Pregón de Semana Santa 2017

Ninfa Watt: «La Semana Santa no es un recuerdo del pasado hecho de piedra, cartón, velas y ritos, es una corriente viva»

Autoridades, miembros de las Cofradías, mirobrigenses todos, queridos amigos.

Mi pregón viene a anunciar algo que ya todos sabéis, pero queréis que se proclame este año con mi voz en el corazón de la ciudad: que una vez más, como siempre, y una vez más, como nunca –porque siempre es única y distinta–, cuando la naturaleza nos habla del renacer de la vida, cuando el invierno da paso a la primavera y despierta un derroche de color, de promesas y de vida, Ciudad Rodrigo abre las puertas de la Semana Santa, que encierra los misterios más profundos del ser humano.

Abrazada por la muralla, a la sombra de la Catedral y del Castillo, acariciada por el río, entre calles y plazas con palacios y casas señoriales que hablan de siglos, la ciudad antigua, noble y leal revive un tesoro hecho de arte, espiritualidad, tradición, fe, cultura y convivencia. Son siglos de Historia, de fe, de arte, de cultura que bebe de las mismas fuentes y se asienta en raíces generadoras de vida. Hoy se hace todo nuevo y se orienta hacia el futuro.

Semana Santa, santos días que recuerdan cíclicamente, en un universo concentrado de sentido, la Pasión, Muerte y Resurrección de Jesús de Nazaret, que acampó entre nosotros y se hizo uno de los nuestros[1]. Con Él, la humanidad entera que sufre; y también la humanidad entera que espera, que goza, que tiene hambre de infinito y anhela horizontes de eternidad.

Mirando al Cristo que habéis puesto en el cartel anunciador, con los brazos abiertos sobre la cruz y el corazón dispuesto a la acogida, recordamos que la llamada de este pregón es para todos, sin diferencias, sin exclusiones. La Semana Santa mirobrigense es vuestra, de todos y cada uno, porque se ha trenzado con fe a lo largo de los tiempos, con trabajos e ilusiones que son también de hoy y de mañana. ¿Quién no tiene un sufrimiento, un dolor, una preocupación, una impotencia, una fragilidad que le pesa en el alma? ¿Quién no siente deseos de felicidad, y ante la verdad, la bondad o la belleza, no aspira a más bondad, más verdad y más belleza? De todos es la condición humana; de todos es, con el infinito respeto a la conciencia y a la libertad de cada uno, esta oferta de sentido que encierra la Semana Santa y centra su mirada en Jesús de Nazaret.

Desde esta convicción os ofrezco hoy mi palabra. Lo hago con enorme cariño por mi vinculación con Ciudad Rodrigo desde hace ya más de tres décadas; con el reconocimiento que me merece el empeño con el que preserváis tradiciones que os identifican; con la admiración que me produce el entusiasmo con que os implicáis en proyectos compartidos; con la humildad de quien sabe que ha estado precedida por personas muy valiosas, y desea estar a la altura de la dignidad que supone esta responsabilidad y del respeto que merecéis; con la emoción de que mi pregón sea, precisamente, el de Semana Santa.

De murallas y castillos:

siete moradas, siete cofradías, siete puertas

Permitidme que, desde este umbral de la Semana Santa, sobrevuele con mi imaginación la ciudad y el tiempo y me deje llevar por los números que parecen jugar para hacerse simbólicos. Porque aquí hay una historia de murallas y castillos, de siete moradas, siete cofradías y siete puertas. Os invito a que hagáis conmigo este breve recorrido.

Siete moradas       

Cinco siglos atrás en tierras castellanas, Teresa de Cepeda y Ahumada vio la luz en Ávila, ciudad amurallada con palacios y casas señoriales, con una catedral fortaleza que hacía las veces de castillo, con un río. Allí nació, creció y forjó los sueños que la llevaron a ser Teresa de Jesús. Allí, mirando su entorno, encontró imágenes que le permitieron explicar experiencias del alma. Qué bien se puede entender, también aquí, en Ciudad Rodrigo, ese lenguaje que dibuja con palabras almenas y castillos, fosos y ríos, reyes, caballeros y aventuras interiores, como símbolo de algo muy profundo. Ciudad Rodrigo me pone en bandeja la sugerencia con su belleza monumental.

Dejadme así que me acoja al espíritu teresiano y tome prestadas las palabras de Teresa para compartir algo que apunta al centro del espíritu de estos días. Ella, al explicar el misterio del ser humano, su grandeza, su estructura interior y sus experiencias espirituales, tan difíciles de expresar, dice así en el comienzo del Castillo interior o Las Moradas:

“Estando hoy suplicando a nuestro Señor hablase por mí, porque yo no atinaba a cosa que decir ni cómo comenzar (…), se me ofreció lo que ahora diré, para comenzar con algún fundamento: que es considerar nuestra alma como un castillo todo de un diamante o muy claro cristal, adonde hay muchos aposentos, así como en el cielo hay muchas moradas. Que si bien lo consideramos (…), no es otra cosa el alma del justo sino a donde dice Él tiene sus deleites. Pues ¿qué tal os parece que será el aposento a donde un rey tan poderoso, tan sabio, tan limpio, tan lleno de todos los bienes se deleita? No hallo yo cosa con qué comparar la gran hermosura de un alma y la gran capacidad; y verdaderamente apenas deben llegar nuestros entendimientos, por agudos que fuesen, a comprenderla, así como no pueden llegar a considerar a Dios, pues Él mismo dice que nos crió a su imagen y semejanza. (…) Pues consideremos que este castillo tiene –como he dicho– muchas moradas, unas en lo alto, otras en bajo, otras a los lados; y en el centro y mitad de todas estas tiene la más principal, que es adonde pasan las cosas de mucho secreto entre Dios y el alma”.[2]

Un castillo con siete moradas describe santa Teresa, y un proceso de encuentro con uno mismo hasta llegar a la morada central, donde está Dios en el hondón del alma. Una aventura que ofrece a todos con la convicción de quien lo ha experimentado y sabe que merece la pena intentar este camino.

Siete Cofradías

En ello están las Cofradías mirobrigenses, porque también son siete las que integran la Junta Mayor. Representan distintos aspectos y momentos de la vida ciudadana y, al mismo tiempo, distintos pasos de la Pasión, Muerte y Resurrección. Las conocéis bien, porque de padres a hijos pasa la tradición de trabajar hombro con hombro durante el año con sentido de pertenencia. Las siete componen, entre todas, la imagen completa de la Semana Santa en las calles de la ciudad:

1-La oración del huerto

2-Jesús Nazareno

3-La Santa Cruz

4-El silencio. Hermandad del Santísimo Cristo de la Expiación

5-Nuestra Señora de la Soledad

6-Jesús, amigo de los niños. La Borriquilla.

7-Y, por último, la séptima, la más joven de todas ellas, formada por mujeres que acompañan a Nuestra Señora de las Angustias.

Las más antiguas, como tales Cofradías, tienen historia desde el siglo XIX; las más modernas, como signo de los tiempos, promueven iniciativas que enriquecen el tesoro común. Me uno hoy a esa cadena de tradiciones y, en este pregón que hace el número veintisiete de su historia, me convierto en la cuarta mujer que desempeña el papel de pregonera como un honor.

Las siete Cofradías se unirán el viernes Santo para acompañar al Cristo yacente. Después, cuando el Domingo de Resurrección aparezcan, por la Puerta del Sol, la figura de Cristo Resucitado, y por Puerta de la Colada, la figura de María, Mujer y Madre, la ciudad será testigo del encuentro en la Plaza mayor, lugar en el que suceden las cosas importantes de la vida ciudadana. Entonces llegará a su culmen el ciclo de estos días santos. Porque en la vida resucitada cobra sentido y esperanza todo lo anterior.

Siete Puertas

Y por fin, jugando con el siete, llegamos a las siete puertas, las que pueden cerrarse, pero también permanecer abiertas, como lugar de entrada y paso hacia el interior. Son brechas abiertas en la muralla que esconden historias y leyendas hacia todos los puntos cardinales: la Puerta del Conde, la Puerta del Sol, la Puerta de Santiago, la Puerta de La Colada, la Puerta de Amayuelas… Con esta, son seis en la actualidad.

Me preguntaréis cuál es la séptima puerta de la que hablo. Qué puerta es la que completa el perfecto número siete que marca la plenitud. Es una puerta única y distinta en cada uno, que solo se abre desde dentro y tiene como dueña la libertad. Pero esa puerta puede abrirse -solo si libremente se desea- para acoger el sentido profundo de la Semana Santa. Eso depende de cada persona, porque la séptima puerta de la Semana Santa en Ciudad Rodrigo es la puerta del alma, la puerta del corazón. 

Brille así vuestra luz

Hablo del corazón y hablo de las calles que recorren las procesiones de Semana Santa. ¿Por qué en las calles, ocupando un espacio público? ¿Por qué en la actualidad, rememorando acontecimientos que tiene más de 2000 años de historia? ¿Tiene sentido?

Sin duda, tiene pleno sentido y es muestra de los valores cívicos y democráticos que compartimos.

La Declaración Universal de los Derechos Humanos, proclamada en 1948, tras la II Guerra Mundial, como marco de convivencia para un mundo en paz, en justicia, en libertad, donde no quepan las guerras, los atropellos a la dignidad de las personas ni las esclavitudes, es precisamente eso: una declaración de derechos y libertades. Es decir, no una concesión, no un privilegio, sino el reconocimiento de lo que todo ser humano merece por el simple hecho de ser humano, por su dignidad.

Y como nacemos libres e iguales, sin distinción de raza, lengua, sexo o religión, entre esos derechos ocupa un puesto fundamental la libertad de expresión, de pensamiento, de opinión, de conciencia, de religión, de culto. Por eso, entre otras cosas, tiene sentido esta manifestación pública de la fe. Porque las convicciones religiosas, como parte de los derechos y libertades individuales, tienen una doble dimensión: una privada y otra pública.

La privada, la íntima, ocupa ese lugar sagrado de todo individuo que no puede ser profanado, que no admite injerencias externas, sino que merece sumo respeto. Y esto, en una doble dirección: por presencia y por ausencia. Es decir, que a nadie se le puede privar y a nadie se le puede exigir. Cada persona es libre de creer o no creer, de buscar o no buscar, de aceptar o no aceptar en su interior la apertura a la trascendencia. Porque es algo demasiado serio, demasiado importante como para permitir la invasión de un espacio interno que es sagrado y enraíza en lo más íntimo de la dignidad de la persona, allí donde se encuentra consigo misma y adquiere su valor ético. Se puede ofrecer, pero nunca imponer; se puede no compartir, pero nunca privar a otros de esta experiencia.

La segunda dimensión de las convicciones religiosas es la pública. Brota de la libertad de expresión y reunión para manifestar y compartir lo que se piensa, lo que se cree. La verdadera libertad de pensamiento y de conciencia lleva consigo la posibilidad de exteriorizar y plasmar en opciones concretas las propias convicciones. Eso hace coherente que se comparta el espacio público, también con otras expresiones culturales y cívicas como la política, el arte, el deporte o la fiesta de la que sabe tanto Ciudad Rodrigo.

Vivirlo así, con naturalidad, es muestra de los valores cívicos y democráticos compartidos en un Estado de Derecho, aconfesional, que busca el bien de todos en libertad. Muestra de ello es también la participación y colaboración de los legítimos representantes de los ciudadanos, salidos de las urnas y, por ello, llamados a trabajar conjuntamente por el bien de todo el pueblo, sin distinción de opción política o de creencias.

El espacio público en una democracia es espacio de libertad, de tolerancia, de convivencia, donde tienen cabida todos los derechos y libertades legítimas. Entre ellas se encuentran, como digo, poniéndose límites entre sí, la libertad de conciencia, la libertad de expresión, la libertad religiosa, la libertad de culto, la libertad de reunión, la libertad de ser respetados por la dignidad de ser humanos.

Sobre esta base se asienta la difícil y comprometida tarea de forjar un presente y un futuro mejor para todos, capaz de superar las crisis con trabajos dignos, oportunidades para los jóvenes, educación libre de calidad, protección para los mayores, atención para las minorías desfavorecidas. Esto supone un duro y comprometido trabajo conjunto por la solidaridad, la justicia, la honradez y la convivencia en paz.

De todos esos valores habla también la Semana Santa que recorre las calles de Ciudad Rodrigo, se recoge en sus templos, se interna en los hogares y se vive en el corazón.

No es un recuerdo del pasado hecho de piedra, cartón, velas y ritos.

Es una corriente viva que bebe del pasado y reconoce los valores recibidos de nuestros mayores; que descubre su vigencia y posibilidades creativas para dar respuesta a las preguntas y necesidades del hombre y de la mujer de hoy –con problemas y preocupaciones, pero también con esperanzas y sueños–; y se orienta hacia el futuro para legar a las generaciones venideras un mundo un poco mejor, más justo, más habitable, más humano, más acogedor.

En ese empeño están también las Cofradías, cada una con su personalidad y su carácter peculiar, hecho de devoción y compromiso. Ser cofrade supone la participación en determinadas celebraciones, pero también, y sobre todo, supone pertenencia y espíritu, con unas exigencias en la vida, a lo largo del año, que se viven desde la convicción.

Mi pequeña historia dentro de una gran Historia

Sé que no soy la protagonista, el centro de este pregón, pero me gustaría explicar mi vinculación con esta tierra y con sus gentes, la razón por la que estoy aquí. Porque en esta gran Historia mirobrigense se engarza mi pequeña historia personal.

Llegué a Ciudad Rodrigo, desde Madrid, en 1980. Acababa de terminar la carrera y el colegio de esta ciudad era mi primer destino. Desembarqué con la ilusión y el entusiasmo intactos, con la fuerza de mis años jóvenes y el deseo de entregarme sin medida. No sabía entonces cuánto tiempo pasaría aquí. Podría ser un año, podría ser el resto de mi existencia. En cualquier caso, a partir de ese momento, esta era mi tierra, mi ciudad, mi gente, como si no hubiese otro mañana.

Así me estrené, profesora novata, en mi primera misión como teresiana. Y fueron finalmente cinco años felices que pasaron a formar parte de mi persona para siempre. Ahora pueden parecer pocos; entonces eran una proporción importante de mi vida entera. Fue… mi estreno, como un primer amor, que marca y no se olvida.

Aquellas niñas de entonces, mis primeras alumnas, son ahora mujeres magníficas, con sus familias, sus profesiones, sus compromisos, sus proyectos, su personalidad y su sello teresiano. Han volado por ellas mismas y han hecho su propio camino, cada una el suyo. Volver a encontrarlas es cada vez una alegría por todo lo vivido, como si el tiempo no hubiese pasado, pero con la madurez que permite compartir la mistad y el cariño sincero. El internado ofrecía entonces la posibilidad de estudiar a muchas chicas que en sus pueblos no hubiesen podido hacerlo, y así se extendía la educación y la cultura que Ciudad Rodrigo ofrecía.

Junto a ellas –porque entonces en el colegio eran solo chicas–, los jóvenes del MTA, ahora también ellos hombres hechos y derechos. MTA: chicos y chicas estupendos comprometidos con su fe y espíritu teresiano, con los que llevamos a cabo todo tipo de proyectos: teatros, conciertos, marchas a la montaña, campamentos, convivencias, iniciativas solidarias, oración, libros, viajes, reuniones, largas conversaciones, risas, canciones, guitarras, confidencias… Todo era ocasión para crecer.

Además, sus familias; y los profesores y profesoras, compañeros tan queridos; y los amigos; y mis hermanas teresianas con las que tanto compartí, algunas de las cuales ya no están, tristemente, entre nosotros.

No puedo alargarme en anécdotas y recuerdos, pero sé que todo aquello se trenzó con mi vida y se quedó para siempre como parte de ella. Mi historia personal está así vinculada a la de Ciudad Rodrigo, al tiempo que algo de mí se quedó aquí. Y lo agradezco, por lo mucho que me dio, por lo mucho que me enriqueció cuando era yo la que quería darme, con mezcla, estoy segura, de errores e inexperiencias.

Todo esto lo renuevo cada vez que vuelvo, testigo de proyectos entusiasmantes y prometedores que llevan el nombre de la ciudad por las pantallas del mundo, mostrando que aquí hay talento y calidad humana y profesional.

Recuerdo que, en un precioso pregón de Carnaval, el poeta y profesor salmantino Antonio Sánchez Zamarreño, explicó, con palabras más inspiradas que las mías, cómo en el mapa que tenía en la pared en su infancia, Ciudad Rodrigo le quedaba a la altura del corazón.

Desde entonces supe que, fuese cual fuese el tamaño del mapa o su colocación, fuese como fuese la bola del mundo en la que apareciese esta tierra charra, Ciudad Rodrigo quedaría siempre, siempre, a la altura de mi corazón. 

Sólo os pido que le miréis

Ahora, al comenzar este tiempo santo, repasando en mi cabeza las doce procesiones que irán jalonando las horas y los días de la Semana Santa, desde el Viernes de Dolores hasta el Domingo de Resurrección –la Dolorosa; Jesús, amigo de los niños; la Oración en el Huerto, Los Azotes, Las Angustias, La Santa Cruz, El Paso de la Agonía, El Silencio, El Santo Encuentro, El Santo Entierro, La Soledad y El Resucitado–, recorriéndolas mentalmente y viendo el cartel anunciador, me brotan una vez más las palabras de Teresa de Jesús, que hago mías, ante la figura de Cristo: “Sólo os pido que le miréis”. Así lo escribió en el siglo XVI para sus hijas, y así lo acogemos hoy quienes nos acercamos a su Camino de Perfección:

“Mientras pudiereis no estéis sin tan buen amigo [Cristo]. Si os acostumbráis a traerle cabe vos –junto a vosotros– y Él ve que lo hacéis con amor y que andáis procurando contentarle, no le podréis -como dicen- echar de vos; no os faltará para siempre; os ayudará en todos vuestros trabajos; le tendréis en todas partes: ¿pensáis que es poco un tal amigo al lado? (…)

 

No os pido ahora que penséis en Él ni que saquéis muchos conceptos ni que hagáis grandes y delicadas consideraciones con vuestro entendimiento; no os pido más de que le miréis. Pues ¿quién os quita volver los ojos del alma, aunque sea de presto si no podéis más, a este Señor? Pues podéis mirar cosas muy feas, ¿y no podréis mirar la cosa más hermosa que se puede imaginar? Pues nunca (…) quita (…) los ojos de vosotros. Os ha sufrido mil cosas feas y abominaciones contra Él y no ha bastado para que os deje de mirar, ¿y es mucho que, quitados los ojos de estas cosas exteriores, le miréis algunas veces a Él? Mirad que no está aguardando otra cosa (…) sino que le miremos. Como le quisiereis, le hallaréis. Tiene en tanto que le volvamos a mirar, que no quedará por diligencia suya. (…)

 

Si estáis alegre, miradle resucitado; que solo imaginar cómo salió del sepulcro os alegrará (…) ¿Es mucho que a quien tanto os da volváis alguna vez los ojos a mirarle? (…)

 

 Si estáis con trabajos o triste, miradle camino del huerto: ¡qué aflicción tan grande llevaba en su alma, pues con ser el mismo sufrimiento la dice y se queja de ella! O miradle atado a la columna, lleno de dolores, todas sus carnes hechas pedazos por lo mucho que os ama; tanto padecer, perseguido de unos, escupido de otros, negado de sus amigos, desamparado de ellos, sin nadie que vuelva por Él, helado de frío, puesto en tanta soledad, que el uno con el otro os podéis consolar. O miradle cargado con la cruz, que aún no le dejaban hartar de huelgo. Os mirará Él con unos ojos tan hermosos y piadosos, llenos de lágrimas, y olvidará sus dolores por consolar los vuestros, solo porque os vayáis vos con El a consolar y volváis la cabeza a mirarle.”[3]

 

Hoy, también yo, en este pregón, solo os pido que le miréis:

En el Cristo sufriente y en sus heridas están las marcas que dejan las injusticias de todos los tiempos: las guerras, los terrorismos, las corrupciones, las violencias domésticas, los acosos, los machismos, los racismos, los abusos, los malos tratos físicos y psicológicos, las miserias, las faltas de respeto, las humillaciones, las persecuciones… Todos los males del mundo concentrados en su cuerpo y en su alma y, con él, toda la humanidad sufriente. Es la Pasión que desemboca en la muerte en cruz y en el sepulcro. Solo os pido que le miréis.

 

También es el Cristo Resucitado, en quien se concentran las esperanzas más íntimas, los sueños, las ilusiones, los anhelos más profundos de vida, de luz, de amor, de eternidad. También de justicia, de paz y de igualdad. En el encuentro del Cristo vivo con su Madre está también el abrazo de la humanidad que sabe que la muerte y el mal no tienen la última palabra. Que todo tiene sentido, que todo puede ser superado, que en nuestra fragilidad de seres de barro brotan semillas de eternidad. Hoy solo os pido que le miréis.

 

El privilegio de pronunciar el pregón

Queridos mirobrigenses, me habéis concedido este año el privilegio –que considero un auténtico regalo– de proclamar en voz alta este pregón que abre la Semana Santa. Lo agradezco de corazón. A quienes pensaron en mí, depositando su confianza en mi persona; a quienes lo aceptaron otorgándome este honor y esta dignidad; y a todos, por vuestra atención acogedora.

Como decía al comienzo, me habéis permitido dar voz a vuestra voz para que resuene una vez más, como hace tantos años, entre las murallas centenarias, algo que todos sabéis: Antigua, noble y leal ciudad de Ciudad Rodrigo: comienza la Semana Santa de 2017. Si queréis que este pregón y su sentido resuenen por las calles y los campos más allá de la muralla, que sea vuestra voz la que resuene ahora y atraviese todo muro, hacia el Norte, hacia el Sur, hacia el Este y hacia el Oeste con abrazo universal y siempre nuevo. Que las piedras construyan puentes y moradas y, en torno al misterio de Cristo, muerto y resucitado, nos encontremos todos, hermanos de una misma humanidad.

 

Muchas gracias.

 

Ninfa Watt

[1] Prólogo del Evangelio de San Juan.

[2] Teresa de Jesús, El castillo interior o Las Moradas, IM, cap. 1

[3] Camino de Perfección (E), cap. 26, 1-3.