Agustín HEVIA BALLINA, Director del Archivo Histórico del Arzobispado y Canónigo de la Catedral de Oviedo
En la Iglesia, las diferentes jerarquías tienen privilegio de ostentar su escudo, que, a modo de emblema o distintivo simbólico represente a la persona que lo utilice, bien como armorial o como sello identificativo de la misma.
Describir un escudo Episcopal, como cualquier otro símbolo heráldico, debería ser cosa fácil, si hay una adaptación a las pautas de las ciencias tradicionales de la Heráldica.
Aplicar tales principios al escudo de Don Raúl Berzosa no me ha resultado tan asequible, ya que parte de la interpretación se escapa a criterios de heráldica tradicional y se someten a concepción y visión subjetivas, de quien ha tomado su escudo como distintivo y enseña.
Ocupa el centro del escudo una cruz episcopal, que quiere como radicarse en la base del mismo o en la misma tierra de que arranca, Cruz que es centro de Redención para la Humanidad.
Los distintivos del capelo y de las borlas siguen criterios tradicionales, aunque los colores se adapten a nuevo enfoque. Normalmente el capelo o sombrero especial, distintivo de la dignidad eclesiástica, es de color rojo o negro, forrado de oro o de verde y guarnecido de dos cordones de seda pendentes a los lados, que llevan, según la dignidad de la persona eclesiástica, quince borlas, a cada lado (cardenales y patriarcas); diez por lado (arzobispos); seis, para los obispos y tres para los abades. En el caso de D. Raúl, ha adoptado el color verde, que es el color de la naturaleza, en la que se enmarca como ser primordial el hombre viviente.
El campo o espacio central suele ser cuartelado, recogiéndose en él los motivos de representatividad, que se desee atribuirle. Completa el escudo, impreso sobre una cinta o banda, el lema que manifiesta la diversidad tipológica escogida y que ofrece un elemento identificatorio de la persona.
En el caso que nos ocupa, el campo se halla integrado por un solo motivo, de un alto contenido teológico, como corresponde a quien va a identificarse por tales elementos emblemáticos, conjuntando rasgos de tradición con otros de posmodernidad, en que se mueven las coordenadas teológicas del nuevo obispo.
El lema episcopal adoptado por Monseñor Berzosa se inspira en San Ireneo de Lyon: «Gloria Dei Homo vivens», que me parece poder interpretar en doble perspectiva: “la gloria de Dios es el hombre viviente y la vida del hombre es gloria de Dios”.
En la parte superior del campo, se representa el Pan de la Eucaristía, bendecido, partido, repartido y comido (Pan fraccionado −fractio pani−). Pan consagrado, Pan transustanciado, Pan convertido en representación del sacrificio de la Cruz en el Calvario, Pan de Vida descendido del cielo, que contiene en sí todo deleite, Pan en que se hace presente el Cuerpo de Cristo y contiene a la vez la Sangre del Señor. En el centro del pan, conformando una especie de cruz, aparece el Espíritu Vivificador. Del Espíritu y del Pan brota un hilillo de sangre roja, que es Vida por el Espíritu que da Vida y que es Redención por la ofrenda victimal de la Sangre de Cristo, derramada en el ara de la Cruz, al tiempo que desciende derramándose sobre la criatura humana.
En la parte inferior del campo, aparece una mujer durmiente que simboliza la criatura humana, a la vez que puede representar también a la Virgen María y a la Iglesia, coordenadas femeninas cimentadoras de la visión teológica de quien pretende ser distinguido por el escudo, las que reciben vida del Pan Eucarístico, que es Cristo y del Espíritu Vivificador. También puede representar a la mujer del hoy, que viene a centrar la cultura del siglo XXI, eminentemente «femenina», clave de algunas interpretaciones teológicas de Don Raúl.
Los colores heráldicos que aquí se ofrecen son los del oro, para representar el trasfondo de lo Divino en toda la existencia humana. El color rojo de la sangre, color del fuego, representa a la Divinidad, que por el Amor se ha hecho donación a la Humanidad y Encarnación y Redención en el Hijo Unigénito de Dios, entregado a la muerte y compartido en comida de salvación. La criatura humana está representada en blanco y gris, -dentro de un horizonte de finitud y decadencia- expresando su peregrinación por el mundo moviéndose entre gracia de Dios y pecado, que necesita ser redimido por Dios, en Jesucristo, para recomponer su plenitud, siempre en camino hacia la “recapitulación del Universo, del Todo, en Cristo” haciendo así plena, con su Vivir en Cristo, la Gloria de Dios.
Dentro de las pautas tradicionales de la heráldica, el escudo del nuevo Obispo Auxiliar de Oviedo representa unos rasgos tan metafísicos, de tanta hondura teológica, tan superadores de la tradición para sumergirse en la modernidad o, mejor aún, en la posmodernidad, que temo no haberlos sabido interpretar suficientemente, dejando al lector que profundice, desde su propia subjetividad, hasta donde quizá este humilde escribidor no ha sido capaz de adentrarse.