Raúl Berzosa: «Gracias, catequistas, por vuestra entrega y generosidad, muchas veces no entendida ni correspondida»
Queridos hermanos sacerdotes, queridas consagradas, queridos catequistas, queridos todos:
Celebramos, en esta Eucaristía, la memoria de un gran catequeta: San Enrique de Ossó. ¿Quién era y qué mensaje nos transmitió?… Tal vez podamos resumir toda su vida en el mensaje que encierra la primera lectura que hemos escuchada de la Carta a los Hebreos y el Salmo que hemos repetido, el 39: “Aquí estoy, Señor para hacer tu voluntad”. Incluso el Evangelio de hoy, tomado de San Marcos, incide en la misma temática: “El que cumple la voluntad de Dios es mi hermano y mi hermana y mi madre”, afirmará Jesús.
Pero volvamos a San Enrique de Osso. Sin repetir lo expresado en otras ocasiones, permitidme que responda a las dos preguntas realizadas – “¿quién fue y qué mensaje nos dejó?”- también en dos tiempos,
San Enrique de Ossó, nació en Vinebre (Tarragona), entonces Diócesis de Tortosa, el 16 de octubre de 1840. Su madre, Micaela Cervelló, soñaba verlo sacerdote. Su padre, Jaime de Ossó, lo encaminaba al comercio. Gravemente enfermo, recibió la primera Comunión como Viático. Durante la epidemia del cólera, del año 1854, perdió a su madre. En ese mismo año trabajaba como aprendiz de comercio en Reus, con su tío, pero abandonó todo y se retiró a Montserrat. Volvió a casa decidido a cumplir la promesa que le había hecho a su madre: ser sacerdote. Tenía 13 años, cuando inició los estudios en el Seminario de Tortosa.
Ordenado sacerdote en Tortosa, el 21 de septiembre de 1867, celebró la primera misa en Montserrat, el domingo 6 de octubre, festividad de Nuestra Señora del Rosario. Sus clases como profesor de matemáticas y física, en el Seminario, no le impidieron dedicarse con ardor a la catequesis, uno de los grandes amores de su vida. Organizó en 1871 escuelas de catecismo en doce parroquias de Tortosa y escribió una «Guía práctica» para los catequistas. Con este libro inició San Enrique su actividad como escritor; apostolado que le convirtió en uno de los sacerdotes más populares de la España de su tiempo.
Desde niño tuvo mostró mucha devoción a Santa Teresa de Avila. La Santa inspiró su vida espiritual y su apostolado, mantenidos por la fuerza de su amor ardiente a Jesús y a María y por una adhesión inquebrantable a la Iglesia y al Papa. Para acrecentar y fortificar el sentido de piedad, reunió en asociaciones a los fieles, especialmente a los jóvenes, para salir al paso de la revolución y las nuevas corrientes hostiles a la fe.
Tras fundar, en los primeros años de sacerdocio, una «Congregación mariana» de jóvenes labradores del campo tortosino, fundó, en 1873, la Asociación de «Hijas de María Inmaculada y Santa Teresa de Jesús». En 1876 inauguraba el «Rebañito del Niño Jesús». Los dos grupos tenían un fin común: promover una intensa vida de oración, unida al apostolado en el propio ambiente. Para facilitar la práctica de la oración a los asociados, San Enrique publicó, en 1874, «El cuarto de hora de oración», libro que el autor mandó imprimir 15 veces y del que hasta la fecha se han publicado más de 50 ediciones.
Convencido de la importancia de la prensa, inició en 1871 la publicación del semanario, «El amigo del pueblo», que tuvo vida hasta mayo de 1872, cuando la autoridad civil lo suprimió. Sin embargo, en octubre de este mismo año inicia la publicación de la Revista mensual “Santa Teresa de Jesús”, que, durante 24 años, fue la palestra en la que el Santo expuso la verdadera doctrina católica, difundió las enseñanzas de Pío IX y León XIII, enseñó el arte de la oración, propagó el amor a Santa Teresa de Avila e informó de manera actualizada sobre la vida de la Iglesia en España y en el mundo. Para formar a la gente humilde, publicó en 1884 un Catecismo sobre la masonería fundado en la doctrina del Papa. Y en 1891 ofreció lo esencial de la encíclica Rerum Novarum en un Catecismo tanto a los obreros como a los patronos. Supo leer los signos de los tiempos, según el corazón de la Iglesia.
Su gran obra fue la fundación de la Congregación de las Hermanas de la Compañía de Santa Teresa de Jesús que se extendió, viviendo aún el Fundador, por España, Portugal, México y Uruguay. En la actualidad la Congregación tiene presencia en tres continentes: Europa, Africa y América. Y,.cómo no, en nuestra Diócesis civitatense.
San Enrique quiso que sus hijas, llenas del espíritu de Teresa de Avila, se comprometiesen a «extender el reino de Cristo por todo el mundo»… «formando a Cristo en la inteligencia de los niños y jóvenes, por medio de la enseñanza, y, en su corazón, por medio de la educación».
Había soñado junto con la institución de «Hermanos Josefinos» la de una Congregación de «Misioneros Teresianos», que viviendo santamente el propio sacerdocio en la mayor intimidad con Cristo y al servicio total de la Iglesia, siguiendo las huellas de Teresa, fuesen los apóstoles de los tiempos nuevos. En vida su proyecto no llegó a realidad. Sin embargo, desde hace años, un grupo de jóvenes mexicanos se preparan al sacerdocio con el mismo espíritu teresiano de Ossó.
Sacerdote según el corazón de Dios, el Santo fue un verdadero contemplativo que supo unir en sí mismo, con equilibrio, el ideal apostólico y todo lo bueno que ofrecían los nuevos tiempos. Con fe viva, en una época nada fácil, anunció valerosamente el Evangelio con la palabra, con los escritos, y con la vida. Falleció el 27 de enero de 1896 en Gilet (Valencia), en el convento de los Padres Franciscanos, donde se había retirado durante algunos días para orar en la soledad. Las últimas páginas que escribió antes de su muerte trataban de la acción de la gracia del Espíritu Santo en la vida de los cristianos.
¿Qué destacaríamos de su rico magisterio? – Permitidme recordar algunas frases, que nos pueden servir hoy en nuestra misión de catequistas:
– “No hay cosa más conforme a razón y justicia que, en tiempo de necesidad, socorrer al más necesitado”.
– “Entiende que le verdadera generosidad está en dar lo que el otro necesita y no lo que te sobra o te complace”.
– “Un buen libro es vaso de oro que contiene el bálsamo que cura las heridas del corazón, sobre todo la tristeza y el fastidio”.
– “No está por demás que te aficiones a la lectura, en ella encontrarás conocimiento, esparcimiento, alegría y una gran satisfacción. Recuerda que Santa Teresa fue una gran aficionada a las buenas lecturas. Además te servirán para alimentar tu espíritu y te darán material para mejorar tu oración”.
– “No quiero ser esclavo de las cosas de las que debo ser dueño y señor”.
– “Recuerda que las cosas por muy valiosas que sean, deben estar a tu servicio y no tú al servicio de ellas. Que nunca la pérdida de algo te haga perder la paz de tu corazón”.
– “En nuestra infancia, no pasábamos ningún cuidado porque nuestros padres eran para nosotros la providencia visible sobre la tierra. ¿Por qué, Jesús mío hemos de tener menos confianza en Vos que en nuestros padres terrenos?”
– “Ojalá llevemos a la práctica esta consideración tan lógica. Nadie nos ama tanto como Jesús, si nuestra suerte estuviera en manos de alguien que sabemos nos quiere mucho, ¿sentiríamos temor o miedo? Dejémonos en las manos de Cristo que es el lugar más seguro y amoroso”.
– “Parece que todo nos duele cuando hemos de servir a Dios, y todo nos mueve cuando hemos de contentar a nuestro amor propio o al mundo”.
– “Nos quejamos que no tenemos tiempo, andamos corriendo todo el día y no nos damos abasto. ¿No será que a Dios siempre lo dejamos al último y lógicamente ya no tenemos tiempo? ¿No sería mejor, organizar con ÉL nuestro día y actividades? Y de seguro que entonces tendríamos tiempo para todo, porque lo haríamos con paz y armonía”.
Hasta aquí el rico y sugerente magisterio de San Enrique de Ossó. Estamos celebrando la Eucaristía en la que el Espíritu Santo transformará el pan y el vino en el Cuerpo y Sangre del Señor.
Que ese mismos Espíritu, con la intercesión de San Enrique de Ossó y de Santa Teresa, cuyo año jubilar estamos viviendo, nos ayuden a ser santos cristianos y excelentes y verdaderos catequistas. Gracias, catequistas, por vuestra entrega y generosidad, muchas veces no entendida ni correspondida. Gracias, porque, a ejemplo de María, no dejáis de ser maestros y discípulos, a un mismo tiempo, del Señor Jesús.
+ Raúl, obispo de Ciudad Rodrigo