Raúl Berzosa: «Su carácter fue alegre, entusiasta, buen y fiel compañero, trabajador, piadoso, conciliador, muy familiar y cariñoso, desprendido y caritativo»
Queridos hermanos sacerdotes y diáconos; querida familia de D. Celso: hermanos de sangre Amparo y Manuel , hermanos políticos Eduardo y Carmen, sobrinos Amparo, Jose Carlos, Beatriz, Alvaro, Guillermo, Javier, Mar y Alvaro; queridas consagradas; queridos todos, especialmente los feligreses de San Andrés y los miembros de las diversas Cofradías de esta parroquia:
Nadie esperábamos este desenlace de nuestro querido D. Celso: se nos fue en el día en que acabábamos de celebrar la Fiesta de Jesucristo Sumo y Eterno Sacerdote, justamente en un sábado mariano. Recibí la llamada del Sr. Vicario General muy temprano, comunicándome la triste noticia. Recordé cómo numerosos hermanos sacerdotes habían estado visitándolo, precisamente el día anterior. Hablé con su hermano Manuel y me hizo el mismo comentario: “lo dejamos bastante tranquilo a las 11,00 h de la noche en el Hospital de La Pasión”. ¡En verdad, el Dios de la Vida, tiene sus caminos y sus designios que no podemos conocer! ¡Son un misterio! ¡Somos un misterio!
En la Eucaristía celebrada el Sábado en el Seminario, pedimos especialmente por todos los sacerdotes enfermos, recordando especialmente a D. Celso. Los tres sacerdotes que celebraban sus bodas de Oro (D. Joaquín, D. Guillermo y D. Gabino) nos hablaron de las tres “primaveras” en su sacerdocio: la de su ordenación, la de los 25 años, y ésta de ayer, a sus 50 años de ministerio sacerdotal. Daban gracias a Dios y continuaban reiterando su espíritu de compromiso y servicio Sacerdotal. D. Celso estaba a punto de cumplir sus Bodas de Oro. Y para él, ya ha llegado la primavera sacerdotal definitiva: el encuentro con el Siempre Joven y más Bello: Nuestro Señor Jesucristo, el Señor de la llamada.
En las lecturas de la Liturgia de hoy, en la primera, tomada del Apóstol San Pedro, se nos decía “que sin haber visto a Cristo lo amáis y creéis en él y así os alegráis con un gozo inefable”. Acoto: es cierto, pero no del todo. D. Celso ha visto a Cristo palpable y actuante en la celebración de los misterios de Jesucristo, especialmente la Eucaristía. Y, por el trato compartido, doy fe que ha sido un sacerdote lleno de fe y que ha creído verdaderamente en Nuestro Señor Jesucristo y lo ha amado y servido con todo su corazón y con todo su ser. Con el salmo 110 hemos cantado “que el Señor recuerda siempre su alianza”. Lo experimentó D. Celso: sabía que la fidelidad a su ministerio no dependía tanto de su persona como de la fidelidad misma de Jesucristo en él y hacia él. Y, finalmente, en el Evangelio de San Marcos Jesús nos pedía “vender todo lo que tenemos y dejar todo lo que somos, para seguirle y entregarnos a Él y, en Él, a los demás”. Esto lo supo hacer con creces D. Celso. ¿Qué rasgos destacamos de su rica vida ministerial?…
Nació en Cabeza del Caballo, en 1945. Ordenado sacerdote en 1970. Fue nombrado, también en 1970, Coadjutor de la Fuente de San Esteban y Profesor de Religión del Colegio de dicha localidad. Fue Párroco de Navasfrías, de 1971 a 1997. En tres ocasiones ejerció como Arcipreste de Fuenteguinaldo. En 1997, se le traslada a la Parroquia de San Andrés, y se le nombra Párroco “in solidum” con D. Hilario Marcos Sánchez, donde sirvió, ya como Párroco, hasta el momento de su fallecimiento. Delegado Diocesano de Pastoral Caritativa y Social, Delegado de Cáritas Diocesana, y Responsable de la Residencia de Mayores de Fuenteliante, entre los años 2000 al 2007. En el año 2007 pasa a ser Consiliario de Cáritas. También ejerció como Administrador, y más tarde Párroco de Valdecarpinteros, desde el año 2004. Encargado del Cementerio Municipal de Ciudad Rodrigo, también desde el año 2004, e histórico Capellán de la Ilustre Cofradía de la Santa Cruz.
Añadimos a estos datos, más bien fríos, algunas pinceladas de su carácter: alegre, entusiasta, buen y fiel compañero, trabajador, piadoso, conciliador, muy familiar y cariñoso, desprendido y caritativo, también con su temperamento y su genio a veces, y, sobre todo, quiero destacar que fue ejemplar hijo para con su madre a la que atendió – particularmente en sus últimos años- con un cariño y dedicación fuera de lo normal. Si me lo permitís, un subrayado: cuidaba más a los demás de lo que se cuidaba a sí mismo. El Señor permitió una gravísima enfermedad, fruto de una desgraciada caída, que sin duda sirvió para purificarlo y prepararlo aún más en su viaje hacia la Jerusalén Celestial, donde ya no habrá dolor ni sufrimiento, ni luto ni llanto. Vivió en su carne la espiritualidad de una de las Cofradías de las que, ya hemos dicho, fue capellán durante tantos años: la Santa Cruz. Cruz de dolor redentor; Cruz de Salvación; Cruz que culmina en la Gloria. Dio el paso a la eternidad en el día de la Santísima Trinidad, haciendo realidad que salimos del seno del Dios Trinitario y volvemos a Él.
No deseo alargarme más. En el capítulo de agradecimientos, uno especialísimo a sus hermanos Amparo y Manuel: más y mejor no habéis podido hacer por nuestro querido Celso. ¡Cómo me admiraba vuestra sonrisa y acogida, siempre, y vuestro trato tan cariñoso y delicado hacia D. Celso, siempre que lo he visitado en el Hospital Virgen de la Vega y, últimamente, en el Hospital de la Pasión! ¡Con qué constancia y dedicación lo habéis tratado hasta el final, posponiendo incluso otras obligaciones familiares! ¡Nos habéis dado sana envidia y nos habéis mostrado el más vivo ejemplo de lo que tenemos que hacer unos con otros en situaciones tan delicadas! Dios, y la Virgen Madre, os pague todo lo que habéis hecho, porque humanamente es impagable.
Gracias a la parroquia de San Andrés, donde D. Celso, literalmente, ha dejado su vida. Gracias a todos los colaboradores más cercanos y fieles y a las fuerzas vivas de esta querida Parroquia de San Andrés. Rezad por D. Celso, sí, pero también encomendaros a él. Gracias a los sacerdotes que habéis atendido esta Parroquia, junto a D. Celso. Gracias a los Patronos y a las Hermanas del Hospital de la Pasión, que tan generosamente recibisteis a D. Celso. Gracias al personal médico y sanitario de Ciudad Rodrigo y del Hospital Virgen de la Vega. Gracias a todos los presentes por vuestro cariño hacia D. Celso, por vuestra oración y por vuestro testimonio de Fe en la Resurrección.
Pedimos a D. Celso, como siempre hacemos cuando se nos va un hermano sacerdote al cielo, que interceda ante el Dios de la Llamada, para que se susciten nuevas y santas vocaciones sacerdotales en nuestra pequeña Diócesis civitatense.
Se nos ha ido un buen sacerdote, pero sólo “físicamente”, porque él seguirá peregrinando con esta Iglesia diocesana. Por eso, pediremos por él, por si necesitara de nuestras oraciones y sufragios, pero nos encomendaremos a él. ¡D. Celso, gracias por tu ejemplo y tu buen hacer! Gracias porque, hasta el final, te entregaste con total fidelidad. Y, sobre todo, ¡gracias, Señor, por la calidad humana y sacerdotal de los sacerdotes que has regalado a este privilegiado presbiterio de Ciudad Rodrigo!
Que el Espíritu Santo, que hará posible el milagro de convertir el Pan y el Vino en el Cuerpo y Sangre de Nuestro Señor, nos haga crecer en nuestra fe en la Resurrección y que un día, en el cielo, volvamos a encontrarnos todos los presentes con nuestro Hermano Celso, con nuestros familiares, con la Virgen María, Nuestra Señora la Virgen de la Peña de Francia, y con los santos y santas que cuidan de nosotros y en cuyas cofradías los dais culto en esta parroquia; entre otros, San Antón y San Isidro. Que así sea. Amén.
+ Cecilio Raúl, Obispo de Ciudad Rodrigo