Raúl Berzosa: «Nadie puede ser cristiano en solitario ni ir por libre»
Queridos hermanos sacerdotes, queridas consagradas, queridos todos:
Estamos en Vísperas de Pentecostés, que coincide prácticamente con el final de nuestro curso pastoral, centrado este año en “la celebración cristiana”. Quiero, brevemente unir Pentecostés con el Objetivo Pastoral, como venimos haciendo en nuestros encuentros Arciprestales.
A la pregunta, “¿por qué celebramos como cristianos?”, hay, al menos, una triple respuesta: primero, porque somos y nos sentimos Iglesia, comunidad celebrativa. “Nadie puede ser cristiano en solitario, ni ir por libre”. Segundo, porque necesitamos “vivir” nuestra existencia como cristianos “marcados” con “momentos y signos fuertes y decisivos, que son los sacramentos. Y, finalmente, Los sacramentos nos hacen crecer y desarrollarnos como “carne ungida por el Espíritu”, para experimentar en cada uno lo mismo que vivió Jesucristo mientras estuvo entre nosotros encarnado.
Hablamos de “carne ungida por el Espíritu”. Pero, ¿qué quiere decir “unción”? Recordaremos un icono del Evangelio de San Marcos: la mujer que unge los pies de Jesús (Mc 14, 3-9). Para comprenderlo, contextualizarlo y orarlo mejor, nos remitimos, primero, al Antiguo Testamento. La unción es signo de consagración de profetas y reyes (1 Sam 16,12-13), y da la fuerza vital necesaria para vivir “una nueva vida y una nueva misión” (Ex 30, 22-31). La unción es la “acción palpable de Dios” (Sal 23,5), es “perfume de fiesta” (Sal 45,8) y produce alegría y felicidad: “Qué dulce que los hermanos convivan juntos, como ungüento fino en la cabeza” (Sal 133,1-2).
La unción, más tarde en el Antiguo Testamento, se convierte en “don mismo del Espíritu” para “todos los siervos” (no sólo para nobles), y especialmente para quienes evangelizan a los más pobres (Is 61, 1-2). Y, tras la experiencia del desierto, la unción será para todo el pueblo: porque, todos “somos sacerdotes del Señor” (Is 61).
Ya, en el Nuevo testamento, Jesucristo será el ungido por excelencia; Él es la carne habitada y trabajada por el Espíritu Santo (Ac 10,37). Y, por los sacramentos de la Iniciación (Bautismo, Confirmación, Eucaristía), el “Señor nos unge y nos marca con el sello del mismo Espíritu de Jesús” (1 Cor 1,2). Por eso, repetimos, somos carne ungida por el Espíritu.
Ahora sí, nos centramos, brevemente en el pasaje de la mujer que unge los pies de Jesús, como nos relata San marcos. Es una “mujer anónima”, quien ante Jesús, acosado por quienes desean darlo muerte, se coloca claramente del lado de Jesús. Además de anónima, pertenecía al grupo de “los impuros” y “los alejados de la santidad establecida”. Hagamos notar que este pasaje recoge la última aparición pública de Jesús, el cual, en el gesto de aquella mujer, ve el símbolo de su propia vida rebosante de “ generoso derroche” y de espléndida entrega.
Este pasaje nos centra en lo que tiene que ser nuestra vida, desde Pentencostés, y desde ser carnes ungidas por el Espíritu. Se nos invita a vivir desde la gratuidad y el amor generoso. No existe otra manera de servir a Dios y a los demás. Nuestra vida es como un frasco de perfume que el Señor nos ha regalado para agradecerla, sí, pero sobre todo para donarla a otros. Tenemos que ser conscientes de la tentación, que siempre nos acecha, de guardar, de retener la vida para nosotros por miedo a perderla. Jesús aparece como el Señor de la entrega. Y, ser su discípulo es entrar en su manera de ser y poner en práctica su lógica de vivir.
Finalizo: “¿qué se espera de un discípulo, que vive desde Pentecostés, a la luz del pasaje de la mujer que unge a Jesús?”… – Lo primero, y más esencial, estar cerca del Señor, atrevernos a ser incondicionalmente de los suyos. Él es nuestro Señor, nuestro Rey y nuestro verdadero y único Salvador. En segundo lugar, no reivindicar nada, sino ofrecernos gratuitamente. Porque gastar la vida, y saber perderla, se convierte en “ganancia”, en alegría y en plenitud. Recuerdo que, en cierta ocasión, mi hermana Sor Verónica, me dijo: “Raúl, soy como una vela encendida en amor por las dos partes: hacia Dios y hacia los demás. Me desgasto mucho, pero soy plenamente feliz”. Por último, el Espíritu Santo hace posible que vivamos como “siervos y servidores”. Jesús no vino a ser servido sino a servir; el cristiano, como discípulo-misionero, debe escoger el camino del servicio.
Vivir así, no es fácil. Pero tenemos una certeza: el Señor ha tomado partido por nosotros, como le sucedió a la mujer ante las “críticas de los comensales” que estaban con Jesús.
Nada más. Pedimos a María, la llena del Espíritu, que todos y cada uno de nosotros, como Carne ungida por el Espíritu, vivamos una existencia agradeciendo y donándonos, acogiendo y entregándonos, como servidores, siempre cerca del Señor y de los hermanos. Así sea.
+ Raúl, Obispo de Ciudad Rodrigo