Ordenación Anselmo Matilla

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Raúl Berzosa:» ¡Querido don Anselmo, estoy seguro que vas a ser muy feliz como sacerdote!»

Querido hermano en el episcopado, D. José; queridos hermanos del presbiterio de Ciudad Rodrigo y de otros lugares; querido D. Anselmo y familiares; queridos seminaristas de esta Diócesis y del teologado de Avila; queridos consagrados; queridos todos:

¡Qué gran regalo de Reyes ha tenido la Diócesis este año: la ordenación presbiteral de D. Anselmo! A decir verdad, ¡la espérabamos! Como hemos escuchado en la primera lectura, del profeta Isaías, “la gloria del Señor ha amanecido en este día para todos nosotros”. Y, con el Salmo 71, bien podemos cantar que “se postrarán, ante el gran misterio del sacerdocio, todos los pueblos de la tierra”. La Carta a los Efesios nos ha recordado que, de la misma manera que el cristianismo es un don para todos – incluídos los gentiles-, el sacerdocio ministerial también lo es. Y, con el Evangelio de San Mateo, podemos decir que, si los Reyes Magos vinieron de Oriente para adorar al Niño Dios, nosotros, de diferentes latitudes geográficas hemos venido a dar gracias a Dios por la ordenación de Anselmo y a ser testigos de este hermoso evento.

Hace unos días, clausurábamos el Año Franciscano. Al hacerlo, me vino a la mente el encuentro que, en Asís, el día 8 de noviembre de 2014, mantuvo el Papa Francisco con obispos y sacerdotes italianos. Los regaló, como acostumbra, un sugerente mensaje que, hoy, quisiera hacer nuestro, y dedicado especialmente al nuevo ordenando.

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‘Memoria Agradecida’

Con una gala solidaria se ha puesto punto y final a los actos con motivo del Año Franciscano. Música o poesía se enmarcaron dentro de este recital en el que también intervino el obispo de la diócesis, Mons. Raúl Berzosa, que tocó varias piezas al piano.

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Año Nuevo

Raúl Berzosa: «El Papa recuerda que, hoy como ayer, en la raíz de la esclavitud se encuentra una concepción de la persona humana que admite ser tratada como un objeto»

Queridos hermano sacerdotes, queridos todos:

¡Feliz y santo año nuevo 2015! Celebramos la solemnidad de Santa María, Madre de Dios. Es, también, la jornada mundial por la paz.

Con el Salmo 66, hemos pedido que el Señor tenga piedad y nos bendiga. Dejando las lecturas del día, que siguen reflejando el misterio de los días grandes de la navidad, nos centramos en el mensaje del Papa Francisco para esta jornada.

El tema que elegido recuerda la carta de san Pablo a Filemón, en la que le pide que reciba a Onésimo como un hermano: había sido su antiguo esclavo (Flm 15-16). La Buena Nueva de Jesucristo, por la que Dios hace «nuevas todas las cosas» (Ap 21,5), también es capaz de redimir las relaciones entre los hombres, incluida aquella entre un esclavo y su amo, destacando lo que ambos tienen en común: la filiación adoptiva y el vínculo de fraternidad en Cristo.

El Papa, con el realismo y valentía que le caracteriza, pasa a describirnos los múltiples rostros de la esclavitud de hoy: tantos trabajadores y trabajadoras, incluso menores, oprimidos en todos los sectores; desde el trabajo doméstico al de la agricultura, de la industria manufacturera a la minería, tanto en los países donde la legislación laboral no cumple con las mínimas normas y estándares internacionales, como de manera ilegal, en aquellos cuya legislación aparentemente protege a los trabajadores.

Piensa también en las condiciones de vida de muchos emigrantes que, en su dramático viaje, sufren el hambre, se ven privados de la libertad, son despojados de sus bienes, o de los que se abusa física y sexualmente. En aquellos que, una vez llegados a su destino después de un viaje durísimo y con miedo e inseguridad, son detenidos en condiciones a veces inhumanas. Piensa en los que se ven obligados a la clandestinidad por diferentes motivos sociales, políticos y económicos, y en aquellos que, con el fin de permanecer dentro de la ley, aceptan vivir y trabajar en condiciones inadmisibles.

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Convivencia navideña de sacerdotes

Raúl Berzosa: «¡Que no nos roben esta santa y sana alegría y ni la esperanza ni el Evangelio, como nos repite el Papa Francisco!»

DSC_0277Querido D. José, muy queridos hermanos sacerdotes:

¡Qué alegría poder compartir con vosotros esta Jornada de convivencia sacerdotal en los días alegres de la Octava de Navidad, en la fiesta del Apóstol San Juan, el discípulo amado de Jesús! La primera lectura, precisamente tomada del Apóstol San Juan nos invitaba a anunciar, sin miedo y sin complejos, “lo que hemos visto y oído”. Curiosamente, el anuncio del que nos hablaba el evangelio, no era el de un Niño recién nacido sino el de Jesucristo resucitado. Nacimiento y resurrección se complementan necesariamente en el único misterio de Jesucristo. De cualquier forma, con el Salmo 96, hemos cantado que estamos “alegres”. ¡Que no nos roben esta santa y sana alegría y ni la esperanza ni el Evangelio, como nos repite el Papa Francisco!

Dejando las lecturas del día, y aplicándolo a nosotros, presbíteros y como presbiterio, deseo recordaros lo que el Papa Francisco, el día 22-12-2014, dijo a los dirigentes y miembros de los diversos dicasterios, consejos, oficinas, tribunales y comisiones que componen la Curia Romana. Pueden servirnos, como examen de conciencia para nuestro presbiterio diocesano. Los invitó «a ser un cuerpo que intenta día tras día ser más vivo, más sano y armonioso, y más unido entre sí y con Cristo». Y para ello el Santo Padre, con franqueza paternal señaló algunas de las tentaciones que es necesario combatir porque estamos llamados a mejorar y crecer en comunión, santidad y sabiduría para realizar plenamente nuestra misión. Y sin embargo, como cada cuerpo, también estamos expuestos a enfermedades y debilidades. El Santo Padre mencionó algunas de las más frecuentes. Son tentaciones que debilitan nuestra vocación de servidores.

1 – La enfermedad de sentirse “inmortal”, o inmune o incluso indispensable, dejando de lado los controles necesarios y normales. Una Curia (o un presbiterio) que no es autocrítico, que no se actualiza, que no intenta mejorarse es un cuerpo enfermo… Es la enfermedad del rico insensato que pensaba vivir eternamente y también de aquellos que se convierten en amos y señores de lo suyo y se sienten superiores a todos y no al servicio de todos. Se “sirven de”, en lugar de “servir a”…

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Misa de Navidad

Raúl Berzosa: «¡Es Navidad! Tenemos que ver las cosas no con nuestros ojos, sino con los ojos de Dios»

Queridos hermanos sacerdotes, queridas consagradas, queridos todos:

¡Es Navidad! Hace más de dos mil años, el Hijo de Dios se hizo carne de nuestra carne, sangre de nuestra sangre, tierra de nuestra tierra, historia de nuestra historia. Y, el mismo Hijo de Dios, cada día sigue naciendo en la Eucaristía y en cada uno de nuestros corazones si le dejamos entrar.

Este año he elegido como felicitación, una preciosa frase del Papa Francisco: María hizo de una cueva, la Casa de Dios. Hagamos de nuestras cuevas, personales y comunitarias, la casa y la cuna donde nacerá de nuevo el Señor. Para que esto sea realidad, tenemos que sentirnos como niños y “pobres”. Niños, para admirarnos del misterio; pobres, para que tenga cabida el Señor.

El Papa Francisco, en su exhortación Evangelium Gaudii, en su número 197, escribe: “El corazón de Dios tiene un sitio preferencial para los pobres, tanto que Él mismo se hizo pobre (2 Cor 8,9). Todo el camino de nuestra redención está signado por los pobres. Esta salvación vino a nosotros a través del “sí” de una humilde muchacha de un pequeño pueblo en la periferia de un imperio. El Salvador nació en un pesebre, entre animales, como lo hacían los hijos de los más pobres”…

Actualizo las palabras del Papa Francisco: Dios nos ama especialmente a los más pobres, a los que estamos, geográficamente, alejados de la gran ciudad. Viene a nosotros si, como María, sabemos decir “sí” a dejarnos amar y mirar por Él. Pero esto nos cambiará la Vida, porque nada hay más fecundo y revolucionario que sentirnos amados por Dios.

Las lecturas de hoy cantaban, con el profeta Isaías, que hasta los confines de la tierra verán la victoria de nuestro Dios. El Salmo 97, cantaba esa misma victoria de Dios. Porque, como hemos leído en la carta a los Hebreos, cumplido el tiempo, Dios mismo nos ha hablado en su Hijo. Así lo confirmaba el Evangelio de San Juan: la Palabra se hizo carne y acampó entre nosotros.

Dentro de unos momentos, además de comulgar el Cuerpo y la Sangra de Cristo, besaremos al Niño. Este es el doble compromiso de la Misa de hoy: comulgar, es decir, dejar que Dios entre en mí, en lo profundo. Y besar su imagen, que es tanto como besar al hermano que tengo a mi lado: al de sangre y a l de fe; al amigo y al desconocido; al que nada le falta y al que nada tiene.

¡Es Navidad! Tenemos que ver las cosas no con nuestros ojos, sino con los ojos de Dios. Sentir con su corazón y hacer con sus manos.

¡Es Navidad! ¡Que se note en tu vida! Y, de nuevo con palabras del Papa Francisco, que nadie te robe la alegría y la esperanza de vivir! Así se lo pedimos al Espíritu, fuente profunda de la alegría, y a María, madre de la alegría.

+ Raúl, Obispo de Ciudad Rodrigo