Raúl Berzosa: «En ella vemos que la humildad y la ternura no son virtudes de los débiles sino de los fuertes»
Queridos hermanos sacerdotes, especialmente los miembros del Cabildo, queridas consagradas, queridos todos:
Un año más, la Virgen nos permite celebrar uno de sus grandes misterios: su Asunción a los cielos. Ella nos precede en nuestro peregrinar y nos alienta a imitarla para poder estar con Dios y con ella para siempre.
La primera lectura, tomada del libro del Apocalipsis, nos recuerda quién es esa mujer vestida de sol, llevando la luna por pedestal. En el salmo 44 hemos recitado que María, como reina, está a la derecha de Dios. La segunda lectura, del apóstol San Pablo a los Corintios, nos ha recordado que María es la primicia de lo que nos sucederá a todos nosotros. Y, con el Evangelio, nos hemos atrevido a cantar el Magnificat, porque el Señor ha hecho maravillas en la Virgen y en cada uno de nosotros.
Dejando las lecturas del día, y como si fueran dos caras de una misma moneda, en esta ocasión voy a fijarme, por un lado, en el misterio de María y, al mismo tiempo, os voy a transmitir un mensaje para nuestra vida. Todo ello, siguiendo el sugerente magisterio del Papa Francisco.