Funeral de don Florentino Prieto Herrero

Raúl Berzosa: «Él se sabía en manos del Señor y que su vida estaba en el corazón del Buen Pastor»

Queridos párroco de San Cristóbal y hermanos sacerdotes; queridos familiares, especialmente muy querida Chon y querido D. Alfredo; queridos hermano político, sobrinos, primos y demás familia; queridas consagradas de Marta y María, y otras diocesanas presentes; queridos residentes de la Casa Sacerdotal; queridos todos:

Ayer, domingo, de madrugada, D. Prudencio me comunicaba la noticia del fallecimiento de D. Floro, el sacerdote de más edad de nuestro presbiterio. Llevábamos días esperando este acontecimiento, ante el deterioro tan progresivo de su salud. El sábado mismo, antes de acudir a pronunciar el Pregón de Semana Santa, estuve visitándolo. En plan de humor, porque estaba consciente y me respondía con su mirada y con sus labios, le dije que el mejor pregón de Semana Santa era su vida, y cómo estaba llevando su enfermedad, y le pedí oraciones a lo que él respondió afirmativamente con su cabecita. Después, en un gesto simbólico pero profundo, le dije a Chon que le diera un poco de agua o le mojara los labios. Tenía sed física, aunque en mi interior afloró otro pensamiento: tenía una sed más profunda de descansar en su Señor para siempre.

¡Qué suerte para D. Floro haber realizado el tránsito de su vida en la Casa Sacerdotal! Acompañado de su inseparable Chon, cuidado por las hermanas de Marta María y por el Director de la casa, D. Prudencio, rodeado de residentes y personas que le querían con sinceridad, siempre visitado por otros hermanos sacerdotes y muchos de sus antiguos feligreses, y atendido primorosamente por su médico, D. Javier, a quien nunca le pagaremos todas la generosidad y desvelos mostrados hasta el último momento. 

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En el Jubileo de la Vida Consagrada y profesión solemne de sor Sara

DSC_0580Raúl Berzosa: «El consagrado busca, ante todo y sobre todo, amar a Cristo, y hacerlo amar»

Queridos hermanos sacerdotes, especialmente D. Angel, Delegado de la Vida Consagrada; querida comunidad de clarisas y querida hermana sor Sara; queridas consagradas de toda la Diócesis; queridos todos:

Estamos celebrando la Eucaristía y, en ella, la profesión solemne de Sor Sara y el Jubileo de la Vida Consagrada en el Año de la Misericordia. No deseo alargarme con muchas palabras porque los signos litúrgicos hablan por sí mismos.

Hoy, de Jesucristo, emerge una dimensión: la de ser Luz de los pueblos, cuando estamos celebrando precisamente los 50 años del Concilio Vaticano II, y recordamos que la Constitución sobre la Iglesia, comenzaba así: “Lumen Gentium”. “Luz de las naciones” no se refiere a la Iglesia, como a veces se ha dado a entender, sino a Cristo mismo. Como hemos escuchado en el Evangelio de hoy, es el título con el cual el anciano Simeón saludó al niño Mesías: “Luz para los gentiles y gloria de tu pueblo Israel” (Lc 2, 32). Y es la clave para vivir una sana espiritualidad de la vida de especial consagración. En ella, “no se acepta a Cristo por amor a la Iglesia, sino que se acepta a la Iglesia por amor a Cristo”. Incluso una Iglesia desfigurada por el pecado de sus hijos e hijas. La “Iglesia es cuerpo y esposa de Cristo a la que ‘ha amado… y por la que se ha entregado a sí mismo, para santificarla (Ef 5,26)…. Jesucristo incesantemente la “nutre y cura” (Ef 5,29)” (LG, 6).

Los Padres de la Iglesia hablan también, y como aspecto complementario, de “Ecclesia vel anima” ( la Iglesia o también el alma), así Orígenes o S. Ambrosio). De san Ambrosio es la afirmación: “La Iglesia es bella en las almas”. Y, añado, sobre todo en las almas de especial consagración. 

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San Sebastián

DSC_0255Raúl Berzosa:»Esta celebración es mucho más que un mero acontecimiento social: es un símbolo de historia y de fe, de agradecimiento y de compromiso»

Queridos hermanos sacerdotes, queridas autoridades locales, queridos cofrades (especialmente los mayordomos: José María, Julián, y Alejandro), queridos todos:

Hace más de cien años, en la tarde del 19 de enero de 1812, el pueblo mirobrigense, invadido por las tropas francesas, recurrió a su poderoso protector San Sebastián y, procesionándolo, por calles humeantes y sangrientas, se logró que Lord Wellingtong, más tarde Duque de Ciudad Rodrigo, impusiera orden y disciplina, castigara ejemplarmente a los maleantes y él mismo, en reparación por los ultrajes, depositara a los pies del santo sus atributos jerárquicos (sombrero, espada, bastón y fajín) y concediera al santo el título de “Capitán General”.

Desde 1813, el Pueblo, el Ayuntamiento y el Clero vienen festejando esta efemérides de fe y de historia. Más tarde, en 1856, el Señor, por medio del santo, liberó al pueblo de una epidemia de peste y el Ayuntamiento promovió, desde entonces, un novenario en su honor, primero en el templo de San Cristóbal, y, desde 1859, en la misma Catedral. En 1997, con la adhesión del Cabildo Catedralicio, del Ayuntamiento, de la cofradía, y de todo el pueblo, se confirma a San Sebastián como patrono de Ciudad Rodrigo.

Este es el sentido de esta celebración que nos une hoy y aquí a todos, sin que se rompa la tradición; es mucho más que un mero acontecimiento social: es un símbolo de historia y de fe, de agradecimiento y de compromiso. Una celebración que mira al ayer, refuerza el presente y abre al futuro. Un acto de fraternidad cristiana y de solidaridad ciudadana.

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Jornada Mundial de la Paz

Raúl Berzosa: «Se necesitan leyes justas, centradas en la persona humana»

Queridos hermanos sacerdotes:

Hoy es la Jornada Mundial de la Paz. El tema elegido por el Papa Francisco ha sido “Hermanos, no esclavos”. Recuerda, en primer lugar, la carta de san Pablo a Filemón, en la que le pide que reciba a Onésimo como hermano (Fil, 15-16). Onésimo, esclavo, se convirtió en hermano de Filemón al hacerse cristiano.

También nos remite la libro del Génesis, donde se nos recuerda que todos tenemos un mismo Padre y formamos una sola fraternidad. Pero, por desgracia, el pecado de la separación de Dios-Padre, y del hermano, se convierte en una expresión del rechazo de la comunión traduciéndose en “la cultura de la esclavitud”. Por ello, la comunidad cristiana volverá a ser el lugar de la comunión vivida en el amor con Dios y entre los hermanos (cf. Rm 12,10; 1 Ts 4,9; Hb 13,1; 1 P 1,22; 2 P 1,7).

El Papa nos recuerda, en su mensaje, que hoy no existe “legalmente” la esclavitud, pero sí existen múltiples rostros de esclavitud nuevos: tantos trabajadores y trabajadoras, incluso menores, oprimidos; las condiciones de vida de muchos emigrantes; las personas obligadas a ejercer la prostitución, entre las que hay muchos menores, y en los esclavos y esclavas sexuales; los niños y adultos que son víctimas del tráfico y comercialización para la extracción de órganos, para ser reclutados como soldados, para la mendicidad, para actividades ilegales como la producción o venta de drogas, o para formas encubiertas de adopción internacional. El Papa recuerda, finalmente, a todos los secuestrados y encerrados en cautividad por grupos terroristas, puestos a su servicio como combatientes o, sobre todo las niñas y mujeres, como esclavas sexuales. Muchos de ellos desaparecen, otros son vendidos varias veces, torturados, mutilados o asesinados.

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A los presbíteros

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Raúl Berzosa: «La espiritualidad es la columna vertebral de cualquier servicio en la Iglesia»

Queridos hermanos sacerdotes:

El Papa Francisco, habló a la Curia, en las pasadas navidades, de las “principales enfermedades”. Este año, de las necesarias virtudes. Es una especie de acróstico en italiano, jugando con la palabra “misericordia”. Son claves para “volver a lo esencial”, y “una fuerte llamada a la gratitud, a la conversión, a la renovación, a la penitencia y a la reconciliación”.

Misionariedad y pastoralidad”: es lo que nos hace fértiles y fecundos; y la prueba de la eficacia, de la capacidad y de la autenticidad de nuestro obrar (nos saca de la autoreferencialidad, del narcisismo).

La “Idoneidad (preparación) y sagacidad (despiertos de mente)”. La idoneidad es el esfuerzo personal para adquirir lo necesario en orden a realizar del mejor modo las propias tareas y actividades, con inteligencia e intuición. Es lo contraria a recomendaciones y los sobornos. La sagacidad es la prontitud de mente para comprender y afrontar las situaciones con sabiduría y creatividad.

“ESpiritualidad y humanidad”. La espiritualidad es la columna vertebral de cualquier servicio en la Iglesia. Alimenta todo nuestro obrar, lo corrige y lo protege de la fragilidad humana y de las tentaciones cotidianas. La humanidad es una fe encarnada; nos hace diferentes de las máquinas y de los robots. Cuando nos resulta difícil llorar verdaderamente o reír apasionadamente, sufrimos un deterioro como “personas”.

“Ejemplaridad y fidelidad”. Ejemplaridad para evitar los escándalos que hieren las almas y amenazan la credibilidad de nuestro testimonio. Fidelidad a nuestra consagración, y a nuestra vocación.

“Racionalidad y amabilidad”. La racionalidad sirve para evitar los excesos emotivos, y la amabilidad para evitar los excesos “rígidos” de la burocracia, de las programaciones y de las planificaciones. Sirven para el equilibrio de la personalidad.

“Inocuidad (control de peligros y amenazas) y determinación”. La inocuidad nos hace cautos en el juicio, capaces de abstenernos de acciones impulsivas y apresuradas, actuando con atención y comprensión. Por otro lado, la determinación es la capacidad de obrar con voluntad decidida, con visión clara y en obediencia a Dios.

“Caridad y verdad”. La caridad sin la verdad se convierte en la ideología del “bonachón destructivo”, pero la verdad sin la caridad, es un afán ciego por judicializarlo todo.

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