Raúl Berzosa; «Carmelo vivió con intensidad y pasión la vida: trabajando, creando, contemplando, exponiendo, escribiendo, y gozando con sus familiares y sus muchos y buenos amigos»
Muy queridos hermanos sacerdotes, querida Florita e hijos (David, Alberto y Samuel), queridos familiares y amigos de Carmelo, queridos todos:
Ayer por la mañana, Memoria de la Conversión de San Pablo, me llegaba la triste y esperada noticia de labios de su mujer, Doña Florita: “Carmelo nos ha dejado”. Ya el pasado sábado 21, cuando llamé para interesarme, una vez más y como hacía cada día, por la salud de nuestro querido Carmelo, Florita me dijo: “Está muy malito; le van a sedar para evitar sufrimientos mayores”. Como siempre, lo expresó con entereza y con fe, y añadió: “A partir de ahora que sea lo que Dios quiera”.
Cuando colgué el teléfono, recé a la Virgen de Las Viñas, como lo habíamos hecho juntos días atrás en el Hospital de Aranda, el propio Carmelo, Florita y un servidor. ¡Gracias Florita, por el ejemplo tan gigante, tan generoso y de tanto amor mostrado día a día y hasta el final por tu querido marido, Carmelo! ¡Tú, y tus hijos, habéis sido un modelo de cómo practicar cristianamente el cuarto mandamiento!… Por eso, ya de antemano os digo que nada, ni siquiera lo más pequeño, que habéis hecho por Carmelo, quedará sin recompensa. Porque él, como todos los familiares y amigos que nos han dejado, no están perdidos ni ha sido el final para ellos: “¡Viven!”. Para nosotros, los creyentes, y no me canso de repetirlo, no hay muertos sino sólo vivos: los que peregrinamos en este mundo, a veces convertido en “valle de lágrimas”, y los que ya están en la casa del Dios Padre, de la Trinidad: de allí salimos y allí volveremos. Nos lo recordaba la primera Lectura que hemos leído en el día de hoy: “Si vivimos, vivimos para Dios; si morimos, morimos para Dios. En la Vida y en la muerte somos de Dios”.
¿Qué decir a todos los presentes de Carmelo? – He deseado que se proclamara hoy el Evangelio de las Bienaventuranzas, para resaltar: “Bienaventurados los limpios de corazón”, los que buscan la belleza y al Bello. Sí, Carmelo, era sobre todo y ante todo, un artista enamorado de la belleza. Supo crear, de forma autodidacta y con cánones propios, un estilo: el arte fontino. La persona de Carmelo y su arte caminaron siempre unidos: cada golpe de cincel en la chapa, modelaba no sólo una obra sino que forjaba su personalidad, tan rica en dimensiones y matices.