Raúl Berzosa: «Una comunidad, como este Seminario, estará centrado cuando “su centro real” sea Jesucristo; y, en Él, todos, como los radios de una bicicleta, estemos bien unidos a Él e, inseparablemente, entre nosotros»
Querido Sr. Rector, queridos hermanos sacerdotes, formadores y profesores; queridos seminaristas y padres; queridas hermanas de Marta y María y residentes de la Casa Sacerdotal; queridos trabajadores y bienhechores de nuestro seminario.
Un año más celebramos la Fiesta de nuestro Patrono, San Cayetano. Las lecturas de este día nos hablan de que en en el caso de San Cayetano, al igual que en Daniel, Ananías, Misael y Azarías, el “Señor no encontró a ninguno como ellos”, con tantas virtudes y dones. Por eso, en el Salmo, hemos repetido, “A ti gloria y alabanza por los siglos”. ¿Qué se nos pide en este día? – Que cada uno, de nosotros, como la viuda del evangelio de hoy, echemos y demos lo poco o mucho que tengamos y que el Señor de todos los dones nos ha regalado.
Dejo las lecturas litúrgicas, e incluso dejo la figura y la obra de San Cayateno, y me centro en el objetivo pastoral que toda la Diócesis está viviendo durante este curso: “Fortalecer las comunidades cristianas”.
Me alegra que recientemente, hayáis visitado la comunidad de Iesu Communio, en La Aguilera de Burgos. Una auténtica comunidad cristiana. Recuerdo que, en el año 2012, en la Catedral de Burgos, al finalizar su presentación pública, el entonces Arzobispo, Mons. D. Francisco Gil Hellín, retó a mi hermana: “Verónica, con palabras sencillas, dinos ¿qué sois?”- Mi hermana, miró al Arzobispo y le respondió con humildad: “Somos cristianas; solo cristianas, como se lee en los Hechos de los Apóstoles, n. 4: “Tenemos un solo corazón y una sola alma. Nadie considera sus bienes como propios, sino que todos son comunes. Damos testimonio del Señor Jesús y hacemos presente una Iglesia Viva que acoge, sana y te cambia la vida”.
Hoy, en este día, brevemente, me atrevo a volver la pregunta: “Seminario Diocesano, ¿Qué comunidad eres y qué quieres vivir?”… – Ojalá se hiciera realidad en esta casa lo escrito, hacia el año 150, y conocido como “Carta a Diogneto”: “Los cristianos no son distintos de los demás ni por la patria, ni por la lengua, ni por otras costumbres… Su doctrina no se debe al descubrimiento de hombres particularmente intelectuales, ni se basa en un pensamiento inventado por los hombres… Testimonian una forma de vida admirable y paradójica: ya que viven en su patria pero como si fueran forasteros; participan en todo como ciudadanos pero se distancian de todo como extranjeros. Toda tierra extraña es patria para ellos… Están en el mundo pero no son mundanos. Habitan en la Tierra pero su ciudadanía es el cielo. Obedecen las leyes establecidas pero con el testimonio de su vida las superan. Aman a todos y todos los persiguen. Se los condena sin conocerlos. Se les da muerte y, con ello, reciben la vida. Son pobres y enriquecen a muchos; carecen de todo y abundan en todo. Sufren la deshonra y ello les sirve de gloria; sufren detrimento en su fama y ello atestigua su justicia. Son maldecidos y bendicen; son tratados con ignominia y ellos, en cambio, devuelven honor. Hacen el bien y son castigados como malhechores; al ser castigados a muerte, se alegran como si se les diera la vida. Los judíos los combaten como a extraños y los gentiles los persiguen y, sin embargo, los mismos que los aborrecen no saben explicar el motivo de su enemistad. Para decirlo en pocas palabras: los cristianos son en el mundo lo que el alma es en el cuerpo”.
Queridos formadores, profesores y seminaristas: tras leer esta Carta, “¿se puede decir lo mismo de nosotros?”… “¿Somos comunidad, en Ciudad Rodrigo, como hemos leído en la Carta a Diogneto?”…
En el inicio del Curso pastoral, he repetido también lo que el sacerdote D. Marcelino Legido, buen párroco y buen pastor de nuestro tiempo, pedía hoy a una comunidad cristiana: ser comunión de vida, de bienes, de dones y de caminos.
La comunión de vida es tener un mismo sentir,“un solo corazón y una misma alma” (Ac 4,32). La comunión de bienes es abrir las manos y compartir lo que tenemos, poco o mucho. La comunión de dones, es desarrollar las vocaciones, carismas y funciones regalados por el Espíritu Santo. Y, finalmente, la comunión de caminos, es sentarnos en la Mesa de la Eucaristía donde han de resonar los gritos y gemidos de toda la humanidad, para hacer el mismo gesto del Señor: “Id y bautizad en mi nombre; curad a los enfermos y resucitad muertos…” (Mt 10,8).
Finalizo: Jesús, nuestro Señor, ha hecho posible un nuevo tipo de relaciones comunitarias y de comunidades: relaciones basadas en la verdad y en afrontar con realismo los hechos; relaciones de personas libres y que buscan la libertad auténtica; relaciones de justicia y, al tiempo, de caridad y de misericordia; relaciones de esperanza en el futuro; relaciones de igualdad y no de competitividad; relaciones de servicio y no de poder o de mero figurar; relaciones de solidaridad y no de explotación; relaciones de compromiso y no de pasotismo e inhibición…
No lo olvidéis nunca: una comunidad, como este Seminario, estará centrado cuando “su centro real” sea Jesucristo; y, en Él, todos, como los radios de una bicicleta, estemos bien unidos a Él e, inseparablemente, entre nosotros.
Que el Espíritu Santo, que es como el cemento o el pegamento que hace posible la comunión profunda y duradera, nos lo conceda. Que la Virgen María, madre de los seminaristas, y San José y San Cayetano, nos ayuden en nuestro caminar, en comunión y con alegría, durante todo este curso.
+ Raúl, Obispo de Ciudad Rodrigo