En la Celebración de Santa Marta, Seminario Diocesano
Queridos todos, especialmente queridas consagradas del Instituto Marta y María: Mis palabras, en esta ocasión, no pueden por menos que recoger las del Papa Francisco. Por un lado, hace dos Domingos, el Evangelio nos hablaba de Marta y María. Y, por otro lado, durante estas Jornadas de la JMJ en Brasil, el Papa ha hablado con frecuencia de los mayores.
En cuanto a Marta y María, el Papa Francisco nos ha recordado cómo Marta y María, las dos, acogieron a Jesús, aunque de formas diferentes: María se coloca a los pies de Jesús, mientras que Marta se preocupaba por servir. María se sitúa en actitud de escucha de Jesús, mientras que Marta se dejaba absorber por las preocupaciones cotidianas. En verdad, no se contraponen las dos actitudes: la escucha o la contemplación y el servicio al prójimo o la actividad. En nuestra vida, la acción y la contemplación deben caminar unidos. Debemos ser contemplativos en la acción y que la contemplación nos lleve a alimentar las obras. Una oración que no lleve a la acción concreta a favor del hermano enfermo, pobre o necesitado, es una oración estéril e incompleta. Pero, de igual manera, cuando el servicio eclesial sólo se pierde en el hacer, en lo funcional o en lo estructural, y se olvida la centralidad de la motivación (que es Jesucristo) se corre el peligro de servirnos a nosotros mismos y no a Dios, presente en los hermanos. San Benito resumía el estilo de vida cristiano en dos palabras: “Ora et Labora” (reza y trabaja). De la contemplación, de una fuerte relación de amistad con Dios, nace en nosotros la capacidad de llevar a los demás el amor de Dios, su misericordia y su ternura. Y es, también, nuestro trabajo caritativo con los necesitados, el que nos lleva al Señor porque vemos al Señor en el hermano. Pidamos a María, Madre de la Escucha y del servicio, que nos enseñe a meditar en nuestro corazón la Palabra de Dios y a rezar con fidelidad para estar siempre atentos a las necesidades de los demás.
Hasta aquí las palabras del papa en lo referente a la memoria de Marta y María que celebramos hoy. Pero también el Papa ha hablado de los mayores durante estos días. Os resumo lo expresado el sábado, día 27 de Julio: “Niños y ancianos construyen el futuro de los pueblos. Los niños porque llevarán adelante la histori; los ancianos porque transmiten la experiencia y la sabiduría de su vida» (Documento de Aparecida n. 447). En la casa de San Joaquín y Santa Ana, los padres de la Virgen María, y por lo mismo, los abuelos de Jesús, subrayó el Papa, vino María al mundo; trayendo consigo el extraordinario misterio de la Inmaculada Concepción; en esa casa creció acompañada por el amor y la fe de Joaquín y Ana; en esa casa aprendió a escuchar al Señor y a seguir su voluntad. Los santos Joaquín y Ana forman parte de esa larga cadena que ha transmitido el amor de Dios, en el calor de la familia, hasta llegar a María que acogió en su seno al Hijo de Dios y lo dio al mundo y nos los dio a nosotros. ¡Qué precioso es el valor de la familia, como lugar privilegiado para transmitir la fe!
Refiriéndose al ambiente familiar el Papa Francisco quiso subrayar otra cosa: en esta fiesta de los santos Joaquín y Ana, se celebra la fiesta de los abuelos. Qué importantes son los mayores en la vida de la familia para comunicar el patrimonio de humanidad y de fe que es esencial a toda sociedad. Y qué importante es el encuentro y el diálogo intergeneracional, sobre todo dentro de la familia. Esta relación, este diálogo entre las generaciones, es un tesoro que tenemos que preservar y alimentar. Los jóvenes tienen que saludar a los abuelos con todo cariño y agradecerles el testimonio de sabiduría que nos ofrecen continuamente.
Finalizó el Papa, y lo hago yo también en este día, pidiendo al Señor que nos sintamos como una gran familia; dirijámonos a María para que proteja a nuestros hogares y Residencias, y los haga lugares de fe y de amor, en los que se sienta la presencia siempre viva de su Hijo, Jesús. Vosotras, comunidad de Marta y María, tenéis un especial papel en ello. ¡Gracias, en nombre de la Diócesis, por vuestra vida, por vuestro testimonio y por vuestra generosidad cotidianos!. ¡Dios os pague lo que los hombres ni sabemos ni podemos hacer! Pedimos al Señor, para vuestro instituto, fidelidad y perseverancia y, también, nuevas y santas vocaciones.
+ Raúl, Obispo de Ciudad Rodrigo