Raúl Berzosa: «Dios no se ha cansado de la humanidad y sabe darle una y otra oportunidad»
Queridos hermanos sacerdotes, queridos todos:
En este Domingo, fiesta de la Transfiguración del Señor, celebramos tres eventos, al menos y a un mismo tiempo:
– El feliz aniversario de la muerte del Beato Papa Pablo VI.
– El triste aniversario de la primera bomba atómica sobre la ciudad de Hiroshima.
-Y la gozosa Fiesta de la Transfiguración, que coincide con la Fiesta en esta población de Serradilla del Llano. Aparentemente, son tres eventos diferentes, pero están muy unidos.
Comenzamos por el Papa Pablo VI. Se ha dicho de San Juan Pablo II que fue el “Papa Magno”; pero no menos se puede afirmar del Beato Pablo VI: el Papa del Concilio Vaticano II; el que supo escrutar los signos de los tiempos para ser fiel a su Señor, Jesucristo y poder así iluminar a los hombres y mujeres de hoy; el Papa que culminó la obra de San Juan XXIII y nos recordó que la Iglesia no es para ella misma, sino para evangelizar como sacramento de comunión para la misión; el Papa que dejó bien asentadas las claves de una civilización del amor y de la vida frente a la necrofilia y a los conflictos generalizados de su tiempo.
De conflictos y dramaticidad habla el triste evento de las bombas atómicas. Curiosamente lanzadas en dos ciudades japonesas donde existía un significativo número de cristianos: Hiroshima y Nagasaki. Y, en medio de esta enorme tragedia, sus gentes también supieron orar y esperar en un futuro mejor. Porque allí quedaron patentes tres cosas: primero, que la violencia sólo engendra mayor violencia; segundo que, a pesar de todo, el futuro es sólo de Dios; y, tercero lo más decisivo, Dios no se ha cansado de la humanidad y sabe darle una y otra oportunidad. La paz, la reconciliación y la fraternidad siempre son posibles.
Y con esto llegamos a la fiesta de hoy: el Salvador. Una vez más me atrevo a exclamar: “!Feliz cumpleaños comunitario!”, porque así como celebramos nuestra onomástica individual, tal día como hoy celebramos el cumpleaños comunitario. En una fiesta muy significativa: la Transfiguración del Señor. Un hecho histórico, acaecido en tiempos de Jesús y que reflejan tres evangelistas. En resumen, y sin entrar en grandes teologías, tras la confesión en Cesarea, y antes de subir a Jerusalén, Jesús revela a tres de sus discípulos un gran secreto: quién es Él y cómo tiene que concluir su obra.
“¿Quién es Él?” – En presencia de Moisés y Elías se trasfigura, es decir, se palpa la gloria de lo que Dios y Dios mismo habla en su Hijo. Más aún, la presencia de Moisés y Elías, da a entender cómo y porqué tiene que concluir su obra, para nosotros; en resumen, dentro del Plan de Salvación de Dios, Jesús es el nuevo y definitivo Mesías que debe morir y resucitar; Jesús es el siervo de Dios, el elegido, del que tanto hablaron las escrituras, y Jesús es el nuevo Moisés, el nuevo legislador, que va a derramar el Espíritu en nuestros corazones y que va realizar un nuevo Éxodo: subir a Jerusalén para cumplir el misterio pascual.
Llegados a este punto, alguien puede estar tentado de pensar y sentir que todo lo anterior está muy bien, pero que quizás hoy no tenga actualidad para nosotros, que no nos diga casi nada. ¡Quien así piense, no ha entendido casi nada!
La transfiguración del señor, hoy más que nunca, nos habla de frescura y de plena actualidad: Nos dice que en tiempos de oscuridad y de cierta desesperanza, Dios nos sigue ofreciendo signos de esperanza.
Porque Dios nos dice quiénes somos: no somos fruto del azar o de la casualidad, sino hijos de Dios. No sólo discípulos de Cristo, sino configurados con Él. Somos Cristos vivientes y todo lo que hacemos tiene valor de eternidad. No podemos vivir de la apariencia, de la resignación o de la superficialidad: no estamos haciendo sólo historia para los hombres sino para Dios
La Transfiguración también nos enseña a no tener prisa a la hora de juzgar los acontecimientos; hay que saber esperar; Dios tiene sus tiempos y es capaz de sacar bienes hasta de los males.
La Transfiguración nos invita a escuchar siempre la voz de Dios y no sólo las nuestras; cuando Dios habla, rompe el laberinto de la oscuridad, de la duda, del mal o del pecado. Por eso el san Papa Juan Pablo se atrevía a repetir: “no tengáis miedo; abrid las puertas a Cristo”. Y Benedicto XVI añadía: “Quien tiene a Cristo, no pierde nada”. Él no quita nada; lo da todo; quien lo encuentra, lo gana todo. Gracias a Jesucristo, la Iglesia y el cristianismo son siempre jóvenes: están cargados de futuro porque el mejor tesoro que encierran es Cristo, el mismo “ayer, hoy y siempre”.
¿Nos deja todo esto impasibles? – Entonces, pidamos al Espíritu Santo que, además de hacer el milagro de transformar el pan y el vino en su cuerpo y en su sangre, transforme nuestros corazones. Necesitamos nombres y mujeres nuevos para una Iglesia y una sociedad nuevas capaces de hacer realidad la civilización del amor, de la vida, de la justicia, la paz y la solidaridad verdaderas. Este fue el sueño de Dios desde el comienzo y los últimos Papas nos lo han venido recordando.
+ Raúl, Obispo de Ciudad Rodrigo