Raúl Berzosa: «Además de la esperanza, donde hay consagrados, se palpa la alegría»
Queridos hermanos sacerdotes, especialmente D. Ángel, Delegado Episcopal para la Vida Consagrada; muy queridas consagradas; queridos todos:
Como cada año, en la Fiesta de la Presentación del Señor, celebramos la Jornada de la Vida de especial Consagración. Lo hemos escuchado en el Evangelio: cuarenta días después de la Navidad, Jesús fue presentado en el Templo por sus padres, José y María. Lo que podía parecer un mero cumplimiento de la ley de Moisés, se transformó en un encuentro público con el resto de Yahvé, con el pueblo de la memoria. Un encuentro gozoso y esperanzador. Jesucristo era luz de las naciones y gloria de su pueblo, Israel.
También hoy, la Vida de especial de consagración, es para toda la Iglesia y para toda la humanidad “testimonio de esperanza y de alegría”. Es una familia muy grande compuesta por Órdenes e Institutos Religiosos y Seculares, contemplativos y de vida activa, Sociedades de vida apostólica, Eremitas y Orden de Vírgenes, y otras muchas nuevas formas de vida de especial consagración. Lo repetimos: ¡Son la alegría y la esperanza para la Iglesia y la humanidad entera!
El Papa Francisco nos habla constantemente de esperanza y de alegría. Y, particularmente, anima a los consagrados a abrazar el futuro con esperanza. Sin ocultar las muchas dificultades, como son: disminución de vocaciones, el envejecimiento, la cultura adversa a los compromisos duraderos, la incomprensión e irrelevancia social de la vida consagrada, y otros… Pero en medio de todo ello, se levanta la bandera de nuestra esperanza, fruto de la fe en un Dios que, con su Espíritu, lleva adelante la historia de la humanidad y nos alienta con un grito: “!No tengáis miedo, yo estoy siempre con vosotros!” (Jer 1,8).
Nuestra esperanza no es fruto de nuestras obras sino de la fidelidad de Aquel que nos ha llamado y que nunca nos falla ( 2 Tim 1,12).
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