Mi saludo cordial al P. Rafael, a los padres dominicos y a los sacerdotes concelebrantes. Mi saludo a todos los fieles que habéis venido de diversos lugares, y en especial de esta comarca para felicitar a la Virgen de la Peña en su cumpleaños. Hoy la Iglesia celebra la natividad de la Santísima Virgen y nosotros celebramos también el nacimiento de la Virgen en esta peña hace cinco siglos, en esta montaña desde donde divisamos una buena parte de Castilla. No sólo somos nosotros, la Iglesia y la creación entera se alegra hoy por el nacimiento de la Madre. Hay muchos santuarios dedicados a la Virgen de la Peña en España, en Portugal, en Brasil y en otras partes del mundo que se alegran por la Madre de tez morena, por la madre negra que nos ofrece confianza, que nos consuela y alienta.
La visita de este año a la Virgen de la Peña reviste circunstancias muy especiales. Venimos envueltos en el dolor de la pandemia que nos aflige desde hace meses. Hoy no podemos celebrar la Eucaristía a pleno sol, no podemos festejarla con la procesión y las danzas de todos los años. La alegría y el gozo por el nacimiento de la Madre se queda en nuestro corazón. Un gran sufrimiento se ha extendido entre nosotros causado por este extraño virus venido de oriente. En pocos meses hemos quedado confinados padeciendo el aislamiento en nuestros hogares, muchas personas se contagiaron, a millares, llenando nuestros hospitales, y también millares o aún millones en todo el mundo han muerto por causa de este virus.
El párroco de El Maillo, que nunca faltó a esta fiesta, hombre fuerte y lleno de vitalidad, falleció una semana después de ser hospitalizado. Entró lleno de vida y nos devolvieron sus cenizas en una urna ocho días después. Y con él miles de muertos a nuestro alrededor han fallecido sin compañía y han dejado desolados a sus familiares al no poder despedirles como merecían. Además, esta enfermedad, que ha paralizado todas nuestras empresas y ha dejado en paro a millones de trabajadores, ha sido la ruina económica de país que traerá consigo grandes desgracias a muchas familias. Un futuro oscuro espera a nuestra sociedad, sobre todo a quienes ha dejado empobrecidos. Podemos decir con San Pablo que no solo nosotros, no solo una parte de la sociedad, la creación entera gime como con dolores de parto y también nosotros gemimos en nuestro interior aguardando la redención de nuestro cuerpo.
Durante estos meses hemos invocado reiteradamente a nuestra Madre de la Peña. En los mensajes que yo dirigí diariamente a los fieles de la diócesis de Ciudad Rodrigo, la invoqué en varias ocasiones, pidiendo su protección, su amparo y su consuelo. Ella ha contemplado desde la altura nuestra tragedia y hoy nos acoge con amor maternal a nosotros y a cuantos hoy no han podido llegar hasta aquí por temor o por prudencia. La Virgen hoy nos recibe como a hijos sufrientes, nos consuela, nos da ánimos. Hoy nos toma en sus brazos como toma a su Hijo en su regazo. Porque también nosotros somos sus hijos. El Señor ha querido incorporarnos a Sí desde el bautismo y, por eso, ella nos acoge como hermanos de Jesús. ¡La Virgen de la Peña es mi esperanza! cantamos en el himno a nuestra Madre y lo repetimos en cada estrofa: ¡Ella es nuestra esperanza! Hoy lo cantaremos con especial devoción.
Mientras tenemos los ojos puestos en su hermoso rostro, ¿qué nos dice hoy la Virgen de la Peña?
En primer lugar, nos aconseja que seamos más humildes. Nuestra Virgen es de tez morena. El color negro de la piel nos da confianza. En muchas partes del mundo a los negros se los considera ciudadanos de menor rango y en algunos países todavía se celebran manifestaciones por la igualdad entre todos los ciudadanos. Nuestra Virgen es sencilla, es humilde. Lo cantó Ella antes de dar a luz a su Hijo: “porque el Señor ha mirado la humildad de su sierva, dichosa me dirán todos los pueblos… el Señor ha hecho en mí maravillas”. Nosotros nos creímos dioses, capaces de todo, de alcanzar las cotas más altas de la ciencia y del progreso, nada se nos ponía por delante que no pudiéramos conseguir y resulta que un insignificante virus ha paralizado la vida y la economía de los cinco continentes. Exaltamos en grandes manifestaciones el orgullo de ser diferente o de ser mujer. La Virgen nos ofrece la pequeñez y el servicio Hemos recibido esa lección de humildad. María en su cumpleaños nos ofrece la humildad, la sencillez, la necesidad de colaborar con los demás en todas nuestras tareas.
Esta es otra lección que nos da la Virgen de la Peña: la solidaridad. Hemos escuchado a San Pablo que Dios desde siempre pensó en su Madre como “la imagen de su Hijo”. Nadie se parece tanto a su Hijo como su Madre. Ella fue dotada de toda perfección para ser la madre de Dios. Pero también Jesús nos hizo a nosotros “imagen de su Hijo”. También Jesús nos atrajo a sí hasta hacernos partícipes de su vida, de su muerte y resurrección. Él es primogénito de muchos hermanos. La maternidad de María y la fraternidad con su hijo Jesús nos hace a cada uno hermano de los hombres. No podemos vivir si no es como hermanos. Somos necesarios unos de otros. Cada uno tiene algo que ofrecer a esta humanidad y cada uno recibimos lo necesario para nuestra subsistencia. Los sanitarios han sido en esta pandemia el ejemplo de servicio y de entrega a los demás hasta la extenuación. Hoy la Virgen de la Peña nos acoge a todos nosotros como hijos y a tantos por quienes en estos momentos oramos.
Por último, la Virgen de la Peña nos invita a la esperanza. Hemos sido salvados en esperanza, nos dice san Pablo. Tenemos la esperanza de encontrar pronto una solución, una vacuna o un antídoto contra el virus que nos mortifica. Tenemos la esperanza de poder superar la crisis económica que nos empobrece a todos… siempre tenemos una esperanza inmediata a conseguir, un deseo inmediato que alcanzar. Esperamos que nuestros hijos no caigan en el desempleo o encuentren trabajo si no lo tienen, esperamos que nuestros nietos vivan en un mundo mejor, más humano y más fraterno que el nuestro. Pero sobre todo esperamos alcanzar la plenitud de nuestros deseos, que solo está en Dios, en la vida eterna. Esperamos el cielo que Jesús nos ha prometido. Os conviene que yo me vaya, les dijo a los Apóstoles, porque donde yo voy hay muchas moradas y voy para prepararos una para vosotros. Jesús nos ha hecho coherederos suyos. Él nos ha prometido participar plenamente de su gloria. Nuestra esperanza final está en Dios Padre que nos sentará al banquete de bodas preparado por su Hijo. Hoy Nuestra Madre de la Peña nos confirma en esta esperanza. Ya tenemos las primicias del Espíritu, ahora esperamos alcanzar la plenitud de ese Espíritu.
Después de pasar el día junto a nuestra Madre, bajaremos de nuevo lentamente a nuestros hogares, con nuestros hijos, nuestros padres mayores, emprenderemos nuestro trabajo en casa o en la empresa, donde sea, si lo tenemos. Volveremos al camino de la vida, renovado nuestro espíritu por el amor de nuestra Madre, con mayores energías y mayores deseos de hacer el bien a los demás. Mucho ánimo a todos. ¡Simón, vela y no duermas! Es la voz que escuchó Simón Vela para recibir la aparición imagen de la Virgen en su vida. ¡Vela y no duermas! Nos dice la Virgen a nosotros también. Es largo y difícil el camino que nos espera. Pero María estará a nuestro lado. Cada día contemplaremos esta montaña y en su cumbre a la Virgen que nos mira, que nos quiere y nos anima. Ella nos ofrecerá a su Hijo, como lo hace en esta Eucaristía. La comunión con Cristo nos dará toda la energía y la esperanza que necesitamos en estos momentos. Así sea.