Raúl Berzosa: «Pido a San Blas que nos conceda la gracia de usar siempre nuestras gargantas y nuestras lenguas para alabar, bendecir y siempre dar gracias a Dios y a los demás»
Queridos hermanos sacerdotes, queridos Mayordomos y cofrades de San Blas, queridos todos:
Un año más, la Providencia Divina, y San Blas, nos han permitido poder celebrar la Eucaristía en este recinto tan único: el Monasterio de La Caridad. Como la temperatura nos aconseja que seamos breves, permitidme unas palabras centradas en dos núcleos: por un lado, en las lecturas litúrgicas de hoy y, por otro lado, en las palabras del Papa Francisco en su reciente visita a la parroquia romana de Santa María en Seteville.
En la primera lectura de este día, tomada de la Carta a los Hebreos, se nos recordaba que “Jesucristo es el mismo ayer, hoy y siempre”. El mismo Jesucristo fue el de San Blas, y el de todos los santos, y es el mismo en pleno siglo XXI. Pero de nada sirve creer en Jesucristo si, como hemos recitado en el Salmo 26, no experimentamos que Él, Cristo, “es nuestra luz y Salvación”. Aunque, como hemos proclamado en el Evangelio de Marcos, nos cueste incluso dar la vida, como Juan, por ser sus testigos y discípulos. Así se puede resumir también la vida de San Blas, a la luz de las lecturas de hoy: centró su fe en Jesucristo, en quien creyó como su Señor y su Luz y Salvación, y hasta fue capaz de dar la vida por él.
Me detengo brevemente ahora en otro aspecto central de San Blas: el ser patrono de los operados de garganta y protector de nuestras gargantas. Me permitís que lo haga recordando unas recientes palabras del Papa Francisco. En la visita a la parroquia romana a la que antes he aludido, como un párroco sencillo, improvisó esta homilía que nos viene como anillo al dedo: «Juan dio testimonio de Jesús. Y los discípulos encontraron a Jesús porque antes encontraron un testigo de Jesús; descubrieron que ser cristianos no es tener una filosofía o practicar una moral, sino, ante todo, dar testimonio de Jesús…Testimonio en las cosas pequeñas de la vida y, para algunos, en lo grande hasta incluso dar su vida… Los apóstoles no hicieron un curso para ser testigos de Jesús ni fueron a la Universidad. Tampoco fueron perfectos: los doce eran pecadores, envidiosos, tenían celos entre ellos…Incluso fueron traidores. Cuando prendieron a Jesús, todos escaparon llenos de miedo. Ser testigo no significa ser santo… Pero tuvieron una virtud: los apóstoles no fueron chismosos; no hablaban mal los unos de los otros, no se desplumaban, ni se creían superiores los unos sobre los otros o hablaban mal a sus espaldas… Por el contrario, a veces nuestras parroquias y comunidades son chismosas y, por lo mismo, incapaces de dar verdadero testimonio. Una parroquia de chismosos y chismosas no es la comunidad de Jesús ni la de los Apóstoles… Nada de chismes. Si tienes algo contra alguien díselo a la cara. Este es el signo de que el Espíritu está en una parroquia. Lo que destruye una comunidad son los chismorreos… Que el Señor les conceda esta gracia: no hablar jamás mal unos de los otros”.
Hago míos los deseos del Papa Francisco pidiendo a San Blas que nos conceda la gracia de usar siempre nuestras gargantas y nuestras lenguas para alabar, bendecir (“bien decir”) y siempre dar gracias a Dios y a los demás. Nunca usemos la lengua para blasfemar, para criticar y destruir al otro, ni para renegar de nosotros mismos. Así seremos testigos creíbles de Jesús. Que el Espíritu, que hará el milagro de convertir el Pan y el Vino en el Cuerpo y Sangre de Jesucristo, nos dé luz y nos ayude. Amén.
+ Raúl, Obispo de Ciudad Rodrigo