Raúl Berzosa: «A la luz de la Virgen coronada, se nos pide que, viviendo con entrega y humildad en esta tierra, seamos un día elevados a las alturas del cielo»
Queridos hermanos sacerdotes, querido Presidente y hermanos cofrades de la Virgen de las Viñas, queridos familiares, queridos todos.
Sí, la Virgen de las Viñas es “la reina de Aranda”, nuestra reina. Ya Damián Jenárez, en el siglo pasado, escribió: “Aranda proclama a la Virgen de las Viñas como Reina y Señora”. Y, el recién proclamado beato Manuel Requejo, también en el siglo pasado dijo: “Nosotros, con mucho y sano orgullo somos los siervos; y la Virgen de las Viñas es nuestra Señora”. Y, más recientemente, el cardenal Carlos Amigo se atrevió a predicar: “La corona de la Virgen de las Viñas está hecha de fe y reconocimiento agradecido. Es el pueblo quien pide coronar a la Virgen y lo avala. Porque coronar a la Virgen, es reconocer a Cristo como Señor y Rey del Universo y corona de todos los santos”.
Nos centramos en recordar, la historia de lo que hemos venido celebrando durante todo un año: el centenario de la coronación canónica de nuestra Virgen, acontecida el 9-9-2017. Como es bien conocido, en principio, se pretendía sólo comprar una nueva corona para la Virgen, pero terminó siendo “una verdadera coronación canónica”. Se argumentó en Roma, a su favor la larga tradición de advocación mariana a la Virgen de las Viñas; el culto constante en su santuario; y, sobre todo, los frutos de fe y de conversión, con milagros incluidos.
Para hacer posible la coronación, se realizó una suscripción popular, promovida por mujeres arandinas devotas de la Virgen. Presidía entonces, como camarera mayor, Doña Josefina Arias de Miranda, y destacó el sacerdote D. Alfonso Rozas, coadjutor de Santa María.
Como dato curioso, en Julio de 1917 la cantidad recaudada ascendía a 5.041 ptas. La factura de la joyería “sobrino de Nicolás Asenjo”, de Madrid, del 20 de julio de 1917, asciende a 5.050 ptas. La suscripción popular continuó y se determinó que lo sobrante se invertiría en piedras preciosas para engarzar en la corona. Así se describía la corona: “corona digna y riquísima en sus materiales; verdadera obra de arte y exquisitamente trabajada… Un kilo de oro puro y orlado de piedras preciosas: diamantes, esmeraldas, y granates topacios; todo ello donado por las arandinas… Remata una cruz de hermosos brillantes… De oro es también el rostrillo que se pone en ocasiones a la Virgen y también la corona del Niño”… El joyero madrileño dejo no sólo satisfechos sino “entusiasmados” a todos los arandinos”…
El día de la coronación, se presentó un problema: ¿Dónde celebrarla, ya que la ermita resultaba pequeña? – Se optó, con acierto, por la explanada de la Virgen. Dejamos la historia y nos centramos en la teología y espiritualidad profundas: ¿Qué significa, desde el punto de vista cristiano, que María, la Virgen, sea coronada de gloria?…
Respondemos recordando que a todos los cristianos se nos promete la herencia del reino de Dios (1 Cor 6,9; Gal 5,21; Ef 5,15). Esta meta es considerada, en la Escritura, como “coronación” y “entronización” (Ap 22,5 Ef, 2,6). En la Escritura aparece la imagen de la corona 18 veces y, excepto los cuatro pasajes de la coronación de espinas de Jesucristo, es el premio a la fidelidad a Cristo (2 Tim 4,7) y a la victoria sobre el mal, como “aureola de luz.
La Virgen María ha conseguido para siempre la “corona” de la gloria (1 Pedro 5,4), la corona “incorruptible” ( 1 Cor 9,25), la “corona de la vida” (Sant 1,12; Ap. 2.10). Aparece en el Apocalipsis como la mujer que porta sobre su cabeza una corona de doce estrellas (Ap 12,1). Ahora bien: la realeza de María, como la de Jesús, es de “servicio” (de kénosis y diakononía) (Mc 10,45). La Iglesia proclama a María como reina gloriosa que reina con Cristo, en virtud del Espíritu, como premio de su servicio creyente y maternal y como continuación del mismo “hasta la consumación perpetua de todos los elegidos” (LG 62).
Si estos son los datos de la Sagrada Escritura, la siguiente pregunta es cómo se fue consolidando, en la historia del cristianismo, la coronación de la Virgen. Comienza este título de Reina en el s. IV, y culmina con el Papa Pío XII, el 11–10-1954 (en el documento pontificio Ad coeli Reginam). “¿Por qué es Reina según el Papa Pío XII?”…- Por ser la Madre de Dios; por ser “socia del redentor, como Nueva Eva; y por estár exaltada (asunta) a la Diestra de su Hijo, el Rey, para siempre.
María, en resumen, es reina en cuanto participa de la realeza de todo el Pueblo de Dios, y en cuanto acoge al Rey y hace posible el reino de Dios, dominando las fuerzas del mal; esta realeza comienza en su concepción inmaculada y culmina en la Asunción. María es reina en sentido evangélico, de servicio y no de honores, como se entiende el Reino y el reinado mesiánico de Jesucristo.
Más recientemente, “¿qué sentido se da a la coronación de la Virgen en el Nuevo ritual, del año 1981?”…:
Se afirma que el Hijo de Dios, voluntariamente, se rebajó hasta la muerte de cruz y, por su resurrección, resplandece lleno de gloria eterna, sentado a la derecha de Dios como Rey de reyes y Señor de señores. La Virgen, que quiso llamarse “la esclava” del Señor, fue elegida Madre del Redentor y verdadera madre de los que viven. Ahora, exaltada y “coronada” sobre los coros de los ángeles, reina gloriosamente con su Hijo, intercediendo por todos los hombres como abogada de la gracia y reina de la misericordia.
Siguiendo su ejemplo, se nos invita a que consagremos, como ella, nuestras vidas a Dios; y, cumpliendo la ley del amor, aprendamos a servirnos unos a otros con diligencia.
En resumen, a la luz de la Virgen coronada, se nos pide que, viviendo con entrega y humildad en esta tierra, seamos un día elevados a las alturas del cielo y, así, merezcamos llevar en nuestras cabezas la misma corona de la Virgen.
¿Qué mensaje final quisiera dejar en este día, y como final del año jubilar mariano, para todos los arandinos y arandinas, en nombre de la Virgen de las Viñas?… – Que tengamos un estilo de vida, en lo cotidiano, muy “mariano”, imitando el estilo de vivir de nuestra Virgen, a saber: Cristo, en el corazón. La Eternidad, en la cabeza. En las manos: Eucaristía y pobres. Los pies en la tierra pero “sobre” la tierra, sin embarrarnos. Los Oídos, para escuchar las voces de esta tierra y las de la universalidad. Los ojos, uno en el Evangelio y, el otro, leyendo Evangelii Gaudium, como nos pide el Papa Francisco. Los pulmones, uno para oración personal y, el otro, para la oración litúrgica. La Nariz, bien limpia, olfateando los signos de los tiempos, es decir, donde habla Dios hoy o donde se le quiere hacer callar. Y nuestra boca y lengua, para alabar, anunciar, bendecir, y agradecer. Nunca para maldecir, criticar o ser profeta de “calamidades. Que el Espíritu Santo que va a obrar el milagro de convertir el pan y el vino en el Cuerpo y la Sangre de Nuestro Señor Jesucristo nos lo conceda.
Por mi parte, un recuerdo muy agradecido para nuestro Arzobispo, D. Fidel, y a todos los que han preparado con tanto mimo y amor este año mariano de la coronación. Al mismo tiempo, una oración sincera por nuestros difuntos y mi bendición especial para los presentes, para nuestras familias y, sobre todo, para nuestros enfermos. ¡Jesucristo y su Bendita Madres nos sigan bendiciendo hasta que lleguemos a encontrarnos con ellos un día en el cielo! Así sea.
+ Mons. Raúl Berzosa, Obispo de Ciudad Rodrigo