Raúl Berzosa: » Que el respeto a la libertad religiosa, sea una realidad creciente en todo el mundo, en este siglo recién estrenado»
Queridos hermanos sacerdotes, queridas consagradas, queridos todos:
El Presidente de la Conferencia Episcopal, D. Ricardo Blázquez, en su discurso de apertura de la última Asamblea, celebrada en el mes de Abril, nos urgía a que “que nos uniéramos a las reiteradas peticiones del Papa Francisco en favor de los cristianos perseguidos en las diversas partes del mundo”. Concretaba aún más: que no nos limitásemos a mostrar nuestra solidaridad con una ayuda material para paliar los sufrimientos, sino que orásemos intensamente por ellos. Y, se nos solicitaba, en este sentido añadir en la Oración Universal de los fieles en la Misa, la siguiente petición: “Por nuestros hermanos cristianos perseguidos, para que el Espíritu Santo les conceda el don de la fortaleza y convierta los corazones de quienes atentan cruelmente contras sus vidas y sus tierras, y en todas partes se afirme la paz y sea respetada la libertad religiosa”.
Incluso, en Laudes y Vísperas, se sugería añadir esta petición: “Envía, Señor, a la iglesia y a la humanidad tu Espíritu de Amor para que desaparezcan las disensiones y odios, y los cristianos puedan convivir en paz y armonía con todos los hombres”. Este es precisamente el sentido profundo que quisiera otorgar a esta Eucaristía, en la Vigilia de Pentecostés.
Hemos escuchado en la Primera Lectura, del Libro del Génesis, que, por los pecados personales y por las estructuras de pecado social, el mundo se ha convertido en una Babel de la confusión y de los enfrentamientos fratricidas. Pero el Señor, como se no ha dicho en el libro del Éxodo, no nos abandona. Él sigue bajando al Monte Sinaí, allí donde se le ora, a la vista del Pueblo, para hacer posible una humanidad nueva. Por eso, con el Salmo 32, hemos repetido, “dichoso el Pueblo que el Señor se escogió como heredad”. ¡Dichosos nosotros! Porque no sólo hemos recibido una heredad cualquiera, sino el mismo Espíritu Santo, del que nos hablaba San Juan: de Él hemos recibido torrentes de agua viva, que nos han vivificado y han dado la vida a los demás.
Del Espíritu Santo, y por el Espíritu Santo, viven nuestros hermanos perseguidos y martirizados. Aún más, gracias al Espíritu Santo y a nuestros hermanos perseguidos, entendemos que la Iglesia es toda ella “una Iglesia martirial”. La Iglesia no sólo tiene mártires… ¡Es martirial! Comienzo por lo sociológico o, lo que es lo mismo, con algunos datos que podemos encontrar en cualquier publicación sobre el tema. Se ha llegado a afirmar que el siglo XX ha producido más mártires cristianos que el conjunto de los otros diecinueve siglos que le precedieron. El papa Juan Pablo II llegó a escribir: «En nuestro siglo (el XX) han vuelto los mártires, con frecuencia desconocidos. En la medida de lo posible no deben perderse sus testimonios en la Iglesia…».
En efecto, la reciente Historia de España, la de los campos de concentración nazis y soviéticos, la de las misiones en América Latina, África y Asia… o lo que está sucediendo hoy en Siria, India, Pakistán… son testimonios de que la Iglesia, como se ha escrito con justicia y lo repetimos, “no sólo tiene mártires, sino que toda ella es una Iglesia martirial…El martirio pertenece a la verdadera naturaleza de Iglesia” (H. De Lubac).
Sólo en el siglo XX, más de 45 millones de cristianos fueron martirizados. Y, ya en plenos. XXI, más de 200 millones de cristianos viven cotidianamente en riesgo de persecución. Con frecuencia se silencia que, los cristianos, son uno de los grupos humanos más perseguidos del mundo. En Sudán, por ejemplo, se considera «constitucional» la crucifixión de aquellos mulsumanes que se convierten al cristianismo, según sentencia del más alto tribunal del país. Irán, Pakistán, y Arabia Saudí son países que castigan con la cárcel y la tortura a quienes no acatan las leyes coránicas. Desde que en 1953 fuera instaurada la dictadura comunista en Corea del Norte, han desaparecido 300.000 cristianos. En China sigue habiendo 19 obispos desaparecidos o secuestrados, nueve de los cuales se sabe que están encerrados en campos de trabajo, acusados de difundir «supersticiones feudales». En países como Sudán, China, Egipto, India, Indonesia o Timor Este, se calcula que las guerras de religión, o la imposición de una confesión, causan decenas de muertos a la semana; por no seguir hablando, también, de los fundamentalistas yahidistas en su odio y persecución a los cristianos. Imágenes recientes, que todos tenemos en la retina, muestra una crueldad extrema…
La Iglesia, en resumen, es Iglesia perseguida y martirial. Con fe y esperanza, Edward Novak, de la Congregación de los Santos, precisa que «los mártires son también un gran patrimonio de la humanidad. Estas personas, en el lenguaje civil, son héroes de la sociedad»… «Encarnan valores de civilidad, fidelidad, solidaridad, primado de la conciencia, primado del ser sobre el tener, del heroísmo hasta la muerte, del perdón y de la ayuda»…«Por ello, son las páginas más hermosas y verdaderas de la historia. No sólo las de la Iglesia sino también de la humanidad».
El martirio es el signo más auténtico de la Iglesia de Jesucristo: una Iglesia formada por hombres, frágiles y pecadores, pero que saben dar testimonio de una fe vigorosa y de un amor incondicional al mismo Jesucristo, anteponiéndolo incluso a la propia vida. El Catecismo afirma que el martirio es el supremo testimonio de la verdad de la fe (nn. 2471-2474).
Nos situamos aquí y ahora. Agradezco, una vez más, a nuestro querido Vicario de Pastoral, que la Jornada de esta tarde se centrase en el lema que venimos trabajando durante todo el año: “Ser ante sus ojos para que el Señor vuelva a tocar nuestra existencia”. Con un matiz: “Arraigados, al mismo tiempo, en el Señor, para ser humilde cauce por donde circule la fuerza renovadora del Evangelio, por el Espíritu, en el interior de nuestra Iglesia y en esta tierra y en este pueblo nuestros”. ¡Qué acertadamente lo han sabido expresar las Delegaciones en el día de hoy!: hay que saber iniciar, saber recuperar y saber reavivar nuestra identidad, inseparable de ser discípulos y maestros. En la misma línea martirial que hemos venido hablado. Se atribuye a Peguy la expresión, “tener la verdad es comenzar a sufrir; defender la verdad, comenzar a morir”. Pero, añado, bendita muerte que da la vida verdadera y eterna.
Finalizo con una nota autóctona, de nuestra Iglesia civitatense. La Productora “Contracorriente”, de la que nos sentimos sanamente orgullosos, nos regaló hace dos años la película “Un Dios prohibido” y, en la actualidad, se encuentra rodando otras dos películas, con protagonismo de cristianos mártires. En ellas se muestra que sólo el amor y el perdón son creativos y capaces de renovar personas y sociedades.
Concluyo: pidamos a María, la Madre Buena, que, por el Espíritu Santo, siempre seamos hombres y mujeres de paz y pacificadores. Y que el respeto a la libertad religiosa, sea una realidad creciente en todo el mundo, en este siglo recién estrenado. Nos unimos al Papa y a toda la Iglesia en este clamor. Así sea. Amén.
+ Raúl, Obispo de Ciudad Rodrigo