Raúl Berzosa: «Tener una garganta sana no en sentido físico, sino simbólico, equivale a decir las cosas con claridad y valentía, siendo profetas, como el Papa Francisco lo viene haciendo»
Queridos hermanos sacerdotes, queridos cofrades, queridos todos:
Nos volvemos a encontrar para celebrar la memoria de San Blas. Como es costumbre, comenzamos resumiendo algo de lo más destacado de su vida.
Según la tradición, Blas de Sebaste era conocido por su don de curación milagrosa, que aplicaba tanto a personas como a animales. Salvó la vida de un niño que se ahogaba al trabársele en la garganta una espina de pescado. Este sería el origen de la costumbre de bendecir las gargantas el día de su fiesta el 3 de febrero. Se le acercaban también los animales enfermos para que les curase, pero en cambio no le molestaban durante su tiempo de oración.
Cuando llegó a Sebaste la persecución de Agrícola, gobernador de Capadocia, contra los cristianos, que fue la última persecución romana, sus cazadores fueron a buscar animales para los juegos de la arena en el bosque de Argeus y encontraron muchos de ellos esperando fuera de la cueva de san Blas. Allí encontraron a Blas en oración y le detuvieron.
Agrícola trató sin éxito de hacerle renegar de su fe. En la prisión, Blas sanó a algunos prisioneros. Entonces el gobernador le mandó matar y fue arrojado a un lago. Pero Blas, de pie sobre la superficie, como el milagro atribuido también a Jesucristo, invitó a sus perseguidores a caminar sobre las aguas y así demostrar el poder de sus dioses. Pero todos se ahogaron. Cuando volvió a tierra por orden de un ángel, fue torturado, siendo colgado de un poste y lacerado con rastrillos de cardar y finalmente decapitado. Su culto se extendió pronto por toda la iglesia. Es costumbre popular invocarle sobre todo para remediar afecciones de la garganta.
Hasta aquí, algunos datos destacados de su vida. Este año me detengo precisamente en este último aspecto, “el de tener una garganta sana”, no en sentido físico, sino simbólico. Equivale a decir las cosas con claridad y valentía, siendo profetas, como el Papa Francisco lo viene haciendo. Por eso, como regalo, hasta la próxima celebración anual, me atrevo a resumir en cinco puntos o cinco imágenes, como si fueran los cinco dedos de la mano, lo que el Papa Francisco nos pediría en este día:
Lo primero, que seamos hombres y mujeres “de puertas abiertas”, acogedores, misericordiosos. Y, que por lo mismo, salgamos a la calle, a socorrer a los más necesitados. No podemos ser cristianos de sacristía ni sólo de templo.
En segundo lugar que seamos “sanadores, como de un hospital de campaña”, para socorrer las emergencias personales y sociales que papamos a nuestro lado: curar, suturar, vendar las heridas del sufrimiento humano y sanar cicatrices de personas que sufren en su cuerpo o en su espíritu ¿No es esto lo que hacía Jesús por los caminos de Palestina? ¿No es lo que hizo el buen samaritano?…
En tercer lugar, “que seamos buen perfume para difundir el buen olor del Evangelio”, en dos direcciones: por un lado, oliendo a oveja o, en nuestro caso, a morucha, a toro bravo, a cerdo pata negra, porque estamos en medio del pueblo y no en una religión individualista. Y, por otro lado, oliendo al Buen Pastor, a Jesucristo. Queremos ser cristianos que aman apasionadamente a Cristo y, a la vez, a los hermanos.
En cuarto lugar, tenemos que ser “evangelizadores con Espíritu”, como los discípulos en Pentecostés, valientes y atrevidos para anunciar a Jesucristo y el Evangelio no sólo con palabras sino con la vida. Recordamos, una vez más, el consejo de San Francisco a los suyos: “Predicad con el ejemplo y, si después es necesario, con la Palabra”.
Y, finalmente, que seamos evangelizadores que “no tengamos caras tristes ni de funeral”, sino que sepamos transmitir la alegría del Evangelio, para dar esperanza y aliento a nuestro alrededor. ¡Nadie ni nada puede robarnos la verdadera alegría!
Seguimos celebrando la Eucaristía. Pedimos a San Blas, por medio del Espíritu Santo, que transformará el pan y el vino en el Cuerpo y Sangre del Señor, que nos conceda lo que más necesitemos, personal o comunitariamente, de lo solicitado por el Papa Francisco. Así sea.
+ Raúl, Obispo de Ciudad Rodrigo