Raúl Berzosa: «No estamos celebrando el final de nada ni de nadie. Sí la despedida a una forma concreta de relacionarnos con él, hasta que volvamos a encontrarnos»
Queridos hermanos sacerdotes, los diocesanos y los de Salamanca, queridos residentes y personal cualificado de esta casa sacerdotal, queridos todos:
Estoy contento de estar, una vez más, entre vosotros, aunque, en esta ocasión, el motivo sea, en parte y humanamente, triste: el “hasta luego”· a nuestro entrañable D. Francisco. Porque no estamos celebrando el final de nada ni de nadie. Sí la despedida a una forma concreta de relacionarnos con él, hasta que volvamos a encontrarnos, si Dios quiere, en el cielo.
Os confieso, hermanos diocesanos, que tenía intención real de venir a visitaros muy pronto, como en años anteriores. ¡La providencia ha adelantado el encuentro comunitario en torno a esta Eucaristía!
Ayer por la mañana, estando en Valladolid, en reunión de Obispos y Superiores Generales, me llegaba la noticia: D. Francisco ha fallecido. En tiempo de Adviento, cuando toda la Iglesia canta “!Ven, Señor! Y ¡El Señor Viene!” (Maran athá). En verdad, la vida cristiana y sacerdotal es como un peregrinaje, un éxodo, siempre avanzando en el camino de la arena de la historia para encontrarnos con el Dios Vivo que continuamente está viniendo, que es Adviento. Esto lo creía y lo vivía profundamente D. Francisco.
Fue ordenado sacerdote el 27 de mayo de 1955 por el obispo D. Jesús Enciso, cuando se celebraba en la Diócesis el Congreso Eucarístico Comarcal de la Fuente de San Esteban. Ejerció como ecónomo, en 1955, en las parroquias de Sexmiro y Martillán. Emigró misionero a Argentina, donde fue nombrado Director Espiritual del Seminario Menor en el que estaba de Rector D. Juan Manuel Jorge, diocesano y residente hoy en esta casa sacerdotal.
Al regresar a España, se incardinó en la Archidiócesis de Madrid, desempeñando diversos cargos parroquiales. Sus últimos años transcurrieron en esta Casa. Me decían ayer sus amigos y compañeros que era un presbítero trabajador, sociable, buen compañero y de temperamento y genio marcados.
Hemos escuchado las lecturas de hoy. En la primera, el profeta Isaías, subraya que “el Señor se apiadará de quien le gime y desea”. D. Francisco lo practicó en su vida. Con el Salmo 146 hemos cantado “Dichosos los que esperan en el Señor”. D. Francisco lo predicó muchas veces y, hoy, ya lo está cumpliendo. Y, en el Evangelio de San Mateo, se nos recuerda, con ternura que “Jesús, al ver a la gente, se compadeció de ellas”. También D. Francisco fue un buen pastor aquí y en tierras de ultramar.
Nada más. Doy sinceras gracias a Dios por esta Casa Sacerdotal de Salamanca y por el trato esmerado que otorgáis a nuestros sacerdotes. Dios os lo pague a cuantos hacéis posible que esta casa sea un verdadero hogar sacerdotal. Gracias, especiales, a los profesionales geriátricos, al personal laboral y a los médicos y sanitarios que han atendido en los últimos tiempos a D. Francisco.
Pidamos al Señor, que D. Francisco sepa interceder ante Él, para que no nos falten nuevas y santas vocaciones sacerdotales en nuestra querida Diócesis Civitatense. Y, a todos los presentes, gracias por vuestro cariño y cercanía a D. Francisco, especialmente los hermanos presbíteros, y por vuestra oración y testimonio de fe en la resurrección.
En este sábado, casi vísperas de la Virgen Inmaculada, pedimos a María, Madre de los Sacerdotes, que acompañe a D. Francisco ante el Buen Pastor y que interceda por todos nosotros, los que seguimos peregrinando en este primer mundo. Así sea.
+ Raúl, Obispo de Ciudad Rodrigo