Monasterio Franciscano del Zarzoso

Raúl Berzosa: «Cada uno ha de sentirse acogido, en su situación personal y en su misterio»

Muy queridas hermanas: al no poder celebrar el día de nuestro Padre San Francisco, 4 de Octubre, por encontrarme dirigiendo Ejercicios Espirituales, he deseado estar aquí hoy, compartiendo con vosotras la Eucaristía. Me siento feliz y muy contento.

En la primera de las lecturas de este día, el Apóstol San Pablo recuerda que San Lucas es “el único que, después de tantas dificultades, está con él”. Así vosotras, no os sintáis nunca solas ni abandonadas. No sólo el Arciprestazgo, sino toda la Diócesis está siempre con vosotras. El en Salmo 144 hemos repetido que “tus santos, Señor, proclaman la gloria de tu reinado”. Esta es precisamente vuestra vocación profunda: cantar, continuamente, la gloria de Dios. Esa es la esencia de una vocación contemplativa. Finalmente, en el evangelio de San Lucas hemos escuchado la voz del Señor: “La mies es abundante y los obreros pocos”. Se nos invita a pedir nuevas y santas vocaciones. También para este querido monasterio franciscano.

Tomando pie en estas lecturas, y para que podáis estar en sintonía con toda la Diócesis, deseo subrayar o acentuar lo que venimos trabajando en los diversos encuentros arciprestales de inicio de curso, precisamente en lo que es el objetivo pastoral del presente curso: Vivir la Iglesia como comunidad.

Vosotras, como consagradas, estáis llamadas muy especialmente a hacer y vivir la comunidad. Sois, no sólo Iglesia doméstica (como lo son las familias de sangre) sino el rostro y reflejo de la Iglesia en cuanto tal. La pregunta nace espontánea: “¿Cómo reforzar vuestra comunidad?”… – Os regalo una moneda con dos caras: por un lado, “redescubrir comunitariamente el Amor del Señor”; y, por otro lado, “compartir ese mismo Amor del Señor”. Porque no sois comunidad cerrada, ni comunidad solo para vosotras mismas, sino testigos abiertos y generosos del amor de Dios.

Vamos a desarrollarlo brevemente. ¿Qué significa redescubrir comunitariamente el Amor del Señor?… Ante todo, ser conscientes de que el camino de Jesús sólo se puede recorrer de forma comunitaria. Jesús eligió a 12 discípulos. Especialmente tenemos que acentuar lo comunitario en “este nuevo momento histórico”, donde uno de los signos de los tiempos clave es trabajar y relacionarse en “red”, en interconexión.

Esto quiere decir que, a pesar de “la oscuridad y de las noches” sociales, económicos y políticas, estamos llamados a ser un “nuevo Pentecostés”: comunión y misión; y hacer realidad una fe compartida, un servicio de amor gratuito (de ágape), y una esperanza comunitaria (“somos profetas de esperanza, no de calamidades…)”. Y Mt 25, al hablar del examen final, nos pone en evidencia una realidad: la responsabilidad de una salvación compartida: nos pedirán cuentas unos de otros. Desde muy niño, me repitieron esta frase: “O nos salvamos todos, o difícilmente podremos salvarnos algunos solos”…

Seguimos avanzando y nos preguntamos: “¿Dónde encontramos la fuente del Amor cristiano, capaz de hacer verdadera comunidad?”… La respuesta es clara: – en el  Amor del Padre que nos ha llegado por las manos del Hijo, en el Espíritu. Nuestro Dios Uni-Trino, es Amor, Vida y Comunión. Es la Casa de donde venimos y a donde iremos (Padre), entrando por la única puerta (Jesucristo) con la llave del Espíritu Santo. Esto lo descubrimos y palpamos, sobre todo, en la oración y en la liturgia de los Sacramentos, especialmente en la Eucaristía.

Somos hijos muy amados del Padre: Dios Padre nos ama como a su Hijo, nos abraza y acaricia en su Hijo, nos hace familia “por Cristo” (a través del Hijo), “con Cristo” (en compañía del Hijo), y “en Cristo” (insertados en su misterio Pascual por el Bautismo).

Somos hermanos en el Hermano Jesucristo: si somos hijos de un mismo Padre, somos hermanos entre nosotros:”ya no hay ni judío ni griego ni esclavo ni libre ni hombre ni mujer” (Gal 3,25-28). No estamos hermanados ni por las carencias ni por los excesos sino por la única comunión filial-fraterna “divinas”. Todos somos corresponsables de todos.

Vivimos en la misma comunión del Espíritu Santo: Es el Espíritu quien nos une y nos consagra, nos edifica y nos plenifica, nos toma-bendice-reparte… Es el Espíritu quien ensancha nuestro corazón y lo doma y lo ablanda y lo hace donación. Es el Espíritu quien nos regala sus dones: paz, paciencia, generosidad, mansedumbre, misericordia, perdón… ¡Para que los donemos y nos donemos! (Rm 8).

Hasta aquí la primera cara de la moneda. Ahora viene la segunda: estamos llamados a compartir ese mismo Amor del Señor. No es fácil compartir, entregarnos.

Os recuerdo algunas claves para vivir y donar el amor fraterno:

        Capacidad para acoger al otro y su vida. Desde la Palabra de Dios, la oración y los sacramentos, contemplamos a los hermanos y los acogemos. La comunión se hace en la vida real y cotidiana pero apoya en el mismo misterio de Dios.

 

Crear o ampliar espacios de acogida. Cada uno ha de sentirse acogido, en su situación personal y en su misterio. Debemos tener, desde el Espíritu, hondura de mirada para escudriñar el corazón, y no las apariencias; y cuidarnos de no juzgar y prejuzgar al otro.

 

Creer en los hermanos. Jesús se fio de los discípulos. Debemos crear un clima de confianza en los demás. Ponerse ante el otro sin prejuicios supone experimentar que el  amor no tiene memoria, “ni lleva cuentas del mal” (1Cor 13). Además, significa saber Escuchar al otro, sin prisas, para poder acogerle, comprenderle, acompañarle y caminar juntos. Y, finalmente, significa sentir con el otro, evitar el competir y rivalizar, “hacernos pequeños”, y saber perdonar y olvidar; el perdón ha de respetarse como “un espacio sagrado” (Mt 18).

 

Finalizo. Queridas hermanas, como franciscanas, hijas del Poverello de Asís, os recuerdo que la comunidad cristiana no es una estrategia ni un pacto de no agresión ni siquiera un lugar donde nos hemos reunido los más amigos y queridos por nosotros. La comunidad es comunión de hermanos desde la fe, la esperanza y la caridad; es “gracia” que se hace “gracia”; es amor gratuito, de ágape, que se hace amor gratuito. Nadie es maestro o superior al otro; todos somos discípulos, como repite el papa Francisco. La comunidad, desde la comunión en Cristo por el Espíritu, se fragua y se renueva cada día.

Pedimos al mismo Espíritu, hacer de comunión, el gustar y hacer realidad esta gracia de edificar y vivir la verdadera comunidad. Ponemos como intercesora a María, Madre de los consagrados. Muchas gracias, hermanas, por vuestra vida y por vuestro testimonio. No os canséis de ser siempre una cualificada “comunidad de referencia cristiana” para esta querida Diócesis civitatense. Amén.

+ Raúl, Obispo de Ciudad Rodrigo