Raúl Berzosa: « Sin duda, en momentos como éste es cuando nuestra fe cristiana adquiere todo su valor y su credibilidad»
Queridos hermanos sacerdotes y especialmente querido D. Rafael; queridos familiares de doña Isabel, en particular Isabel, su hija, Felipe, su cuñado, y los nietos Ana y Roberto; queridos familiares, amigos y conocidos de la difunta; queridos todos.
El jueves pasado me llegaba una llamada de D. Rafael: “mi madre está muy malita”. Lo antes que pude fui a visitarla al Hospital de La Pasión´. La besé, le hice el signo de la cruz en su frente, y recé por ella. Parecía que la muerte era inminente. El viernes, volví a visitarla. Y, por fin el sábado por la tarde, recibí la noticia: “El Señor acaba de llevarse a mi madre”. La encomendé a la Virgen de la Peña de Francia y pedí que estuviera ya cerca de su Hijo, nuestro Señor Jesucristo.
¿Qué podemos decir de Isabel? – Una mujer sencilla pero excepcional, criada en el campo, y viuda muy joven. Rafael e Isabel, hija, tuvieron que crecer sin su querido padre Evaristo. Cuando fue al cielo ellos tenían tres y cuatro años. Isabel madre, al frente de una tienda de comestibles, supo sacar adelante a su hijos, con fortaleza, con sacrificio, con honestidad y con mucha fe. Era muy religiosa. Y el Señor la premió llamando a su hijo Rafael al sacerdocio, quien fue ordenado en Valencia, como un servidor, por el Papa San Juan Pablo II, el 8 de noviembre de 1982.
“¿Qué más podemos añadir de una madre como Isabel?” – Me atrevo a recordar y aplicarla la frase que hemos escuchado en el Evangelio de hoy, pronunciada por Jesús al buen ladrón: «Hoy estarás conmigo en el Paraíso». Sin duda, en momentos como éste es cuando nuestra fe cristiana adquiere todo su valor y su credibilidad. Una fe que, ciertamente, no nos evita el dolor, ni el sufrimiento, o la amargura, a ejemplo de Cristo crucificado, pero sí nos regala un consuelo y una esperanza únicos que nos ayudan a seguir viviendo; porque sabemos que, cuando muere un ser querido, no lo hemos perdido para siempre. La muerte no es final de nada ni de nadie: volveremos encontrarnos un día, en el Dios de la Vida, con una Vida que no tendrá fin.