Raúl Berzosa: «Sor Consuelo, en esta casa y en esta Diócesis, era toda una Institución: más de treinta y nueve años sirviendo con personalidad propia»
Queridos hermanos sacerdotes, especialmente D. Santiago, capellán de la casa, y D. Tanis y D. Enrique, sacerdotes residentes; querida madre Provincial, madre Superiora y hermanitas; queridos familiares; queridas consagradas; queridos residentes y trabajadores; queridos todos.
El día de Reyes, poco antes de las ocho de la mañana, la madre Superiora me comunicaba la triste noticia: la hermana Consuelo, esta noche, se ha ido al cielo. Más tarde, cuando fui a rezar un responso por ella, me ofreció detalles de los últimos momentos de su vida, al parecer con un fulminante fallo cardíaco. Se me quedó grabada una frase: “En lugar de traernos este año los Reyes regalos, nos han llevado el mejor regalo de la casa”. No era un cumplido. Precisamente, ayer, Sor Consuelo estuvo de compras de Reyes para hacer regalos a las hermanas y a otros residentes. Esta vez, Los Reyes Magos han querido que fuera ella el mejor regalo de esta comunidad para el Señor, porque Sor Consuelo, en esta casa y en esta Diócesis, era toda una Institución: más de treinta y nueve años sirviendo con personalidad propia.
Damos gracias a Dios por todo ello, al tiempo que recordamos algunos datos de su vida y de su forma de ser y de hacer. Nació en Villamuriel (Palencia) y, desde muy jovencita, tuvo clara su vocación: ser hermanita de los ancianos. Prácticamente sólo tuvo dos destinos: León y Ciudad Rodrigo. Destacaba en ella su alegría y buenísimo humor; sin dejar de ser muy observante y ejemplar; dotada para animar veladas, para la música y siempre tejiendo comunidad. Con una disponibilidad envidiable, nunca se quejó de los cargos a los que fue destinada y nunca tuvo a menos incluso el mendigar y pedir para sus ancianitos. Últimamente, como ecónoma y encargada de la portería, sabía acoger y acompañar a quien venía o la necesitaba. En sus labios siempre una palabra: “Guapín, guapina”…
Era muy cariñosa y delicada en las cosas pequeñas; con orgullo te enseñaba una libretita suya llena de recortes de estampas piadosas y fotos de las personas por las que ella rezaba: desde el Papa hasta un servidor. Particularmente, quería mucho a los sacerdotes. Y tenía una gran devoción a La Virgen y a San José.
Hemos escuchado en la primera lectura de San Juan, “examinad si los espíritus vienen de Dios”. Sor Consuelo, en su sencillez que no era simplicidad, sabía valorar las cosas del Espíritu y de Dios. Difícilmente se la engañaba en lo esencial e importante. Con el Salmo Responsorial hemos cantado que el. Señor es nuestro Pastor y que “nos dará en herencia las naciones” y, añado, lo más importante: “nos dará la vida eterna”, porque una consagrada recibe el ciento por uno en esta vida y, además, la vida que no termina. Finalmente, en el Evangelio de San Mateo, hemos escuchado que “está cerca el Reino de los cielos”. Para sor Consuelo es algo más: “Ya está en el reino de los cielos”. Para eso nos hemos reunido hoy y aquí: para dar gracias por sus 82 años de vida y para pedir por ella, por si necesitara de nuestros sufragios y oraciones. De lo contrario, volverán a nosotros con creces.
Sor Consuelo se habrá encontrado con su familia de sangre y con sus padres fundadores del Instituto: D. Saturnino y Santa Teresa de Jesús e Ibars. Y, seguro, les habrá abierto de par en par su corazón y, en él, a tantas personas a las que amaba y habrá pedido para esta comunidad nuestra civitatense lo que ella tanto valoraba: el amor sincero a los ancianos y el vivir un ambiente de “verdadera familia”; el acatar con humildad y amor los designios divinos y estar siempre dispuestas a hacer la voluntad de Dios, especialmente en la adversidad; vivir siempre las dos caras de una misma moneda: santificarse, santificando a los demás; es decir, intentar ser santas y ayudar a ser santos a quienes están a nuestro lado y todo ello, amando a Dios y amando a los demás; que en la comunidad, como en un cuerpo, se amen las hermanas unas a otras de tal manera que nunca aparezca la división ni se escuche otra voz más importante que la del Señor; y, finalmente, que nunca falten nuevas y santas vocaciones para continuar este carisma tan actual como necesario en la Iglesia y en la sociedad de hoy, particularmente en nuestra pequeña Diócesis.
Sor Consuelo con su largo y continuado servicio, nos ha enseñando que los verdaderos y duraderos logros en la vida se tejen paso a paso, a fuego lento. Y que los contratiempos y las dificultades son siempre oportunidades cuando se afrontan con fe y con cierto sentido del humor. Siempre tenemos que encontrar la Luz divina que nos alumbre para ser luz para los demás, sobre todo cuando la oscuridad parezca más densa. Si me lo permitís y en resumen, Sor Consuelo nos ha enseñado que somos como un gran árbol, con una única raíz y que, a veces, es necesario que la vida y los demás nos sacudan las ramas para que caigan los frutos podridos y quitar así el peso innecesario. ¡Gracias Sor Consuelo por haber hecho patente que las cosas simples y cotidianas son las más extraordinarias y que sólo los sencillos y creyentes son capaces de verlo con el corazón y no sólo con los ojos!
Gracias hermanitas de esta comunidad por todas las atenciones y delicadezas que siempre habéis mostrado hacia Sor Consuelo en su largo camino como consagrada. Gracias a todos cuantos la quisísteis de verdad y que, hoy, estáis aquí presentes: residentes, trabajadores, familiares… ¡Dios os pague lo que humanamente ni sabemos ni podemos hacer!
Estamos celebrando la Eucaristía. Pedimos al Espíritu que, del mismo modo que transformará el pan y el vino en el Cuerpo y en la Sangre de nuestro Señor, transforme para siempre nuestro cuerpo mortal, y hoy el de Sor Consuelo, en cuerpo glorioso como el de Jesucristo y el de su Madre, la Virgen de los Ancianos y desamparados. Que en el cielo nos volvamos a encontrar un día todos. Amén
+Raúl, Obispo de Ciudad Rodrigo