Raúl Berzosa: «El agradecimiento al Dios de la Llamada por haber suscitado tan buenos ministros en esta pequeña Diócesis civitatense; y, por otro lado, pedir a D. Marcelino que haga de mediador y valedor, ante el Dios de la Mies, para que nazcan nuevos y santos sacerdotes»
Querido hermano y obispo, D. José; queridos hermanos sacerdotes; queridos familiares de D. Marcelino; queridas monjas del Zarzoso y consagradas; queridos todos:
Justamente hacía una semana, desde el Domingo anterior, que llevaba D. Marcelino en el Hospital Clínico, con una grave enfermedad cardiaca. Ayer, por la mañana, recibí la noticia a través de D. Antonio, vuestro párroco: D. Marcelino había subido al cielo, a celebrar con Jesucristo, el Único y Eterno Sacerdote, esa liturgia que no tendrá fin.
Es lo que hemos escuchado en las lecturas de hoy: en la primera, tomada de la Carta a los Hebreos, se nos habla del sentido que tiene el sacerdocio común cristiano y el específico ministerial, como el de D. Marcelino. Con el Salmo 109 hemos cantado “Tú eres sacerdote para siempre”. Porque un sacerdote lo es para toda la eternidad y, mientras peregrina, o está ya en el seno de la Trinidad, sigue intercediendo por los suyos, por los que siempre amó mientras ejerció su ministerio, como es el caso de D. Marcelino. Finalmente, en el Evangelio de San Marcos, se nos recuerda el misterio profundo del que vive todo sacerdote, también D. Marcelino: de la Eucaristía, de hacer presente y vivo a Jesucristo, hoy y aquí, como alimento y sentido de nuestras existencias.
No me alargo en el rico significado de las lecturas de hoy y vuelvo a D. Marcelino. Os confieso que quise verle la semana pasada en el Clínico pero, tanto D. Isidoro – que me mantenía fiel y puntualmente informado- como su sobrina – con la que hablé por teléfono- me lo desaconsejaron por lo delicado de su situación y por estar con visitas muy restringidas en la UVI. Tuvo, según me informaron, episodios muy graves y, otros, de relativa mejoría, en los que incluso no perdió el humor que le caracterizaba. Y, por supuesto, estaba preparado espiritualmente para todo lo que pudiera suceder. Y lo aceptaba, cumpliendo la voluntad de Dios con ello.
- Marcelino ya ha cumplido su peregrinaje y ha llegado al seno de la Trinidad de donde salió. Nosotros, estamos aquí para dar gracias a Dios por un sacerdote muy querido y una larga vida: 83 años. Nació en Fuenteguinaldo en 1935 y fue ordenado sacerdote en 1959. En el Seminario tuvo fama de “piciero y juguetón” y, como siempre lo fue más tarde, de excelente y alegre compañero. En su curriculum he podido leer que fue profesor de religión en el Colegio de La Fuente de San Esteban, ya en 1971; y, desde 1980, profesor de Religión y Moral Católica en la Centro de Formación Profesional también de La Fuente de San Esteban. Amplió su docencia, en 1987, cuando se le nombró, en aquella misma localidad, Profesor de Formación religiosa en el Centro Municipal de Bachillerato.
Como sacerdote, en su ministerio más específico, ejerció de Administrador Parroquial de Alba de Yeltes, en 1990; de la Sagrada, en 1996; en San Muñoz, también en 1996. Y como Párroco, desde 1998 hasta su jubilación, en San Muñoz, Boadilla, La Sagrada-Carrascalejo, y Sanchón de La Sagrada. Además de ser capellán de las Franciscanas del Zarzoso. Como es conocido, durante estos últimos años, viviendo en Fuenteguinaldo, ejercía generosamente como sacerdote de apoyo en el Arciprestazgo del Agueda. ¡Descanse en paz tan buen y fiel sacerdote!
No deseo alargarme porque quiero dejar hablar también a D. José, obispo y buen amigo de D. Marcelino. Tan sólo añadir dos realidades que vengo repitiendo en todos los Funerales de hermanos sacerdotes: por un lado, el agradecimiento al Dios de la Llamada por haber suscitado tan buenos ministros en esta pequeña Diócesis civitatense; y, por otro lado, pedir a D. Marcelino que haga de mediador y valedor, ante el Dios de la Mies, para que nazcan nuevos y santos sacerdotes. Alguna vez, medio en broma-medio en serio, he dejado caer que ningún sacerdote debería ir al Padre sin haberse despertado, con su mediación, una nueva vocación sacerdotal que lo releve…
Mis últimas palabras para la familia de sangre: ¡Gracias por el cariño que manifestásteis siempre a D. Marcelino, y por todo vuestro buen hacer con él! Dios os pague lo que humanamente ni sabemos ni podemos hacer.
Gracias al personal médico y sanitario de Fuenteguinaldo y de Salamanca; gracias a los compañeros sacerdotes, a las monjas franciscanas del Zarzoso, a las consagradas, y a los laicos del Arciprestazgo del Agueda, que tan estrechamente colaborásteis con D. Marcelino. Y, gracias, a todos los presentes por el cariño que mostráis a este buen sacerdote y, sobre todo, por vuestras oraciones. Si él las necesitara, el Señor se la aplicará con creces. De lo contrario, volverán a nosotros. Es el misterio de la comunión de los santos.
Que Santa María, Madre Buena de los Sacerdotes, le haya presentado a su Hijo para recibir el premio a todos sus desvelos y fatigas. Así sea. Amén.
+ Cecilio Raúl, Obispo