D. Luis Manuel Romero Sánchez: «Para la Iglesia, la familia debe ser considerada siempre como una oportunidad, un reto y un desafío pastoral»

D. Luis Manuel Romero Sánchez, director de la Comisión Episcopal para los Laicos, Familia y Vida de la Conferencia Episcopal Española, ha sido el encargado de pronunciar la conferencia de inicio del Curso Pastoral 2020-2021 en la Diócesis de Ciudad Rodrigo.

El Vicario de Pastoral, Gabriel Ángel Cid, ha explicado el objetivo de este curso que está centrado en la familia y cuyo lema es ‘Acompañar, Discernir e Integrar’.

Tras unos momentos de oración, el Obispo Administrador Apostólico, Mons. Jesús García Burillo, que hoy celebra el 22 aniversario de su ordenación episcopal, ha sido el encargado de presentar al ponente. García Burillo ha destacado de D. Luis Manuel, sacerdote de la Diócesis de Mérida-Badajoz,  su trabajo como cura de pueblo o formador de seminario menor. Lo ha definido como una persona estudiosa, al tiempo que se ha referido a su tarea como escritor o como coordinador del Congreso Nacional de Laicos.

En estas líneas se puede leer la conferencia íntegra de D. Luis Manuel:

IGLESIA Y FAMILIA

Acompañar, discernir e integrar

Ciudad Rodrigo, 19 de septiembre de 2020

 

Saludos

Buenos días!! Gracias por la presentación…

Un saludo especial a don Jesús, Administrador Apostólico de esta sede episcopal. Agradezco la invitación que se me ha cursado para participar en esta inauguración del curso pastoral 2020-21 de parte del Vicario de Pastoral, Don Gabriel Ángel Cid y de los Delegados de Familia y de Apostolado Seglar, Don Daniel y Doña Teresa.

Gracias por el interés que habéis manifestado para acompañaros en esta mañana, porque para mí es un motivo de alegría poder estar aquí en Ciudad Rodrigo, ciudad que no había tenido la oportunidad de conocer nunca.

 

Introducción

Deseo comenzar mi intervención reconociendo, desde la humildad, que no soy especialista en cuestiones de pastoral familiar, porque como Director de la Comisión Episcopal para los Laicos, Familia y Vida, mi campo de acción se circunscribe al trabajo con las Delegaciones de Apostolado Seglar, los Movimientos y Asociaciones laicales (en torno a 100) y nuevas realidades laicales (Retiros de Emaús, Effetà, Hakuna…). Dentro de la Comisión se encuentran dos Subcomisiones (Familia y Vida y Juventud e Infancia) que me toca coordinar, pero hay dos directores que se dedican de un modo específico a dinamizar esos ámbitos de la familia y la juventud.

De todos modos, afronto esta conferencia haciendo mía las palabras del final de la introducción de Amoris laetitia (AL): “espero que cada uno de ustedes, después de esta conferencia, se sientan llamados a cuidar con amor la vida de las familias, porque ellas ´no son un problema, son principalmente una oportunidad´ (AL 7).

 

 

Una Iglesia en salida es una Iglesia familia de familias

Para la Iglesia, la familia debe ser considerada siempre como una oportunidad, un reto y un desafío pastoral, que no es secundario o accidental en la vida pastoral de una diócesis o una parroquia, sino que debe ser nuclear y un tema trasversal.

El Papa Francisco afirma con rotundidad que una Iglesia que no es en salida, no es Iglesia.

La expresión “Iglesia en salida” es uno de los conceptos claves del proyecto evangelizador del Papa Francisco, que se encuentra diseñado en la Exhortación Apostólica Evangelii gaudium (2013). En el número 24 define el Papa Francisco qué entiende por Iglesia en salida: “La Iglesia en salida es la comunidad de discípulos misioneros que primerean, que se involucran, que acompañan, que fructifican y festejan”.  

La Iglesia está llamada a salir donde se encuentran los hombres y anunciar a Cristo sin temor, porque si no sería una iglesia enferma: “prefiero una Iglesia accidentada, herida y manchada por salir a la calle, antes que una Iglesia enferma por el encierro y la comodidad de aferrarse a las propias seguridades” (EG 49). 

El Papa desea que la Iglesia vuelva a descubrir la importancia del dinamismo de salida, su naturaleza esencial de Iglesia en camino, que se esfuerce por llevar a Jesucristo a todos los rincones del mundo, especialmente a las periferias, es decir, a aquellos lugares donde no llega la luz del evangelio.

Por desgracia, las familias, en muchas ocasiones, cada vez más frecuentes, se han convertido en periferias, en espacios donde llega la luz del evangelio, donde ya no se habla de Jesucristo, de la Iglesia. Y cada día nos encontramos más casos de niños que cuando vienen a las catequesis de primera comunión no están bautizados, ni han oído hablar de Jesús en sus hogares.

Por eso cuando se habla de la presencia pública de la Iglesia, de los cristianos, pienso que el primer y fundamental campo de misión se encuentra en la familia. Luego vendrán otros ámbitos esenciales: el mundo de la educación, la cultura, el trabajo, la política, la economía, los medios de comunicación, el ocio y tiempo libre…

El Congreso de Laicos que hemos celebrado en Madrid, 14-16 de febrero 2020, Pueblo de Dios en salida, ha subrayado entre otros aspectos la importancia de la familia y de los jóvenes para que nuestra Iglesia española pueda caminar hacia un renovado Pentecostés.

En el Congreso se han marcado cuatro itinerarios, que guiarán el desarrollo del post-congreso: el primer anuncio, el acompañamiento, la formación y la presencia en la vida pública. En cada itinerario había diez líneas temáticas, en las que se han recogido aportaciones respondiendo a una triple pregunta: ¿qué actitudes debemos convertir? ¿qué procesos activar? ¿qué proyectos proponer? En cada uno de estos itinerarios contábamos con una línea temática sobre la familia y han salido en los grupos de reflexión cosas interesantes para la acción pastoral familiar. Después comentaré, en concreto,  las aportaciones sobre el tema del acompañamiento a la familia.

Como afirma el Papa en AL, existe una reciprocidad entre Iglesia y familia: la Iglesia es un bien para la familia y la familia es un bien para la Iglesia.

Nuestra meta como Iglesia, como cristianos, es lograr que las familias, cuyo icono debería ser el misterio de la santísima trinidad, sigan siendo auténticas iglesias domésticas y la Iglesia sea familia de familias.

Cuando hablamos de la preocupación de la Iglesia por las familias debemos tener presente que en la Iglesia, el Pueblo de Dios, estamos llamados a vivir la comunión, la sinodalidad, entre pastores, vida consagrada y laicos.

La dimensión secular le corresponde a toda la Iglesia, pero es lo propio y peculiar de los laicos. Por eso el sujeto de la pastoral familiar es la familia y no podemos pensar en una pastoral familiar organizada solo por los pastores o que tenga como destinatarios a las familias. Yo diría que al igual que en la Iglesia se habla de una pastoral de jóvenes y no sólo para los jóvenes, o igual sucede con los mayores (pastoral de mayores y no sólo para los mayores), debemos referirnos en la Iglesia a una pastoral de las familias y para las familias. De ahí que la pastoral familiar no es cosa sólo de los pastores, sino principalmente de los laicos, al igual que cualquier compromiso en la esfera pública.

Pienso que nuestra Iglesia y nuestro laicado en particular sufren un gran déficit: la falta de compromiso en el mundo, en los ambientes, empezando por la familia.  

En nuestras conversaciones utilizamos la expresión: laico comprometido. ¿qué entendemos por un laico comprometido?

Dice el Papa Francisco: Muchas veces hemos caído en la tentación de pensar que el laico comprometido es aquel que trabaja en las obras de la Iglesia y/o en las cosas de la parroquia o de la diócesis…Sin darnos cuenta, hemos generado una elite laical creyendo que son laicos comprometidos solo aquellos que trabajan en cosas “de los curas” y hemos olvidado, descuidado al creyente que muchas veces quema su esperanza en la lucha cotidiana por vivir la fe. Estas son las situaciones que el clericalismo no puede ver, ya que está muy preocupado por dominar espacios más que por generar procesos” (Carta al CAL).

Hemos caído en una cierta clericalización de los laicos, valorando  la adultez del laico teniendo en cuenta la cantidad de tiempo y energías que dedica a trabajar en la parroquia, olvidando que la acción del laico no se desarrolla primariamente allí, sino en la vida cotidiana (familia, trabajo…).  Con frecuencia la multiplicación de los laicos en servicios sólo intraeclesiales deja entrever una imagen de los laicos, como servidores de los sacerdotes (clericalismo laical).

En definitiva, se trata de que todos los bautizados descubramos que “somos una misión” (EG 273: La misión en el corazón del pueblo no es una parte de mi vida o un adorno que me puedo quitar; no es un apéndice o un momento más de mi existencia. Es algo que yo no puedo arrancar de mi ser si no quiero destruirme. Yo soy una misión en esta tierra y para eso estoy en este mundo). 

Mi invitación primera es, por tanto, a que nos sintamos llamados a ser misión en nuestras familias, porque es fundamental de cara a la vocación de la Iglesia, que es la evangelización. Sin familias cristianas se empobrece gravemente la vida de la Iglesia: no hay vocaciones, no hay catequesis, no hay agentes de pastoral, no hay servicio de la caridad, no hay comunidades vivas que celebren su fe, en el sacramento culmen, la Eucaristía.

Como dice AL, el papel de las familias cristianas es muy importante en cuanto son santuario de vida, que defienden y protegen la vida en todas sus etapas y también en su ocaso. De un modo explícito el Papa cita el rechazo de la eutanasia (AL 83).

Finalmente, las familias cristianas están llamadas a jugar un papel fundamental en el ámbito educativo. Pienso que debería existir en nuestras diócesis una plena coordinación entre estos tres pilares: parroquia-familia-escuela. El Papa Francisco evidencia que “la educación integral de los hijos es obligación gravísima, a la vez que derecho primario de los padres”… “El Estado ofrece un servicio educativo de manera subsidiaria”… “la escuela no sustituye a los padres, sino que los complementa”… Se echa de menos esa colaboración y diálogo entre la parroquia y las escuelas (profesores de religión) y a su vez con los padres.

He considerado abordar este primer punto, para tomar conciencia que esa triple clave de lectura que vamos a desarrollar a continuación (acompañar, discernir e integrar) le corresponde a la Iglesia en su totalidad, como Pueblo de Dios que hoy más que nunca es invitado a estar en el corazón del mundo, comenzando por el ámbito familiar. Un Pueblo de Dios en el que toda la comunidad cristiana se tiene que sentir interpelada, no sólo los pastores, sino especialmente los laicos, que sois los que estáis más en contacto con la realidad matrimonial, la educación de los hijos…etc.  

Los tres verbos, acompañar, discernir e integrar, constituyen las tres ideas fundamentales de la AL y principalmente del capítulo VIII, que lleva por título “Acompañar, discernir e integrar la fragilidad”. Sin embargo, estas tres claves que nos propone el Papa Francisco no las debemos entender como algo exclusivo para la pastoral familiar, sino para la vida pastoral de toda la Iglesia. Estoy convencido que tomar como modelo estos tres verbos (en integrar yo añadiría el sustantivo sinodalidad o comunión) nos permitiría pasar de ser una pastoral de servicios a una pastoral misionera.

Como Iglesia, somos invitados a aprender y poner en práctica el método del acompañamiento, el discernimiento como actitud y la integración a la comunión como meta, para que la Iglesia sea sinodal, sea una como un poliedro, en el que todos, siendo diversos nos sintamos unidos y protagonistas en la acción evangelizadora.

 

Acompañar

El tema del acompañamiento es crucial en nuestra Iglesia en estos momentos, porque el anuncio explícito de la fe en Jesucristo es necesario que luego tenga una continuidad.

Un error de nuestra pastoral, al menos en los últimos años, ha sido olvidar la cuestión del acompañamiento y por eso muchos jóvenes, especialmente, han abandonado la Iglesia.

Podemos llegar a pensar que llevar a cabo el acompañamiento es algo muy sencillo y basta con querer hacerlo. El acompañamiento es un arte que tenemos que aprender y una de las grandes carencias actuales en nuestra pastoral, también familiar.

Estamos acostumbrados en la pastoral a organizar cosas puntuales, y no sabemos caminar con las personas en un proceso paciente en el tiempo. En AL 234 el Papa afirma: “las respuestas a las consultas realizadas remarcan que en situaciones difíciles o críticas, la mayoría no acude al acompañamiento pastoral, ya que no lo sienten comprensivo, cercano, realista, encarnado”. 

Y se interroga el propio Papa: “¿quiénes se ocupan hoy de fortalecer los matrimonios, de ayudarles a superar los riesgos que los amenazan, de acompañarlos en su rol educativo, de estimular la estabilidad de la unión conyugal?” Es una pregunta que pide de nosotros una contestación realista y sincera. Y siendo sinceros, debemos reconocer que muchas familias, como los laicos que se comprometen en otros ámbitos de la vida pública (política, educación, medios de comunicación, trabajo…) sienten por parte de la Iglesia una lejanía, una falta de acompañamiento, lo cual hace que también estos laicos se alejen cada vez más de la Iglesia.

A la luz del Congreso de Laicos, los seglares demandan sentirse acompañados por la Iglesia, por las comunidades cristianas y también por los pastores, en su misión en la vida secular, que no es nada fácil.

La conversión pastoral que solicita el Papa Francisco ha de basarse en una pastoral del acompañamiento. Lo cual exige tiempo, procesos… Una de las claves en las que nos sitúa el Papa es también la de los procesos. “Darle prioridad al tiempo es ocuparse de iniciar procesos más que ocupar espacios” (EG 223).

Ya que el tiempo es superior al espacio, hay que suscitar y acompañar procesos, no imponer trayectos. Y son procesos de personas que siempre son únicas y libres. Por eso nuestra actitud, a la hora de acompañar no debe ser tanto la de ofrecer recetas, sino la de escuchar con sumo respeto (el camino de Emaús o el eunuco etíope), porque así le demostramos al otro el valor que tiene como persona, más allá de sus ideas y de sus elecciones de vida.

Estamos invitados, como Iglesia, a propiciar procesos de acompañamiento,  acogida, cercanía y trato personal.  Esto significa ser una Iglesia en salida, salir al encuentro de los hombres, de tantas familias que en el momento actual, en medio de esta pandemia, lo están pasando mal por situaciones de tensiones familiares, de falta de salud, de trabajo, problemas económicos… y caminar con ellas y ayudarles. Todo esto requiere tiempo (somos hijos de hoy y queremos todo yaaaa…), pero hay que ir dando pasos en esta dirección.

Se trata de hacer de nuestra Iglesia no una aduana, sino una casa de puertas abiertas, un oasis en medio del desierto, un hospital de campaña. Siguiendo el ejemplo de Jesús con sus discípulos y con las demás personas, la Iglesia tiene que favorecer hoy más que nunca la cultura del encuentro frente a la cultura del descarte, descubrir que las personas son más importantes que los problemas.

El acompañamiento pastoral, según AL, es la via caritatis, donde la Iglesia acoge a las personas, las escucha atentamente y le muestra el rostro misericordioso de una Iglesia que no condena, sino salva.  Significa: “ponerse en el lugar del otro y dolerse por su sufrimiento cuando se le ha hecho daño” (AL 268). Consiste, por tanto, en situarnos al nivel del otro, desde la humildad, nunca por encima como si fuéramos superiores y pensar qué habría sido de nosotros en esas circunstancias tan duras. No olvidemos que el alma de cada persona, su interioridad, es un santuario sagrado y que Dios siempre juzga con misericordia y cree en cada persona, en su posibilidad de regenerarse, de volver a la casa del padre, como el hijo pródigo.

AL cuando habla del acompañamiento se refiere en primer lugar al acompañamiento de la Iglesia a la familia en general: los novios, la preparación al sacramento del matrimonio, la vida esponsal, las relaciones de los padres y los hijos, los abuelos…y propone que para llevar a cabo el acompañamiento es fundamental la formación. Tenemos que formarnos para aprender a acompañar, como tenemos que formarnos para el primer anuncio, para el discernimiento, para la integración y para estar presentes en la vida pública.  

AL se refiere de un modo especial al acompañamiento en la preparación próxima al matrimonio y en los primeros años de casados. Quizá estas son dos grandes carencias y lagunas de nuestra pastoral familiar actual. También nos podemos imaginar que aquí radica el hecho de que tantos matrimonios fracasen.

El mayor problema de la pastoral familiar en el contexto actual de tanta secularización no es el tema de los divorciados vueltos a casar que solicitan los sacramentos, sino la cantidad de parejas que no contraen matrimonio, que han borrado esta posibilidad de su horizonte vital. Es verdad que en el fondo puede existir una falta de compromiso de por vida o porque el futuro es incierto (a nivel económico y de trabajo). Pero esta problemática nos debe llevar a evidenciar la importancia del acompañamiento de los jóvenes, de los novios para que descubran el don del amor verdadero y opten por el vínculo matrimonial.

En AL el acompañamiento se presenta también como un proceso que no debe excluir a nadie. De ahí que el Papa proponga que hay que acompañar siempre, incluso cuando se rompe el vínculo matrimonial. «la Iglesia debe acompañar con atención y cuidado a sus hijos más frágiles, marcados por el amor herido y extraviado, dándoles de nuevo confianza y esperanza, como la luz del faro de un puerto o de una antorcha llevada en medio de la gente para iluminar a quienes han perdido el rumbo o se encuentran en medio de la tempestad»[313]. No olvidemos que, a menudo, la tarea de la Iglesia se asemeja a la de un hospital de campaña. (AL 191).

Hemos de confesar que en general como Iglesia llegamos a muy pocas de estas personas que viven situaciones difíciles: separaciones, familias monoparentales, madres que han abortado…y están abocadas a vivir el dolor que producen estos casos en la soledad y no en la cercanía de una comunidad cristiana.

Nos preguntamos: ¿Cuál es la meta o el objetivo del acompañamiento? Que las personas, los miembros de una familia se reencuentren con la verdad y el amor, que es Jesucristo. Que las familias, especialmente, las que están en situaciones difíciles descubran la misericordia de Dios y a una Iglesia que no condena ni juzga despiadadamente.

¿Quién acompaña? Pensamos que los sacerdotes son los únicos que acompañan a las personas. Todo lo contrario, el primer lugar del acompañamiento es la familia. ¿Quién de nosotros no ha conocido a Jesucristo y a la Iglesia gracias a su familia, nuestros padres? Hoy más que nunca ese papel lo juegan los abuelos, que son los que vienen a pedir el bautismo para sus nietos, los llevan a catequesis y los acompañan a misa.

La familia es el sujeto principal de evangelización en la pastoral familiar. Esto significa que hemos de tener en la Iglesia a familias formadas, con vocación misionera y capacidad para acompañar a otras familias. Este papel lo lleva a cabo la Delegación de pastoral familiar, con su equipo, y para casos más complejos, los COF´s.

En las situaciones difíciles, el Papa propone en AL 294 que seamos capaces de ver lo positivo, aquellos signos de amor que de algún modo reflejan el amor de Dios y que sepamos acoger y acompañar a esos matrimonios civiles o parejas de hecho con paciencia y delicadeza.

El Papa Francisco que entiende la vida matrimonial y familiar como un proceso establece que el acompañamiento se debe regir por la ley de la gradualidad. Es decir, hay que pensar que existen familias, matrimonios que irán comprendiendo lo que significa el amor cristiano, las exigencias de la ley de Dios para el matrimonio progresivamente, gradualmente (como sucede con el principio de la Pedagogía Divina en la Biblia, en la relación entre el AT y el NT).

Subrayar la ley de la gradualidad no significa defender la gradualidad de la ley, el que haya diversos grados de ley… nooo, la norma y las exigencias evangélicas no son subjetivas, sino las mismas para todos… AL 300 dice rotundamente que cualquier acompañamiento: “no podrá jamás prescindir de las exigencias de verdad y de caridad del Evangelio propuesto por la Iglesia”.

 

 

Sobre el acompañamiento a las familias en el Congreso de Laicos, en lo que se refiere a las actitudes se ha dicho:

Línea temática 12

Actitudes a convertir: El acompañamiento ha de ser preventivo y sanador, prestando una especial atención al valor de la vulnerabilidad y de la proximidad, descubriendo el rostro de Cristo en el otro.

 

Procesos:

  • Impulsar procesos que partan del análisis de las distintas realidades familiares que existen en la sociedad actualmente, para conocerlas, aprender a apreciarlas y poder acompañarlas.
  • Procesos que abran el diálogo dentro de la familia y que refuercen la formación prematrimonial y el seguimiento de las parejas recién casadas.
  • Propiciar la coordinación entre los movimientos familiares específicos y los grupos diocesanos dedicados a este ámbito pastoral y la integración con otros espacios fundamentales directamente vinculados con la familia como son la escuela y la parroquia.
  • Promocionar la oración en la familia

Proyectos:

  • Escuelas de acompañamiento a familias, en especial en sus primeras etapas
  • Revisión de espacios y horarios de actividades y celebraciones a nivel parroquial para adecuarse a la realidad familiar
  • Escuelas y catequesis de y para padres
  • Implementar talleres de oración en familia
  • Creación de espacios de convivencia y encuentro con y entre las familias

 

Discernir

El discernimiento consiste en saber leer e interpretar los signos de los tiempos, tal como el evangelista Lucas nos dice: En aquel tiempo, decía Jesús a la gente: Cuando veis una nube que se levanta en el occidente, al momento decís: «Va a llover», y así sucede. Y cuando sopla el sur, decís: «Viene bochorno», y así sucede. ¡Hipócritas! Sabéis explorar el aspecto de la tierra y del cielo, ¿cómo no exploráis, pues, este tiempo? ¿Por qué no juzgáis por vosotros mismos lo que es justo? (Lc 12,54-57).

La expresión “signos de los tiempos” aparece, en el contexto del Concilio Vaticano II, en la Constitución Pastoral Gaudium et spes, nº4. Con dicha expresión se hace mención a las  preguntas que plantea el mundo actual, a las que hay que buscar respuestas a la luz del Evangelio, y que nos ayudan a tener un mejor acercamiento a los designios profundos del corazón de Dios.

Esta expresión novedosa para la teología trajo consigo un proceso de renovación teológica-pastoral para la Iglesia, en el período postconciliar.

En el momento actual, en este cambio de época y tiempo de encrucijada, estamos invitados a saber leer los signos de los tiempos, a mirar la realidad de nuestra Iglesia y del mundo, la realidad del laicado, de la familia, y a preguntarnos cómo está presente el Señor y cuál está siendo nuestra respuesta ante la llamada que Él nos hace a evangelizar: “Id al mundo entero y proclamad el Evangelio a toda la creación” (Cf. Mc 16,15).

El Papa Francisco nos insta constantemente a tomar conciencia de que estamos en la hora del discernimiento y pienso que esta actitud no puede faltar nunca en nuestra vida, a nivel personal, y también en la dimensión comunitaria y en la pastoral.

Este método, dice el Papa Francisco “nos lleva a  reconocer e interpretar las mociones del buen espíritu y del malo… —y aquí radica lo decisivo— elegir las del buen espíritu y rechazar las del malo” (EG 51).

En nuestro contexto cultural y eclesial, tan complejos ambos, el discernimiento se ha convertido especialmente necesario. “Hoy día, el hábito del discernimiento se ha vuelto particularmente necesario. Porque la vida actual ofrece enorme posibilidades de acción y de distracción, y el mundo las presenta como si fueran todas válidas y buenas… Sin la sabiduría del discernimiento podemos convertirnos en marionetas a merced de las tendencias del momento” (GE 167)

Uno de los grandes ejes sobre los que pilota el Congreso de Laicos es también el discernimiento.

A veces, nos creemos que el discernimiento sólo es para situaciones de especial complejidad, en las que hay que tomar decisiones de gran importancia para el futuro, pero no debe ser así, sino que el discernimiento hay que entenderlo como una actitud permanente y dinámica.

Discernir significa aprender a mirar lo cotidiano con los ojos de la fe, dejándonos sorprender por Dios que nos habla constantemente en la historia, los acontecimientos y las personas que pone a nuestro lado. El discernimiento consiste en tener la mirada del discípulo misionero (EG 50).

Discernir significa separar, el trigo de la cizaña, a su tiempo. En nuestra cultura cambiante hay una tendencia a decir sí a lo que escogemos, pero sin decir no a los que dejamos, de manera que queda una puerta abierta ante cualquier eventualidad. Hemos dicho sí al Señor que nos llama a seguirlo, pero al mismo tiempo continuamos mirando hacia atrás o hacia los lados.

Se trata por tanto de dejar que Dios entre en nuestra vida, en lo más hondo y escuchar su voz. Dios cuenta contigo, te llama a colaborar con Él. Pero tenemos que discernirlo en medio de las ofertas innumerables que se mueven por las pasarelas del mundo y no quedarnos en lo superficial, invadidos por la carcoma.

El Papa en AL exhorta principalmente a los pastores, a que por amor a la verdad, lleven a cabo un buen discernimiento de cada situación particular. El discernimiento no debe llevar a juzgar el estado de gracia de una persona, sino el acto o la situación en sí misma, porque sólo Dios conoce el corazón de las personas y puede decidir si esa persona es condenable.

Con este modo de pensar, el Papa afirma que nadie se crea que se pretenden disminuir las exigencias del evangelio: Para evitar cualquier interpretación desviada, recuerdo que de ninguna manera la Iglesia debe renunciar a proponer el ideal pleno del matrimonio, el proyecto de Dios en toda su grandeza (AL 307).

Al igual que el acompañamiento, el discernimiento: “no podrá jamás prescindir de las exigencias de verdad y de caridad del Evangelio propuesto por la Iglesia (AL 300)”.

En el número 300 de AL encontramos tal vez la definición más elaborada de discernimiento. Se trata de siete características:

  • Es un proceso en el que se orienta a los fieles a tomar conciencia de su situación ante Dios. El discernimiento es dinámico.
  • Su finalidad es que los fieles se formen un juicio correcto sobre aquello que obstaculiza la posibilidad de una participación más plena en la vida de la Iglesia. El discernimiento lleva a elegir las mociones del buen espíritu y rechazar las del malo (EG 51).
  • Examina los pasos que se han de dar para favorecer esa participación y hacerla crecer. El discernimiento no es un acto puntual, sino permanente.
  • Su máxima es: no prescindir nunca de las exigencias de la verdad y del amor del Evangelio propuesto por la Iglesia
  • Requiere humildad, amor a la Iglesia y a su enseñanza. No se hace discernimiento para reafirmarnos en nuestras opiniones personales, que consideramos las más acertadas.
  • Se pide sinceridad en la búsqueda de la voluntad de Dios
  • No poner los deseos personales por encima del bien común de la Iglesia, porque si no se podría pensar que la Iglesia sostiene una doble moral.

Ante una situación irregular, AL planeta dos reacciones: a) condena; b) perdón y reinserción. Esta segunda debe ser la lógica que prime en nuestra acción pastoral. “El camino de la Iglesia, desde el concilio de Jerusalén en adelante, es siempre el camino de Jesús, el de la misericordia y de la integración […]. Entonces, «hay que evitar los juicios que no toman en cuenta la complejidad de las diversas situaciones, y hay que estar atentos al modo en que las personas viven y sufren a causa de su condición»[327] (AL 296).

En síntesis, el discernimiento no consiste en hacer excepciones a las reglas generales, sino en encontrar modos para que las personas dejen de ser vagabundas y encuentren el camino por donde deben ir para encontrar la meta. La meta no es otra sino descubrir la voluntad de Dios, su amor y su verdad, en medio de sus límites, y de ahí que siempre se hable de que el discernimiento debe mirar hacia una pastoral del perdón y de la reconciliación.

 

Integrar: una invitación a la sinodalidad

La metodología es el acompañamiento, la actitud debe ser el discernimiento y la meta es la integración, la comunión, la sinodalidad.

Una de las palabras de moda, talismán, en el pontificado de Francisco es “sinodalidad”, que significa “caminar juntos”.

El fundamento de la sinodalidad lo encontramos en la eclesiología del pueblo de Dios y expresa que todos tenemos igual dignidad en la Iglesia por el bautismo. De ahí que no existen cristianos de primera y segunda división. Y todos estamos llamados a vivir la comunión y la corresponsabilidad de cara a la misión de la Iglesia.

AL repite frecuentemente que como Iglesia estamos invitados a integrar a todos, porque todos estamos necesitados de misericordia. Y ofrece un camino para llevar a cabo la integración, especialmente de aquellas familias que viven en situaciones irregulares, como los matrimonios civiles, los divorciados vueltos a casar, las parejas de hecho, etc.

En primer lugar, se trata de descubrir que ninguno estamos libres de pecados. “El que esté libre de pecado que tire la primera piedra” (Jn 8,7). La parábola del hijo pródigo expresa muy bien qué significa integrar en la casa paterna. El Papa recuerda a los sacerdotes que el confesionario no es una sala de tortura, sino el lugar de la misericordia del Señor. El Papa anima a que integremos a todos, a que toda la gente se sienta en la Iglesia amado con misericordia, buscando para cada uno la manera propia de participar en la comunidad eclesial; lo cual nos lleva también a valorar todos los servicios eclesiales por igual (no es más el que da catequesis, que el que limpia la iglesia…).

En segundo lugar, el Papa deja claro que integrar no significa hacer rebajas con la gravedad del pecado. “si alguien ostenta un pecado objetivo como si fuese parte del ideal cristiano, o quiere imponer algo diferente a lo que enseña la Iglesia, no puede pretender dar catequesis o predicar, y en ese sentido hay algo que lo separa de la comunidad (cf. Mt 18,17). Necesita volver a escuchar el anuncio del Evangelio y la invitación a la conversión.” (AL 197).

En tercer lugar, se habla de integración de los bautizados que están en situaciones irregulares (los divorciados vueltos a casar), lo cual llama la atención, porque si son bautizados ya están dentro de la Iglesia. AL afirma que la participación de ellos en la Iglesia no es completa porque no viven conforme a la fe de la Iglesia, rompiendo con la lógica de los sacramentos. El Papa no excluye de la Iglesia a los divorciados vueltos a casar, sino que les dice que se sientan bautizados, hermanos y hermanas, Iglesia, pero les aconseja que realicen un camino de integración para participar plenamente en la vida de la Iglesia y recibir la comunión. Se trataría de un camino de conversión y de descubrimiento de Dios y de la Iglesia desde la clave de la misericordia. 

El hecho de que los divorciados vueltos a casar no puedan comulgar, no les debería llevar a sentirse mal, excluidos de la Iglesia, como recuerda el Papa Francisco en EG 47: “la Eucaristía no es un premio para los perfectos”. Es decir, la Iglesia no afirma que quienes se acercan a comulgar son perfectos, ni deben considerarse mejor que los demás.

En cuarto lugar, el Papa dice que en el caso de los divorciados vueltos a casar, se les integre en la comunidad cristiana dándoles participación en diversos servicios eclesiales (tareas sociales, reuniones de oración u otras iniciativas), “evitando cualquier ocasión de escándalo” (AL 299).

En quinto lugar, AL también se refiere a que en este camino de integración no tratemos todos los casos y situaciones por igual. No todas las separaciones o divorcios han sido causadas de la misma manera y por tanto no pueden ser juzgados de igual modo.

En sexto lugar, AL invita a todos, sacerdotes y laicos, a que “sin disminuir el valor del ideal evangélico”, integremos a todos con misericordia y paciencia.

Finalmente, el Papa dirá con firmeza:  integración sí, pero dejando claro que esas situaciones irregulares no son el ideal que el Evangelio propone para el matrimonio y la familia (AL 298). Y por tanto: “Comprender las situaciones excepcionales nunca implica ocultar la luz del ideal más pleno ni proponer menos que lo que Jesús ofrece al ser humano. Hoy, más importante que una pastoral de los fracasos es el esfuerzo pastoral para consolidar los matrimonios y así prevenir las rupturas.” (AL 307)

 

A modo de síntesis: Un Pentecostés renovado en la pastoral familiar

Hemos vivido hace unos meses una experiencia de discernimiento comunitario, con la preparación y participación en el Congreso de Laicos. Como Iglesia que peregrina en España, nos hemos puesto a la escucha del Espíritu y hemos caminado juntos –Pastores, Sacerdotes, Religiosos y Laicos–, con humildad, pero con el firme propósito de renovar nuestro compromiso evangelizador en este momento de la historia. Se trata de seguir caminando en esta dirección.

A nosotros como Iglesia se nos encomienda hoy abordar la evangelización tomando a la familia, como un ámbito fundamental de presencia en la vida pública. Como afirma el Papa Francisco en AL: el bien de la familia es decisivo para el futuro del mundo y de la Iglesia.

El último número del capítulo VIII de AL nos ofrece una propuesta de futuro: “Esto nos otorga un marco y un clima que nos impide desarrollar una fría moral de escritorio al hablar sobre los temas más delicados, y nos sitúa más bien en el contexto de un discernimiento pastoral cargado de amor misericordioso, que siempre se inclina a comprender, a perdonar, a acompañar, a esperar, y sobre todo a integrar. Esa es la lógica que debe predominar en la Iglesia, para «realizar la experiencia de abrir el corazón a cuantos viven en las más contradictorias periferias existenciales»[366] (AL 312)”.

En conclusión, las claves como Iglesia (pastores, vida consagrada y laicos) para favorecer el bien de la familia no son otras sino el acompañamiento, el discernimiento y la integración de todos, teniendo como principio fundamental: la misericordia. Esto significa ser una Iglesia en salida que quiere estar en el espacio público, en la familia, como un hospital de campaña.

Somos conscientes de que este proceso es guiado por el Espíritu Santo, por eso nos ponemos en sus manos, con actitud de máxima disponibilidad al inicio de este curso 2020-2021.

Sigamos adelante con alegría y con esperanza, para que “la alegría del amor que se vive en las familias siga siendo el júbilo de la Iglesia” (AL 1).  

 

Luis Manuel Romero Sánchez

Director de la Comisión Episcopal

para los Laicos, Familia y Vida

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