Raúl Berzosa: «Ellos nos han señalado dónde está nuestro secreto y sentido existencial y la clave de nuestra felicidad: en Jesucristo»
Queridos hermanos presbíteros, queridos seminaristas, queridas consagradas, queridos todos: gracias por vuestra participación en esta Eucaristía.
En el segundo domingo de Pascua bien podemos comenzar con el salmo que hemos repetido hoy: “Dad gracias al Señor porque es bueno; porque es eterna su misericordia”. El Padre bueno, en Cristo resucitado, por el Espíritu, nos hace un gran regalo, en este día y paratoda la Iglesia: la canonización de dos Papas.
Ya, en su momento, al fallecer Juan XXIII, en el año 1963, el pueblo decía de él que “había sido bueno y santo”. Se ha escrito que su muerte fue una muestra de duelo mundial porque había ganado el corazón del mundo entero. Por eso, el papa Pablo VI, en 1965, comienza el proceso de su beatificación. Recordamos que la beatificación del Papa Juan XXIII tuvo lugar en el año 2000. En aquella ocasión, el milagro aprobado fue la curación de una hemorragia ulcerosa mortal a sor Caterina Capitani, en 1966.
En los funerales del Papa Juan Pablo II, en el año 2005, el grito unánime fue el de “Santo subito” (santo rápido). Karol Wojtyla fue beatificado el 1 de mayo de 2011, tras aprobarse un primer milagro. En aquella ocasión, se trató de la curación, dos meses después de su muerte en 2005, de la monja francesa Marie Simon Pierre, que padecía desde 2001 la enfermedad de Parkinson, la misma que sufrió Juan Pablo II en sus últimos años. El segundo milagro se centra en la persona de la mujer costarricense Floribeth Mora, quien ingresó en el hospital en el año 2011, con un gravísima aneurisma. Pasados unos días, el coágulo del cerebro se disolvió sin tratamiento alguno. Alejandro Vargas, médico se preguntaba “por qué desapareció; yo nunca le he encontrado una explicación».
¿Qué deciros de cada uno de los dos Papas? – Sin duda, nada nuevo, pero sí algunas reflexiones que nos puedan ayudar a quererlos aún mucho más si cabe. Vaya por delante, que el cardenal Martini denominó al Papa Juan Pablo II como “el padre espiritual de la humanidad de hoy”. Yo alargaría dicha apelación a los dos papas: ambos fueron verdaderos líderes espirituales. De Juan XXIII, para conocerlo a fondo, hay que leer su “Diario de un alma”, que es la crónica de su vida interior desde que era seminarista en Bérgamo, en el año 1898, hasta su partida al cielo en 1963. En otro orden de cosas, del Papa Bueno, baste recordar su “decálogo cotidiano”, lo que le movía en su vida, día a día:
1.Sólo hoy trataré de vivir exclusivamente el día, sin querer resolver el problema de mi vida todo de una vez.
2.Sólo hoy tendré el máximo cuidado de mi aspecto: cortés en mis maneras, no criticaré a nadie, y no pretenderé mejorar o disciplinar a nadie, sino a mí mismo.
3.Sólo hoy seré feliz con la certeza de que he sido creado para la felicidad, no sólo en el otro mundo, sino también en éste.
4.Sólo hoy me adaptaré a las circunstancias, sin pretender que las circunstancias se adapten a mis deseos.
5.Sólo hoy dedicaré diez minutos de mi tiempo a una buena lectura, recordando que, como el alimento es necesario para la salud del cuerpo, así la buena lectura es necesaria para la buena vida del alma.
6.Sólo hoy haré una buena acción y no se lo diré a nadie.
7.Sólo hoy haré por lo menos una cosa que no deseo hacer y, si me sintiera ofendido en mis sentimientos, procuraré que nadie se entere.
8.Sólo hoy me haré un programa detallado. Quizá no lo cumpla totalmente, pero lo redactaré. Y me guardaré de dos fatalidades: la prisa y la indecisión.
9.Sólo hoy creeré firmemente -aunque las circunstancias demuestren lo contrario -que la buena providencia de Dios se ocupa de mí como si nadie más existiera en el mundo.
10. Sólo hoy no tendré temores. De manera particular, no tendré miedo de gozar lo que es bello y de creer en la bondad (Juan XXIII).
Del Papa Juan Pablo II, añadiré algunos recuerdos más personales. En el año 1982, en Valencia, tuve la ocasión de conocerle por primera vez y muy de cerca. Era el día de mi ordenación sacerdotal. A todos nos impresionó su “tamaño como hombre”, su mirada fija y penetrante, su potente voz, y su físico atlético. Estábamos delante de un gigante. Pero mucho más nos asombró su honda y profunda espiritualidad, a la vez tan “natural”: vivía una perfecta unidad entre vida y fe, entre acción y contemplación.
Más adelante, en los años1984 y 1987, durante mis estudios en la Pontificia Academia Ecclesiastica de Roma, tuve ocasión de hablar con él varias veces. Siendo un Papa tan grande, te hacía sentir las cosas de forma sencilla y sin complejos. Además, de los asuntos oficiales, siempre encontraba tiempo y ocasión para compartir algunas confidencias con sus colaboradores. De Castilla, admiraba a los místicos. Así me los expresó varias veces.
De los muchos recuerdos, narro una significativa anécdota. En una audiencia privada para sacerdotes jóvenes y, ante la atrevida pregunta de cómo ser cristiano hoy, Juan Pablo II subrayó con firmeza: “Hay que ser como una estrella con cinco puntas o una mano con cinco dedos”. Nos invitaba a vivir la apertura a Dios y a los demás, porque nadie puede ser cristiano en solitario. En este sentido, somos como casas sin tejado ni puertas ni ventanas. Sin techo, para dejar entrara a Dios. Sin puertas ni ventanas para que entren los demás. Nadie puede ser cristiano en solitario. Nos invitaba, además. a vivir la coherencia de vida siendo cristianos veinticuatro horas al día y en todos los ámbitos, sin divorcio entre lo que creemos y vivimos y “sin vacaciones” para la vida cristiana. Tenemos que ser fieles al compromiso bautismal, profesando como único Dios a Nuestro Señor Jesucristo (no el placer, el tener, el saber, el poder…), y viviendo en consecuencia la libertad de los hijos de Dios. Hay que ser transparentes, asumiendo lo que somos (sin caretas ni máscaras) y contemplando y acogiendo a los demás como son en realidad; y, finalmente, la solidaridad, que es mucho más que gastar tiempo y dinero: es gastar la propia existencia en el servicio a Dios y a los demás.
Llegados a este punto, una pregunta más que engloba a los dos Papas santos: ¿Qué lecciones para nosotros, hoy y aquí? – Por un lado, la catolicidad, en su más estricto sentido. Ambos han sido Papas “de todos y para todos, amados y admirados por creyentes y no creyentes. Por otro lado, nos encontramos ante dos verdaderos líderes para la humanidad de nuestro tiempo, y no sólo líderes espirituales. Juan XXIII contribuyó a distender la llamada guerra fría de los años 60 entre los dos grandes bloques: capitalista y comunista. Y, Juan Pablo II, influyó decisivamente en la caída del muro de Berlín y la unificación de Europa. Y, en una tercera dimensión, ambos fueron verdaderos reformadores de la Iglesia en su momento: Juan XXIII convocó e inició el Vaticano II para “aggiornamento” o puesta al día. Juan Pablo II introdujo con fuerza y espíritu a la Iglesia en el Tercer milenio, en clave de nueva evangelización. Cada uno con su personalidad peculiar y con la fuerza y atractivo de ser hombres verdaderamente “libres y tocados” por el Espíritu, capaces de abrir el corazón y la mente de los hombres y mujeres de nuestro tiempo a la Verdad, a la Belleza y al Amor.
¿Qué herencia podemos recibir de ambos papas para nuestra pequeña Diócesis, en periodo de Asamblea Diocesana?- Sin duda, podemos aprender de ellos, el amor apasionado a Jesucristo; el amor efectivo y efectivo a la Iglesia; el no tener complejos a la hora de vivir la dimensión pública del cristianismo; y la apuesta decidida por los más necesitados, uniendo creatividad y ardor misionero a la hora de evangelizar.
Juan XXIII y Juan Pablo II han creído “en” el ser humano y amado profundamente “a” cada ser humano. Porque, cada uno de nosotros, somos, en el fondo, un misterio del amor divino. Ellos nos han señalado dónde está nuestro secreto y sentido existencial y la clave de nuestra felicidad: en Jesucristo, el modelo de Hombre por excelencia y el paradigma del futuro que nos espera. Y, junto a la riqueza de palabra de su magisterio pontificio, han manifestado siempre gestos concretos y una gran sensibilidad para acercarse a los más desfavorecidos y denunciar toda injusticia y todo lo que impide vivir con la dignidad de los hijos de Dios, tanto personas como pueblos.
No deseo alargarme. ¿Qué mensaje, en resumen, nos dejan, hoy y aquí, estas canonizaciones?…– Sobre todo, el volver a creer en la santidad cotidiana de la vida cristiana. En este sentido, ser santo es tan fácil como hacer bien, con la ayuda del Espíritu, las cosas de cada día. Y, por otro lado, no hay nadie más revolucionario en la historia de la humanidad que un santo. Porque aporta una verdadera novedad para la humanidad. Necesitamos coraje y atrevimiento para hacer realidad esta llamada a la santidad que nos legaron Juan XXIII y Juan Pablo II. Sin olvidar lo que expresó el propio Juan Pablo II, a los jóvenes españoles en Cuatro Vientos: “se puede ser cristiano y moderno”. La vida y la fe, lo humano y lo divino, no se separan. Con motivo de su canonización, y con la fuerza del Espíritu, nos toca consolidar lo que ellos iniciaron con tanta pasión y con tanto amor.
Concluyo. En verdad, gracias al testimonio de estos santos Papas, el mensaje central de las lecturas de este domingo no es ni mucho menos letra muerta. Como en la primera lectura, de los Hechos de los Apóstoles, es posible afirmar que los creyentes vivían todos unidos y lo tenían todo en común. Con la lectura de la Primera Carta de San Pedro, podemos afirmar que “por la resurrección de entre los muertos, Jesucristo nos ha hecho nacer de nuevo a una esperanza viva”. Y, finalmente, como escribe el evangelista San Juan, “Cristo resucitado se ha hecho presente y vivo entre nosotros”. ¡Bendito sea Dios!
!Gracias, queridos Papas, por anunciar con frescura y valentía a Jesucristo!… ¡Gracias por haber sabido conducir con firmeza y creatividad a la Iglesia de Jesucristo, en el S. XX y rumbo al siglo XXI!… ¡Gracias por haber sido luz y esperanza para los hombres y mujeres de hoy, especialmente para los jóvenes y los más desfavorecidos!… ¡Gracias por vuestra vida y por vuestra obra!… Sed intercesores para nuestras familias y rogad al dueño de la mies que nos envíe sacerdotes santos, como vosotros.
Santa María, Madre de la Iglesia y Madre nuestra, a la que tanto amaron e imitaron Juan XXIII y Juan Pablo II, ¡rogad por nosotros!
+ Raúl, Obispo de Ciudad Rodrigo