Raúl Berzosa: «Es Cristo quien predica; es Cristo quien hace la Iglesia y quien la fecunda; es Cristo quien nos guía»
Querido hermano obispo, D. José, queridos hermanos sacerdotes, queridas consagradas, queridos todos:
Nos congratulamos, primero y sinceramente, con los hermanos que durante este año celebran sus Bodas de Oro: D. Manuel Peláez Muñoz, D. Domingo Peinado Pablos, D. Andrés Celestino García Sánchez y D. Laureano Hernández Corvo. Nos unimos a su canto del Magnificat y a su petición de nuevas y santas vocaciones para nuestra querida Diócesis. Estamos en el Año del gran Jubileo de la Misericordia. Hoy será para nosotros también una celebración muy especial en este sentido de poder ganar las gracias jubilares.
Tras haber escuchado la Palabra de Dios, donde se nos ha recordado lo más importante del ser y el hacer de nuestra identidad y misión, permitidme que os regale algunas palabras de nuestro Papa Francisco. El 19-3-2016, con motivo de la ordenación de dos obispos, se expresó de esta manera: «tened siempre ante vuestros ojos al Buen Pastor, que conoce a sus ovejas,.y no olvidéis que la primera tarea del ministro es la oración y, la segunda, el anuncio de la Palabra»…Y, como si el Papa Francisco estuviera hoy y aquí, entre nosotros, nos recordó que en el obispo, rodeado de sus presbíteros, está presente el mismo Señor Jesucristo, sumo sacerdote para siempre.
Es Cristo, de hecho, quien “en y por” el ministerio ordenado continúa predicando el Evangelio de la salvación. Es Cristo el que, en la sabiduría y la prudencia del ministro, conduce al pueblo de Dios peregrino hacia la felicidad eterna. Es Cristo quien predica; es Cristo quien hace la Iglesia y quien la fecunda; es Cristo quien nos guía.
En resumen, esto es ser ministro, como Jesucristo: «El que es mayor debe hacerse el más pequeño, y el que preside, debe servir humildemente». Ser servidores de todos, de los más grandes y de los más pequeños. ¡Siempre servidores y para servir!
Igualmente, como si el Papa Francisco tuviera noticia de nuestro plan pastoral diocesano para este curso, centrado en el Anuncio, subrayaba:“Proclamad la palabra de Dios a tiempo y a destiempo; exhortad con toda paciencia y deseo de edificar”. Y nos urgía a que, en la oración y en el sacrificio eucarístico, pidamos abundancia y diversidad de gracias, para que el pueblo que nos ha sido encomendado participe de la plenitud de Cristo. No nos olvidemos, insistía el Papa, que la primera tarea del ministro es la oración. La segunda tarea, el anuncio de la Palabra. Luego viene lo demás. Me recordó la máxima de Santo Domingo de Guzmán, que tantas veces repito y me repito a mí mismo: “Contemplata aliis tradere” (anuncia lo que antes has contemplado).
Ahora me dirijo expresamente a quienes celebráis las Bodas de Oro sacerdotales. Dad gracias, lo primero, por vuestra gran vocación y por haber sido elegidos por el Padre para gobernar a su familia. Dad gracias porque vuestra fidelidad, después de tantos y fecundos años, ha podido mantenerse y acrecentarse gracias a la fidelidad de Jesucristo en vuestra vida. Dad gracias por haber mantenido siempre ante vuestros ojos, como modelo, al Buen Pastor, que conoce, ama y atiende personalmente a sus ovejas.
Dad gracias por haber amado con amor de padres y de hermanos a cuantos Dios os puso bajo vuestro cuidado, especialmente a los más débiles y necesitados. Dad gracias porque habéis sido muy cercanos a vuestros hermanos.
Dad gracias, especialmente, por vuestras familias y por cuantas personas os han ayudado y cuidado. Dad, gracias, en resumen, por el gran milagro de vuestra fecunda y rica vida ministerial.
Finalmente, también a vosotros, los de las Bodas de Oro, y a todo el presbiterio diocesano, os pido lo mismo que el Papa nos insiste: “Mirad siempre a los fieles a los ojos y miradles el corazón”. Cuidad diligentemente de aquellos que se han alejado o que aún no están incorporados al único rebaño de Cristo; ellos también nos han sido encomendados por el Señor. En otras palabras, queridos hermanos presbíteros, amad a vuestro pueblo y no os canséis de gustar el sabor a pueblo. En los próximos días, D.M., aparecerá un libro, firmado por este servidor, con el título: Pueblo de Dios, inculturación y pobres. Claves eclesiales y pastorales para comprender el magisterio del Papa Francisco. En él., se expresa que el pueblo es un sujeto histórico, tanto en la sociedad como en la Iglesia: “Pueblo es aquel que comparte un modo de vida y un proyecto político que anhela el bien común”. El Papa Francisco nos habla de pueblo en un triple sentido: pueblo-pobre, pueblo-nación y pueblo-fiel. El pueblo-pobre desea ser pueblo-nación y sólo se auto-comprende, a fondo, siendo pueblo-fiel. Cuando se privilegia la cultura y la espiritualidad de un pueblo, se privilegia “la cultura del encuentro”. Esta cultura del encuentro manifiesta la primacía del otro y, además, es capaz de evangelizarnos y evangelizar. La opción por el pueblo, y por su cultura del encuentro, permiten construir el verdadero bien común y la “·unidad superior”, superando las ideologías ya sean marxistas o liberales, socialistas o capitalistas, que pretenden o bien destruir la identidad verdadera de nuestro pueblo o bien homogeneizar las sociedades sin tener en cuenta las diferencias culturales.
El Papa Francisco no es populista ni hace populismo pastoral. Aboga por un Pueblo fiel y santo, que se distingue del “pueblo-masa” y que se sabe sujeto colectivo capaz de generar sus propios procesos históricos. Más aún, cuando se tiene claro quién es el pueblo-fiel, se superarán las contradicciones estériles, incluso intra-eclesiásticas y se desarrollará, en cambio, una estrategia apostólica. Pueblo-pobre, pueblo-nación y pueblo de Dios fiel se complementan inevitablemente. El pueblo tiene “alma, cultura y fe”, y una dignidad y sabiduría profundas, que son la clave hermenéutica para comprender la realidad”. En conclusión, el Papa Francisco nos pide apostar por el pueblo para “refundar los vínculos sociales, apelar a la ética de la solidaridad, y generar una cultura del encuentro capaz de frenar la cultura fragmentada y excluyente de la globalización”. Todo ello, optando por la mayoría de la humanidad que aún vive hoy en condiciones de pobreza. Cada pobre tiene que volver a ser ciudadano en el seno de su pueblo-nación y del pueblo de Dios fiel y santo. La Iglesia debe saber dar respuestas pastorales para ello. La conversión institucional y pastoral brota de un compromiso por promover y construir ciudadanía, mediante el compromiso por el desarrollo integral del pueblo-pobre, que es pueblo de Dios encarnado en diversas culturas y pueblos de la tierra (EG, n.115). En verdad, ¡qué bellas y oportunas suenan estas palabras, hoy y aquí, en estos momentos históricos, para esta Tierra y este Pueblo nuestros. Son momentos de volver a las fuentes, a lo genuino, a nuestra identidad profunda. Sin miedos y sin complejos. Y los pastores tenemos que estar a la altura de ello.
Dicho lo anterior, no nos olvidemos que formamos parte de la Iglesia católica que, aunque extendida por los cinco continentes, es “una y la única Iglesia” por el vínculo del amor. Nuestra solicitud pastoral debe extenderse a todas las Iglesias, dispuestos siempre a acudir en ayuda de las más necesitadas.
Que todo cuanto hagamos, sea hecho en el nombre del Padre, quien nos ha elegido y llamado, en el nombre de su Hijo, Jesucristo, por el cual servimos como maestros y pastores, y en el nombre del Espíritu Santo, que da vida a la Iglesia y con su poder fortalece nuestra debilidad. Que el Señor nos siga acompañando.
Recordamos, especialmente, en este día a los sacerdotes enfermos y a nuestros misioneros. También pedimos para que se despierten vocaciones entre nuestros seminaristas menores y para que los mayores lleguen a la meta. Os animo a los presentes a participar en los Ejercicios Espirituales, que tendrán lugar, D.M., del 29 de agosto al 2 de septiembre, dirigidos por el obispo de Astorga, D. Juan Antonio Menéndez. Es un tiempo privilegiado y de gracia para “ser ante el Señor y revitalizar nuestro ministerio”.
Muchas gracias a los familiares, amigos y bienhechores aquí presentes. ¡Que el Señor os pague tanto bien como hacéis por nuestros sacerdotes! Gracias por vuestro ejemplo de vida y por vuestras oraciones.
Que el Espíritu Santo, derramado con fuerza el Día de Pentecostés, nos configure, a nosotros presbíteros, cada vez más con Jesucristo Cabeza, Pastor, Siervo, y Esposo de su Iglesia. Que así sea.
+ Raúl, Obispo de Ciudad Rodrigo