Raúl Berzosa: «¡Que no nos roben esta santa y sana alegría y ni la esperanza ni el Evangelio, como nos repite el Papa Francisco!»
Querido D. José, muy queridos hermanos sacerdotes:
¡Qué alegría poder compartir con vosotros esta Jornada de convivencia sacerdotal en los días alegres de la Octava de Navidad, en la fiesta del Apóstol San Juan, el discípulo amado de Jesús! La primera lectura, precisamente tomada del Apóstol San Juan nos invitaba a anunciar, sin miedo y sin complejos, “lo que hemos visto y oído”. Curiosamente, el anuncio del que nos hablaba el evangelio, no era el de un Niño recién nacido sino el de Jesucristo resucitado. Nacimiento y resurrección se complementan necesariamente en el único misterio de Jesucristo. De cualquier forma, con el Salmo 96, hemos cantado que estamos “alegres”. ¡Que no nos roben esta santa y sana alegría y ni la esperanza ni el Evangelio, como nos repite el Papa Francisco!
Dejando las lecturas del día, y aplicándolo a nosotros, presbíteros y como presbiterio, deseo recordaros lo que el Papa Francisco, el día 22-12-2014, dijo a los dirigentes y miembros de los diversos dicasterios, consejos, oficinas, tribunales y comisiones que componen la Curia Romana. Pueden servirnos, como examen de conciencia para nuestro presbiterio diocesano. Los invitó «a ser un cuerpo que intenta día tras día ser más vivo, más sano y armonioso, y más unido entre sí y con Cristo». Y para ello el Santo Padre, con franqueza paternal señaló algunas de las tentaciones que es necesario combatir porque estamos llamados a mejorar y crecer en comunión, santidad y sabiduría para realizar plenamente nuestra misión. Y sin embargo, como cada cuerpo, también estamos expuestos a enfermedades y debilidades. El Santo Padre mencionó algunas de las más frecuentes. Son tentaciones que debilitan nuestra vocación de servidores.
1 – La enfermedad de sentirse “inmortal”, o inmune o incluso indispensable, dejando de lado los controles necesarios y normales. Una Curia (o un presbiterio) que no es autocrítico, que no se actualiza, que no intenta mejorarse es un cuerpo enfermo… Es la enfermedad del rico insensato que pensaba vivir eternamente y también de aquellos que se convierten en amos y señores de lo suyo y se sienten superiores a todos y no al servicio de todos. Se “sirven de”, en lugar de “servir a”…
2- La enfermedad de «martalismo» (Santa Marta), de la excesiva “operosidad” (o activismo): es decir, de aquellos que están tan inmersos en el trabajo que dejan de lado, inevitablemente, »la mejor parte»: el sentarse a los pies de Jesús. Por eso, Jesús invitó a sus discípulos a «descansar», porque descuidar el necesario reposo conduce al estrés y a la agitación. El tiempo del reposo para aquellos que han completado su misión, es necesario, es debido y debe tomarse en serio: hay pasar un «tiempo de calidad”, en la oración, con la familia o respetar las vacaciones como un tiempo para recargarse espiritual y físicamente. Hay que aprender lo que enseña el libro del Eclesiastés que “hay un tiempo para todo”.
3- La enfermedad del endurecimiento mental y espiritual: Es la de los que, a lo largo del camino, pierden la serenidad interior, la vivacidad y la audacia y se esconden bajo los papeles o roles convirtiéndose en ‘máquinas de trabajo’ y no en «hombres de Dios»… Es peligroso perder la sensibilidad humana necesaria para hacernos llorar con los que lloran y regocijarnos con los que gozan. Es la enfermedad de los que pierden “los sentimientos de Jesús».
4 – Planificar como “contadores o controladores”: es La enfermedad de la planificación excesiva y del funcionalismo. Se planifica todo minuciosamente y se cree que haciendolo así, las cosas efectivamente progresan, convirtiéndose en un contador o contable…Se cae en esta enfermedad porque siempre es más fácil y cómodo quedarse en la propia posición estática e inmutable. Pero la Iglesia se muestra fiel al Espíritu Santo en la medida en que no pretende regularlo ni domesticarlo todo … Cristo es la frescura, la fantasía, la innovación…
5 – La no cooperación. La enfermedad de la mala coordinación: Sucede cuando los miembros pierden la comunión entre sí y el cuerpo pierde la funcionalidad armoniosa y la templanza, convirtiéndose en una orquesta que sólo hace mucho ruido porque sus miembros no cooperan y no viven el espíritu de comunión y de equipo.
6 – La enfermedad de “Alzheimer espiritual”: Es decir, la de olvidar la ‘historia de la salvación’, la historia personal con el Señor, el ‘primer amor’. Es una disminución progresiva de las facultades espirituales… Lo vemos en los que han perdido el recuerdo de su encuentro con el Señor…en los que construyen muros alrededor de sí mismos y se convierten cada vez más en esclavos de las costumbres y de los ídolos que han esculpido con sus propias manos».
7 – La enfermedad de la rivalidad y de la vanagloria: Se da cuando la apariencia, los colores o las formas de las ropas y las insignias de honor se convierten en el principal objetivo de la vida… Es la enfermedad que nos lleva a ser hombres y mujeres falsos y a vivir una mística falsa y superficial, y hasta un falso quietismo.
8 – La enfermedad de la esquizofrenia existencial: Es la enfermedad de los que viven una doble vida, fruto de la hipocresía, típica de los mediocres, y del progresivo vacío espiritual que ni grados ni títulos académicos pueden llenar. Se crean así su propio mundo paralelo, donde dejan a un lado todo lo que enseñan con severidad a los demás y empiezan a vivir una vida oculta y, a menudo, disoluta.
9- La enfermedad de las habladurías, de la murmuración, del cotilleo: Es una enfermedad grave que comienza con facilidad, tal vez sólo para charlar, pero que se apodera de la persona convirtiéndola en sembradora de cizaña (como Satanás), y en muchos casos en asesino a sangre fría de la fama de sus colegas y hermanos. Es la enfermedad de las personas cobardes que, por no tener valor de hablar a la cara, hablan sólo a las espaldas. O la enfermedad de falta de caridad.
10- La enfermedad de divinizar a los jefes: Es la enfermedad de los que cortejan a los superiores, con la esperanza de conseguir su benevolencia. Son víctimas del arribismo y del oportunismo; honran a las personas y no a Dios. Viven pensando sólo en lo que “tienen que conseguir” y no en lo que “tienen que dar”. Personas mezquinas, infelices e inspiradas sólo por su egoísmo fatal.
11- La enfermedad de la indiferencia hacia los demás: Se produce cuando todo el mundo piensa sólo en sí mismo y pierde la sinceridad y la calidez de las relaciones humanas. Cuando los más expertos no ponen sus conocimientos al servicio de los colegas con menos experiencia. Cuando, por celos, se siente alegría al ver que otros caen en lugar de levantarlos y animarlos».
12 -La enfermedad de la “cara de funeral”: la de las personas rudas y sombrías, que consideren que para ser serios hace falta pintarse la cara de melancolía, de severidad y tratar a los demás –especialmente a aquellos considerados inferiores– con rigidez, dureza y arrogancia. En realidad, la severidad teatral y el pesimismo estéril son a menudo los síntomas del miedo y de la inseguridad en sí mismo.
13 – La enfermedad de la acumulación: se da cuando el apóstol busca llenar un vacío existencial en su corazón, acumulando bienes materiales, no por necesidad, sino simplemente para sentirse seguro… La acumulación solamente pesa y ralentiza el camino inexorablemente.
14 – La enfermedad de “los círculos cerrados”: donde la pertenencia al grupo se vuelve más fuerte que la del Cuerpo y, en algunas situaciones, que la de a Cristo mismo. También esta enfermedad comienza siempre con buenas intenciones, pero con el paso del tiempo esclaviza a los miembros convirtiéndose en «un cáncer» que amenaza la armonía del cuerpo y puede causar tanto daño -escándalos- especialmente a nuestros hermanos más pequeños.
15 – La enfermedad de la ganancia mundana, del lucimiento: Cuando el apóstol transforma su servicio en poder, y su poder en mercancía para conseguir beneficios mundanos o más poderes. Es la enfermedad de la gente que busca insaciablemente multiplicar su poder y para ello son capaces de calumniar, difamar y desacreditar a los demás, incluso en periódicos y revistas. Naturalmente para lucirse y demostrarse más capaces que los otros.
Estamos llamados – en este tiempo de Navidad y todo el tiempo de nuestro servicio y de nuestra existencia – a vivir según la verdad en el amor, intentando crecer en todo hacia aquel que es la cabeza, Cristo, de quien todo el cuerpo, bien concertado, mediante la colaboración de todos, según la energía propia de cada miembro, recibe fuerza para crecer de manera de edificarse a sí mismo en la caridad’.
»Una vez leí –concluyó el Santo Padre- que «los sacerdotes son como los aviones, son noticia sólo cuando se caen, pero hay tantos que vuelan. Muchos los critican y pocos rezan por ellos». Es una frase muy simpática, pero también muy cierta, ya que describe la importancia y la delicadeza de nuestro servicio sacerdotal y cuanto daño puede causar un sacerdote que «cae» a todo el cuerpo de la Iglesia.
Que María, la Madre de los sacerdotes, San Juan y nuestros santos patronos, con las ayuda del Espíritu Santo, nos ayuden a superar estas tentaciones y a llevar una vida santa.
+ Raúl, Obispo de Ciudad Rodrigo