En el Funeral de D. Agustín Herrero Durán, Parroquia de Fuenteguinaldo
Muy querido D. José, hermano obispo y amigo; queridos hermanos sacerdotes, especialmente los del curso de D. Agustín y quienes atendéis este Arciprestazgo del Águeda; muy queridos familiares, especialmente querida Cuñada, Rosalía, y queridos sobrinos; queridos todos, los de esta parroquia y los de aquellas a las que sirvió nuestro querido D. Agustín:
Ni era una obligación ni era una rutina: durante los últimos días, todos, como antes lo hice intermitentemente en el hospital y en la Residencia Sacerdotal, visité a D. Agustín en la Residencia de San José. Intercambiábamos unas breves palabras. Él, cuando podía, me correspondía con sonrisa y amabilidad. Pero algo era evidente y manifiesto: las fuerzas físicas y psíquicas le fallaban de día en día. Le hacía la señal de la cruz sobre la frente, queriéndole transmitir la fuerza y la salud de Jesucristo, de quien fue siempre un muy fiel y muy digno sacerdote y servidor. Ayer, muy temprano, recibía la llamada de la hermanita que le atendía. Antes de ir a San Felices de los Gallegos, estuve en su habitación. Me encontré con su sobrina quien, con ternura, en medio de su agonía final, le empapaba los labios con agua. Como un símbolo de un sacerdote que estaba esperando beber en las aguas que sacian la sed para siempre: las de la vida eterna. En verdad, y lo digo con todo mi corazón, podemos estar orgullosos de la vida, de la palabra y del testimonio de D. Agustín.