Raúl Berzosa: «El Catequista siempre debe partir desde Cristo en un doble movimiento: ser discípulo y, después, misionero»
Queridos hermanos sacerdotes; queridas Teresianas, especialmente Pilar y Gloria, responsables de la Delegación de Catequesis, queridas consagradas; queridos catequistas, queridos todos:
en este día tan bonito, en el que nos reunimos los catequistas de los diversos arciprestazgos diocesanos, quiero fijar mis palabras en dos momentos: primero, resaltar algunos rasgos de la vida de San Enrique de Ossó y, en segundo lugar, regalaros algún mensaje del Papa Francisco a los catequistas de hoy. Gracias por vuestra presencia y por vuestra dedicación en este necesario ministerio profético. En este año en que celebramos como objetivo pastoral el reforzar las comunidades cristianas, ¿qué sería de nuestras comunidades sin vuestro ministerio?…
Enrique Ossó nació en 1840, en Vinebre, cerca de Tortosa. Leyendo la vida de Santa Teresa descubrió su vocación sacerdotal. Siempre quiso sentirse, como la santa abulense, “hijo de la Iglesia”. Fue ordenado en 1867 y se dedicó, prioritariamente, a la catequesis juvenil y a las misiones populares; sin descuidar el apostolado de la prensa. Editó la Revista Teresiana, El amigo del Pueblo, Una guía del catequista y hasta un Catecismo para obreros.
Como fundador, ideó un Instituto de Hermanos Josefinos y otro de Misioneros Teresianos. Pero su gran obra fue la Compañía de Santa Teresa, fundada en 1876, convencido ya entonces de que “el mundo será lo que sean las mujeres”. No le faltaron pruebas y tribulaciones, como la división interna de un convento de Carmelitas Descalzas, que él había levantado, o la división dentro de su misma fundación de Teresianas. Lo superó con el mismo espíritu de las Santa: “Todo se pasa. La paciencia todo lo alcanza. Quien a Dios tiene nada le falta. Sólo Dios basta”. Falleció el 27 de enero de 1896. D. Marcelo González escribió una biografía titulada: “D. Enrique de Ossó o la fuerza del sacerdocio”.
Para nosotros, hoy y aquí, también “la fuerza de la Catequesis”. ¿Qué mensaje nos regalaría a nosotros, catequistas del siglo XXI?… – Permitidme que lo haga a través de nuestro querido Papa Francisco. El 27 y 29 de Septiembre de 2013, habló a Catequistas de todo el mundo, con estas tres claves: lo primero que debe tener claro un catequista es su identidad: “somos catequistas”, no solo “trabajamos” como catequistas. Ser catequista es una vocación y un servicio. Ser catequista significa dar testimonio de la fe y ser coherente con la propia vida. Catequista es quien custodia y alimenta la memoria de Dios; la custodia en sí mismo y sabe despertarla en el corazón de los demás. El catequista es precisamente un cristiano que pone esta memoria al servicio del anuncio; no para exhibirse, no para hablar de sí mismo, sino para hablar de Dios, de su amor y de su fidelidad. Habla y transmite todo aquello que Dios ha revelado. Esto requiere esfuerzo y compromete toda la vida.
El catequista será un hombre o mujer de la memoria de Dios si tiene una relación constante y vital con Él; si es hombre de fe, que se fía verdaderamente de Dios y pone en Él su seguridad; si es persona de caridad y de amor, que ve a todos como hermanos; si es portador de paciencia y de perseverancia, y sabe hacer frente a las dificultades, a las pruebas y a los fracasos, con serenidad y esperanza en el Señor; si es amable, y capaz de comprensión y misericordia.
En segundo lugar, el Catequista siempre debe partir desde Cristo en un doble movimiento: ser discípulo y, después, misionero. Esto significa tener familiaridad con Jesucristo y permanecer en Jesús. Solo así el catequista dará fruto. ¡Tenemos que Dejarnos mirar por el Señor para, después, salir de uno mismo e ir al encuentro del otro! El corazón del catequista vive siempre este doble movimiento de “sístole y diástole”: unión con Jesús y encuentro con el otro. Se une a Jesús para salir al encuentro de los demás. Si falta uno de estos dos movimientos el corazón no late bien y no puede vivir mucho tiempo.
Partir de Cristo significa, además, no tener miedo e ir a los alejados y a las periferias geográficas y existenciales. Sin importar los accidentes. El Papa repite que “¡prefiere mil una iglesia accidentada a una iglesia enferma y encerrada en sí misma!”. Por eso desea un catequista que tenga el valor de arriesgar y salir, y no un catequista que, aunque sea muy docto, permanece cerrado siempre en sí mismo, o en su grupo, y, por lo mismo, enfermo y enfermizo!
En tercer lugar, ser catequista hoy requiere mucho amor y fidelidad. Amor cada vez más fuerte a Jesucristo y amor a su pueblo santo. El catequista debe amar a Jesucristo y a su Iglesia. Debe amar a sus catequizandos. Pero, además debe ser fiel al mensaje recibido: el catequista ha de vivir y enseñar la doctrina cristiana en su totalidad; sin quitar ni agregar. Por ello el catequista, para ser fiel, debe formarse permanentemente y evitar la tentación “de apoltronarse”, de acomodarse, y hacer siempre lo mismo y lo rutinario…
Finalmente, en el Jubileo del Catequista, del año 2016, el Papa Francisco subrayó que de la boca del catequista no deben salir lamentos, ni protestas ni palabras despectivas. Como servidores de la palabra de Jesús, estamos llamados a no hacer alarde de las apariencias y a no buscar nuestra propia gloria; tampoco podemos estar tristes y disgustados. No somos profetas de desgracias y calamidades, que en todo ven peligros o extravíos; no somos personas que se atrincheran, lanzando juicios amargos contra la sociedad, la Iglesia, contra todo y todos, contaminando el mundo de negatividad. El derrotismo quejoso no es propio de quien tiene familiaridad con la Palabra de Dios. El que tiene fe en Jesucristo proclama la esperanza del Evangelio es siempre portador de alegría y sabe ver lejos, en los horizontes amplios; no se siente un muro cerrado; sabe mirar más allá del mal y de los problemas. Pero, al mismo tiempo, el catequista sabe ver “de cerca”, porque está atento al prójimo y a sus necesidades. El Señor nos lo pide ante tantos hermanos necesitados, los pobres Lázaros de hoy. No podemos pasar de largo ni delegar siempre en otros; ni mucho menos decir: «Te ayudaré mañana, hoy no tengo tiempo». El tiempo es un regalo de Dios para ayudar a los demás; es tiempo regalado por Jesús para amar; un amor que permanece, y que es nuestro tesoro para el cielo, ganado ya aquí en la tierra.
Concluyo: como obispo, en nombre de toda la Diócesis, os doy sinceras gracias, queridos catequistas, por vuestra vocación y entrega. Por esa llamada de Dios, tan especial y personal, tenéis reconocida vuestra misión y vuestro ministerio. Nunca os sintáis solos; habéis sido enviados por la comunidad. Ojalá el Espíritu Santo os conceda la gracia de veros renovados cada día por la alegría del primer anuncio: “Jesús os ama personalmente y os da la fuerza para vivir y anunciar el mandamiento del amor”, superando la ceguera de las apariencias y todas las tristezas del mundo. Sed muy sensibles y entregados a los más necesitados, especialmente a los niños y a los jóvenes. Nos jugamos en ello el futuro de nuestra Iglesia. Y, por favor, no descuidéis el tema vocacional. Sed mediadores y “despertadores de vocaciones” al ministerio sacerdotal, a la vida de especial consagración y al compromiso laical.
Queridas Pilar y Gloria, Delegadas de Catequesis, gracias por el generoso y fecundo trabajo que hacéis en las escuelas de catequistas, especialmente en los Arciprestazgos, que son la célula básica diocesana para una pastoral de conjunto. Que nunca os falte la Luz de Dios, y la colaboración de los hermanos sacerdotes y laicos. Mi bendición para todos. Nos encomendamos a María, Modelo de los Catequistas, a San Enrique de Ossó y tantos santos catequistas.
+ Raúl, Obispo de Ciudad Rodrigo