Raúl Berzosa: «D. Francisco no se quedó nunca atrás en generosidad y respuesta; hasta donar, incluso, la propiedad del castillo, que es identidad, paradigma y tesoro de este noble pueblo»
Muy queridos hermanos presbíteros, queridos familiares de D. Francisco, queridas autoridades, querida comunidad de Madres Agustinas, querida Cofradía del Cordero, queridos todos, los de aquí y los llegados de lejos, movimos por el afecto y la estima sincero a D. Francisco:
Antes de ayer, por diversos cauces, me llegaba la alarmante noticia referente a la salud de nuestro querido D. Francisco. Ayer, al mediodía, le visité en el Hospital Virgen de la Vega. El capellán, D. Isidoro, le acababa de impartir la Unción de Enfermos. Hablé con su familia. No había mucha esperanza de recuperación. Y, por la tarde, se confirmó la triste noticia: D. Francisco volaba al cielo, al encuentro con el Señor y con su familia, de la que siempre tenía a gala hablar muy bien de ella. El sacerdote más longevo de la Diócesis, “en activo” (ahora era capellán de la Madres Agustinas) nos dejaba, a sus 92 años.
El Señor, dueño de la vida y de la muerte, se lo llevó en el día de Santa Mónica, las vísperasde la memoria de nuestro Padre San Agustín. Toda la vida del santo se puede resumir en una palabra: Vida. Toda su existencia fue un tratar de encontrar la Vida verdadera, la que no tiene fin. De ahí su tortuosa juventud, su búsqueda de filosofías y formas de vida auténticas y plenas, hasta que, al final, encontró el secreto y el arte de vivir: ser otro Cristo, ser“evangelio viviente”, para ver con los ojos de sentir, sentir con su corazón y hacer con sus manos. Lo hemos escuchado en la Primera Lectura de hoy de la Carta a los Corintios: por Cristo hemos sido enriquecidos en todo. Por eso, como hijos agradecidos, con el Salmo 144 hemos cantado que bendeciremos el nombre de Dios por siempre. Porque Él es nuestro verdadero rey. Y, finalmente, el Evangelio, con su frase “estad preparados”, no quisieran que sólo resonara como una melodía para la otra vida, sino como un estar despiertos a lo que el Señor nos vaya revelando y regalando en el curso de nuestra historia; a veces, cuando y donde menos lo esperamos.
Volvemos a nuestro querido D. Francisco. Toda su vida, como la del santo, también se puede resumir en una palabra: Vida. Una existencia sacerdotal fecunda y longeva. Nacido en San Felices de los Gallegos, el 22 de septiembre de 1922. Fue ordenado sacerdote en 1945. Su vida presbiteral pastoral transcurre, fundamentalmente, entre San Felices y Olmedo de Camaces. Sin olvidar que fue ecónomo de Fuenteliante (desde 1946 a 1950), encargado de Alamedilla (de 1948 a 1949), ecónomo de Monsagro (de 1950 a 1953), Párroco de Cerezal de Peñahorcada (de 1953 a 1967) y encargado de Miaza (de 1958 a 1967). Sobre todo, destacaría su labor como capellán, sensato y espiritual, de las Madres Agustinas, quienes le deben tanto y a quienes él debe tanto. Su primera misión con la comunidad data de 1945 y, de manera ya estable, desde marzo de 1967; casi cincuenta años en total. De Olmedo, primero fue encargado, entre 1948 y 1949, y fue nombrado párroco en 1983.
Humanamente, tenía un carácter optimista y sociable. Era vitalista y emprendedor, a su manera. Orgulloso y amante de su pueblo hasta la médula. Con una gran suerte: siempre fue correspondido por San Felices. D. Francisco no se quedó nunca atrás en generosidad y respuesta; hasta donar, incluso, la propiedad del castillo, que es identidad, paradigma y tesoro de este noble pueblo.
D. Francisco, sacerdotalmente hablando, fue un gran y cercano compañero: creaba ambiente, allí donde estaba. Y, en lo pastoral, muy responsable y entregado. Os hago una confidencia, que seguro es conocida por muchos de los presentes: se me enfadó por retirarle de la responsabilidad de Olmedo, a raíz del grave accidente sufrido hace dos años. A pesar de todo, hicimos las paces y nos entendimos: él estaba en su derecho de protestar y, un servidor, tenía que ejercer la obligación de servir ejerciendo el gobierno, habiendo pedido parecer a quienes era oportuno hacerlo. De cualquier forma, D. Francisco, perdóneme por el disgusto que sufrió al dejar su querida parroquia de Olmedo.
Ayer, mientras D. Francisco luchaba en el hospital entre la vida y la muerte, estábamos celebrando y pidiendo por él públicamente en Alba de Tormes.
A los pies de la Santa de Avila, me venían al corazón y a la cabeza dos paralelismos con D. Francisco: para ambos, los castillos fueron importantes. Teresa de Jesús habla del castillo interior para que fuera la fuente de la vida exterior; D. Francisco, hablaba del castillo exterior para, como metáfora, invitarnos a descubrir nuestro castillo interior. También para ambos, Jesucristo, el Cordero, fue muy importante: a Teresa le habló y le concedió el fenómeno de la transverberación o herida de Amor divino en el corazón para siempre. D. Francisco visitaba la ermita del Cordero todas las tardes. Seguro que el Cordero le dijo muchas cosas importantes que marcaron su vida. Algo es cierto: estaba traspasado su corazón por el Amor “del” Cordero y por el Amor “al” Cordero. Era su seña de identidad, además del castillo.
No son palabras vanas o huecas las que tengo que repetir de nuevo: ¡Qué suerte tiene esta diócesis de Ciudad Rodrigo con su presbiterio, tan excelente! Y no es una opinión solo personal: vuestra multitudinaria presencia aquí, en este templo parroquial, para decir no “el adiós” sino el “hasta luego” a D. Francisco, lo demuestra.
También una vez más tengo que repetir que a los sacerdotes, como buenos pastores, no se les deja en paz ni siquiera después de muertos: siguen intercediendo y acompañando a quienes tanto quisieron en vida. Por eso, querida familia y amigos más cercanos de D. Francisco, estad seguros que él os pagará con creces lo que habéis con él tan generosamente. Y, vosotras, Madres Agustinas, tened la certeza de que velará por vosotras y que, ante el Dueño de la Mies, intercederá para que no os falten nuevas y santas vocaciones. Don Francisco, no sea tacaño y pida también para que en el Seminario entren jóvenes para un día ser sacerdotes como Usted.
Concluyo: 92 años de vida dan mucho de sí. A pesar de ello, no estamos aquí para celebrar el fin de nadie, sino para agradecer al Señor el haber conocido la persona y el hacer de nuestro querido D. Francisco. Oremos por él. Si necesita de nuestra oración-sufragio, el Señor se la aplicará.
De lo contrario, vendrá enriquecida a quienes seguimos peregrinando, en este primer mundo, hasta la Jerusalén celestial, donde no habrá tristeza ni lágrimas, y la muerte habrá sido vencida para siempre con la Vida del Resucitado.
Gracias a todos, hermanos, por vuestra presencia y por vuestro testimonio de fe en la resurrección. Gracias, D. Carlos y otros hermanos sacerdotes, por todas las atenciones y cuidados hacia D. Francisco. Dios os lo pague, de verdad.
Pedimos al Espíritu Santo que nos haga vivir en plenitud, como San Agustín y losa dos Franciscos, el de Asís (cuyo estamos celebrando) y D. Paco; y que nos transforme en hombres y mujeres nuevos, como hará con el pan y el vino. Que en el cielo nos veamos todos. Así sea. Amén.
+ Raúl, Obispo de Ciudad Rodrigo