. Junto a las oraciones y los gestos de esta Profesión Solemne, hablan por sí mismos. Hoy, en cambio, he pedido a la Virgen María, Madre de las Consagradas, algo muy especial: que, con motivo de la profesión solemne de Sor Ruth María de la Inmaculada, nos escribiera una carta recordándola cómo tiene que vivir esta consagración. Y he entendido que, nuestra Madre, siempre tan generosa, me comunicaba lo siguiente:
Querida profesa, Sor Ruth María: lo primero que te pido es que seas siempre lo que eres. Porque si no eres lo que eres, no serás nada. No imites ni añores otras espiritualidades o carismas que no sean el tuyo. Recuerda las dos palabras claves de una vida monástica: oración y trabajo (“ora et Labora”) viviendo en fraternidad.
En segundo lugar, como personas consagrada, “deja a Dios ser Dios en tu vida”. Deja que el Señor encuentre en ti espacios donde se encuentre a gusto. Recuerda que, por la consagración, eres una persona expropiada existencialmente, transparencia de la gloria de Dios, sacramento viviente, morada abierta, seno materno y de redención, y servidora orante de la humanidad sufriente.
No busques más compensaciones que aquellas que te regalará la vida del Espíritu. Una consagrada no desempeña, a los ojos del mundo, “ninguna función concreta”: hace manualidades, pero no es una profesional; cultiva la tierra, pero no es agricultora; aprende, pero no es alumna; hace repostería, pero no es pastelera; consuela y aconseja a quien viene a visitarla, pero no es psicóloga… Es, sencillamente, una consagrada; con su tiempo, con su vida, con su actividad solo busca dar espacio al Señor, al Esposo, para que se manifieste y sea cada vez más “todo en todos”. La existencia de una consagrada consiste en crear y facilitar espacios para la presencia y el actuar del Dios Trino en la historia. Su vida no consiste en acaparar, en sobresalir, en dominar. Está siempre bajo el signo de la espera: «Estoy esperando a que el Señor venga; estoy esperando a quien Él quiera enviarme; estoy esperando a que Él obre en mí según sus planes».
Con otras palabras, no olvides nunca, Sor Ruth María de la Inmaculada, que la vida consagrada no conduce a ninguna meta humana específica ni concreta: no se busca hacer carrera, ni ser reconocida. No cabe ambición alguna. Por eso estás bajo la regla de vida (“la regula”), es decir, viviendo los consejos evangélicos, que no supone control, sino medida, ritmo, armonía, y saber dejar todo, en cualquier momento por el Todo, el Señor, para ir a lo esencial.
La vida consagrada es un verdadero aprendizaje para la verdadera libertad. La consagrada no es un rival ni de Dios ni de los hombres: sabe dejarse hacer con paciencia para que Dios vaya modelando y transformando su barro de criatura.
Querida hija: te llegarán, como así has experimentado ya durante estos años de preparación y formación, momentos de especial dificultad, de sombras y desánimos. Pero estate alegre y vive con optimismo y esperanza. La consagrada sabe que todas las notas, aún las más desafinadas y distorsionadas, tienen cabida en el Plan de Dios. Porque, al final, aparece y prevalece la armonía: «La disonancia puede ser redimida sin ser destruida». La historia de Salvación, en la que la consagrada se ve inmersa, es como una gran sinfonía capaz de abrazar hasta nuestros errores, equivocaciones y pecados, y en la que, al final, la belleza y la sana armonía triunfan. No es que Dios borre las notas desafinadas o niegue su existencia, sino que Él encuentra para ellas su lugar adecuado dentro de una bella sinfonía redentora.
Recuerda que toda la vida de una consagrada está marcada por la verdadera humildad, y atravesada por la trasparencia y el servicio generoso y radical. Como consagrada, eres mujeres de un solo amor y de un solo Amante, de un único Esposo: el más Bello y Fiel, Jesucristo, Nuestro Señor. Ten la mirada siempre fija en Él, y desde Él, en los demás.
Se te pide desnudez y abandono, autenticidad. Te lo repito: no tienes que repetir caminos de otros, ni dar la talla, ni vivir de imágenes falsas. Sé niña en el Espíritu, abandonada y confiada. Vive la fraternidad auténtica, en forma de Cuerpo, y haz realidad la audacia de la entrega creativa a los más necesitados, los de dentro y los de fuera, para devolverles el verdadero rostro de su dignidad y esa esperanza que el mundo no puede dar.
No olvides, finalmente, que toda vuestra espiritualidad bebe, hunde sus raíces, se expresa y culmina en la Liturgia, especialmente en la Eucaristía. En ella todo tiene su origen, todo se abraza, todo se redime y todo se transfigura. La Eucaristía es la gloria de Dios presente en la humildad de nuestra carne, de nuestro tiempo y de nuestro espacio. Desde ella experimentarás que no eres ni el centro del mundo ni siquiera de ti misma: Él, el Esposo y Señor, presente en el Misterio Eucarístico, es el principio, el camino, y el final. Y es la razón y la fuerza de la entrega radical a los más necesitados.
Que el Espíritu Santo de la Vida y de la Verdad te haga gustar todas estas dimensiones que dan razón de lo que eres y estás llamada a ser por la Profesión Solemne. Que lo que Dios ha comenzado como algo muy bueno y muy bello en ti, Él mismo lo lleve a feliz y definitivo cumplimiento. Unidos en la comunión de los santos y en el mismo Canto del Magnificat. Gracias, sor Ruth por llevar en el nombre “María de la Inmaculada”. Tuya siempre, tu Madre María.
Después de esta carta de La Virgen, tan sólo debo añadir un agradecimiento muy sincero a esta comunidad de Carmelitas que habéis acompañado, con fidelidad y caridad, a sor Ruth hasta el día de hoy. Os pido que no os canséis de rezar por este Obispo y esta Diócesis. Y os encomiendo una petición muy especial: si no es posible que venga otra nueva comunidad contemplativa de monjas, que al menos la Providencia nos depare una comunidad de consagrados. Se lo encomendamos a Santa Teresa, San Juan de la Cruz, La Madre Maravillas y tantos santos y santas de esta orden carmelita. Amén.
X Raúl , Obispo de Ciudad Rodrigo