Raúl Berzosa: «Una vez más, viene en nuestra ayuda y consuelo, la Palabra de Dios»
Querido D. José, obispo; queridos hermanos sacerdotes; querida familia de D. Victoriano: hermanos Teresa y Benigno, hermanos políticos, sobrinos y primos; queridas consagradas; queridos todos:
Durante los diez días de su estancia hospitalaria en Salamanca, un servidor visitó a D. Victoriano en varias ocasiones y mantuvo contacto telefónico con él. A pesar de la gravedad de su enfermedad, nada hacía presagiar un final tan rápido. Sus palabras eran siempre de esperanza: “pronto iré a casa”. Si bien es cierto que el pasado lunes, D. Prudencio, Director de la Casa Sacerdotal, me alertó de la gravedad de D. Victoriano. Ayer martes, cuando iba conduciendo, camino de Salamanca, recibí la llamada de D. José, Obispo, comunicándome el fallecimiento de D. Victoriano. En el mismo coche, recé por él. Por la tarde, me acerqué con los sacerdotes del Arciprestazgo de Águeda al Tanatorio, a rezar un responso. Allí estaba su querida familia y D. José, siempre tan cercano en vida a D. Victorino.
Como en otras ocasiones, y más en este tiempo pascual, no podemos dejarnos invadir por la tristeza. Es natural que broten lágrimas en nuestros ojos, pero nunca en nuestro corazón. No celebramos el final de nada ni de nadie: estamos, juntos, para dar gracias a Dios por una vida de 84 años, vivida con sentido y plenitud; y nos hemos juntado para rezar por D. Victoriano, por si necesitara de nuestro sufragio. De lo contrario, Dios nos lo aplicará, con creces a todos nosotros.
Una vez más, viene en nuestra ayuda y consuelo, la Palabra de Dios. En la primera lectura, del libro de los Hechos de los Apóstoles, se cuenta la liberación de los discípulos de la cárcel y su incansable predicación al pueblo en el Templo. Así también D. Victoriano, a pesar de las muchas dificultades, supo siempre ser heraldo del Evangelio. Y, con el Salmo 33, en tantos momentos difíciles, “invocar al Señor en la aflicción, con la seguridad de que el Señor lo escuchaba”. D. Victoriano, como hemos escuchado en el Evangelio de San Juan, creyó firmemente en la Buena Nueva que dio sentido a su vida de fe y como sacerdote: “Que Dios envió a su Hijo para que el mundo se salve por medio de él”.
¿Qué rasgos destacamos de su personalidad?… – D. Victoriano nació en Ciudad Rodrigo, en el año 1933; y fue ordenado sacerdote en 1956. Ejerció su ministerio, primero, como Coadjutor de Sobradillo, y, ya entre 1956 y 1958, como ecónomo de Tenebrón. Se le encargó Diosleguarde hasta 1968, y, desde aquel año hasta el 2011, fue párroco de El Payo. Era un hombre sencillo y cercano, de fácil y agradable convivencia, con buen humor, muy buen compañero, le gustaba lo festivo pero también fue muy probado por la enfermedad. Sobre todo, supo dar testimonio de lo que significa servir durante tantos años en una parroquia, con sus luchas y sus logros, con sus tristezas y sus alegrías, con sus grandezas y sus limitaciones… En verdad, fue un gran mérito sacerdotal permanecer y servir, fielmente y con tanto ánimo, en un solo destino: ¡43 años! La parroquia del Payo tiene que estar muy agradecida a D. Victoriano. Cuando llegué a la Diócesis, aún estaba allí. Dios, que todo lo ve y es juez lleno de misericordia entrañable, le compensará lo que, humanamente, ni sabemos ni podemos hacer.
El Santo Padre nos acaba de regalar la Exhortaciòn Apostólica “Gaudete et Exultate”, invitándonos a hacer realidad la vocación universal a la santidad a la que todos estamos llamados. Entre otros pasajes muy hermosos, en el n. 7, nos habla de “la santidad del vecino de al lado”. Nos dice el Papa que le gusta ver la santidad “ordinaria” en el pueblo de Dios paciente. Así, a los padres que crían con tanto amor a sus hijos; a esos hombres y mujeres que trabajan para llevar el pan cotidiano a sus casas; a los enfermos que siguen sonriendo; a las religiosas ancianas que siguen luchando… Y, añado, a los sacerdotes, servidores fieles y silenciosos, en las pequeñas parroquias de esta Tierra y Pueblo nuestros. En esta constancia y fidelidad para seguir adelante día a día, sigue señalando el Papa Francisco, “veo la santidad de la Iglesia militante. Esa es muchas veces la santidad «de la puerta de al lado », la de aquellos que viven cerca de nosotros y son un reflejo de la presencia de Dios, o, para usar otra expresión, son “la clase media de la santidad”). En verdad, dentro de esa santidad ordinaria, que es a la vez algo extraordinaria, podemos catalogar también la vida y el ministerio D. Victoriano y la de tantos de nuestros hermanos sacerdotes que viven el heroísmo y la entrega allí donde, al parecer, ya casi nadie quiere permanecer; y, sin embargo, seguimos encontrando y redescubriendo una gran riqueza de valores humanos y cristianos.
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